Podría parecer imposible, metidos como estamos ya del todo en pleno siglo XXI, pero se ve que todavía hay zonas del mundo a las que el ser humano no ha llegado. O, por lo menos, no lo había hecho hasta ahora. Después de la proeza de conquistar el polo norte, el polo sur o el Everest —como confines y cumbres del planeta, ejemplos de hitos de máxima dificultad—, recientemente se ha conocido el descubrimiento del árbol más alto de la Amazonia: mide casi 89 metros de altura —como un edificio de 25 pisos—, 10 metros de perímetro —que vete tú y abrázalo— y no quieras saber las raíces que debe tener y hasta dónde profundizan.

De la especie angelim vermelho, ha estado localizado en una zona remota del norte del Brasil y la expedición que ha alcanzado esta gesta ha tardado doce días en recorrer a pie y en barca río arriba los 250 kilómetros que separaban el gigantesco árbol del punto de inicio de la marcha. Doce días por dentro de la selva espesa y exuberante, dentro de la reserva natural de Río Iratapuru. El equipo de investigadores pasó dos semanas en medio de un bosque donde la humanidad no había estado nunca, respirando aire puro y nuevo para las narices del hombre. Los científicos afortunados que caminaron la larga distancia y levantaron la cabeza delante de su cepa califican la experiencia de divina. Como si no fuera de este mundo.

Pensar que todavía hay lugares recónditos en los que nosotros no habíamos puesto los pies hace pensar, de entrada, en la pequeñez de nuestro paso por el universo, tanto en tamaño como en longevidad

Este coloso del reino vegetal se calcula que tiene entre 400 y 600 años de vida. Ve pasar el tiempo y las lunas desde hace siglos y, si pudiera hablar, como los árboles de Tolkien en El señor de los anillos, quizás podría incluso explicar cómo avistó, allí lejos, las naves conquistadoras de Cristóbal Colón. Porque él ya estaba allí plantado. Como ya estaban los indígenas a los que no hacía falta que nadie descubriera, que ellos ya eran conscientes de su existencia. Indígenas que, por cierto, ahora han sido determinantes para guiar a los exploradores por el buen camino, después de tres años de planificación y cinco intentos fallidos anteriores.

Pensar que todavía hay lugares recónditos en los que nosotros no habíamos puesto los pies hace pensar, de entrada, en la pequeñez de nuestro paso por el universo, tanto en tamaño como en longevidad. Invita también a la reflexión —en una analogía terrícola— de imaginar la de gente que nunca llegaremos a conocer por tiempo que vivamos. Algunas sabemos que están, de otras ni siquiera tenemos conocimiento de su presencia en la Tierra. Varias más pensamos tenerlas vistas y resulta que quizás no tanto... Todas, sin embargo, convivimos bajo una misma atmósfera y sin estos árboles nuestra respiración no sería posible.

Igualmente, este tipo de hallazgos nos llevan a pensar en la de incertidumbres que envuelven al planeta que nos pensamos tener tan calibrado, en una muestra de insolencia que invita a crecer en humildad. Como también nos pensamos tener calibradas personas de nuestro entorno que, desgraciadamente, acaban demostrando que tal vez no valían tanto la pena, que no sabíamos tanto de ellas. Ser conscientes de que estamos de paso y que sólo conocemos una parte de nuestro entorno natural y emocional más próximo, deja margen para la sorpresa, tanto la más agradable (el angelim vermelho) como la más amarga (decepciones emocionales inesperadas).

El árbol más grande de la Amazonia ha sido descubierto después de casi seis siglos de vida. Estaba escondidito, a pesar de la su extraordinaria talla. Ha podido ser detectado gracias a satélites y a sensores situados en la parte inferior de los aviones, que querían calcular la biomasa y se encontraron con esta maravilla inesperadas. Yerto, sin ningún puntal, hacia arriba. Su copa sobresale imponente en medio de otros compañeros de jungla de unos sesenta metros, que pequeños tampoco son. ¿Qué más no podremos conocer nunca? Primero, saber que está y después poder llegar. A veces, lo conocido puede pasar a ser extraño de repente, a pesar de la proximidad supuesta, y lo ignoto se muestra envuelto en un papel de regalo inesperado. Afortunadamente, todavía pueden aparecer personas tan grandes a las que no puedas abrazar con sólo dos brazos. Ramas y humanos que van y vienen.