Hace un par de semanas —el 21 de marzo del 2025— entró en el CEO la segunda ola de la Encuesta longitudinal del Panel Ciutadà de Catalunya, realizada entre octubre y diciembre del 2024. A la pregunta “¿el movimiento feminista ha ido demasiado lejos?”, los datos —que se exponen en función de si el ciudadano en cuestión es catalanohablante o castellanohablante— son representativos con respecto al feminismo, claro está. Pero también lo son con respecto al conflicto nacional y a las consecuencias políticas que de la contraposición nacional se desprenden: las mujeres castellanohablantes responden en 12,9 puntos más que los hombres catalanohablantes de su franja que, efectivamente, el feminismo ha ido demasiado lejos. Esto son cifras. De estas cifras, sin embargo, la catalanidad sesentista que asocia el bien con la izquierda —y la catalanidad— y el mal con la derecha —y el españolismo— saca conclusiones simplistas para confirmar sus prejuicios y fijar su visión cándida del mundo. Y desde aquí, es imposible hacer grande cosa, más allá de mirar a los españoles por encima del hombro y pensar que eso nos liberará.

Cualquier mapa o gráfico que pueda circular recurrentemente y que confirme que, en conjunto, la nación catalana carga más a la izquierda que el conjunto de la nación española, sirve a la izquierda catalana para mirarse a los españoles con una superioridad moral que desdibuja la realidad. Y para constatar que, efectivamente, uno está al lado de la historia que cree que toca. Esta hambre de verdades de autoconsumo y estos golpecitos en la espalda impiden ir a la raíz de aquello que los datos exponen, sin sesgos de confirmación y calmando el ansia de confirmar preconcepciones. Ser de adscripción nacional catalana, de entrada, no hace más feminista a nadie. Ser de adscripción nacional catalana, de entrada, tampoco hace que nadie sea más progresista. De hecho, diría que la respuesta previsible, con respecto a naciones ocupadas que han sufrido y sufren represión política, sería la de volverse más conservadores. Ser de adscripción nacional catalana, sin embargo, y querer seguir siéndolo, puede llevar implícito el gesto de definirse por contraste contra aquello de lo que uno quiere diferenciarse. Este tipo de rebote automático permite poner distancia con la nación española y pensarnos al margen de quién quiere asimilarnos, pero a la vez nos afianza a pensarnos únicamente desde este rebote. Nos limita, en cierto modo, a ser lo que ellos no sean. Ser los rebotados también es una forma de definirnos a través del otro.

Será necesario que nos liberemos de la altivez de pensar que hay suficiente con la diferencia para justificar la liberación nacional

A estas alturas, después de tres siglos de ocupación, cuesta saber si este distanciamiento ideológico hacia la nación española es orgánico o bien es producto de la misma ocupación. Cuando aparece The same fucking map otra vez, o cuando una gráfica explica que, también cuando están en Catalunya, los castellanohablantes —sinónimo de adscripción nacional española— se prestan más, en este caso, a la ola reaccionaria que viene, a veces nos los miramos sin perspectiva histórica, buscando una satisfacción autocomplaciente. Hoy ser catalán implica una distancia ideológica con la nación española que va más allá del conflicto nacional. Si consideramos que esto es bueno o no lo es, dependerá de cuál sea nuestro posicionamiento en el eje social en lo que se refiere al elemento diferencial en cuestión. Y, si de verdad queremos liberarnos del marco de pensamiento español, también será necesario que nos liberemos de la altivez de pensar que hay suficiente con la diferencia para justificar la liberación nacional, que yo diría que es lo que ocurre cuando, a menudo, los datos constatan que hay una distancia ideológica entre unos y otros.