Que hoy no hay una “reconciliación” real, material, es una obviedad que no merece comentario. Que una ley hable de reconciliación es una formalidad, evidentemente, pero una formalidad útil en un contexto de represión y de abuso. Somos muchos los que no nos sentimos reconciliados, no solo por las agresiones sufridas durante el procés, sino porque para empezar a reconciliarnos necesitaríamos situarnos en un plano similar al de hace más de 300 años. En el otro lado, como puede verse, también hay una gran masa españolista imposible de reconciliar: el ánimo de venganza y el odio es tan notorio (desde el ámbito de Vox hasta el de Podemos) que los pactos solo cuentan con la mitad del espectro político español, y solo por pura necesidad aritmética. Por tanto, no seamos ingenuos: aquí no se trata de predeterminar el futuro, ni de hacer ninguna ley de punto final, ni de dar ningún conflicto por resuelto, ni de rendirse. Lo que se pacta no es un allanamiento del futuro, sino un allanamiento del pasado y del presente: se agarra a la bestia, se le atan las garras y se la obliga a afrontar de ahora en adelante el conflicto sin posiciones abusivas. Enfrentándolo, dialogando y viendo qué pueden ofrecer más allá de palos y del Código Penal. Por tanto, no nos equivoquemos: esta amnistía no es un punto final sino, como mucho, un punto y aparte.

Un conflicto a veces tiene episodios más violentos (o, si les molesta la palabra, más intensos), y otras veces tiene episodios más dialogantes: el conflicto, sin embargo, permanece. Siempre. Desaprovechar los momentos más eléctricos es un error, como hemos comprobado (aunque menospreciar lo que se ha aprovechado bien también lo es); y, por otro lado, desaprovechar lo que puedas obtener del adversario (o del enemigo) en tiempos de diálogo, forzado o no, más oportuno o menos, y con intermediarios si puede ser, también es un error. Como mínimo, creo que es bueno aprovecharlo para poder afrontar el conflicto en igualdad de condiciones y sin abusos. En ocasiones utilizando el marco estatal, en ocasiones utilizando la legislación y la justicia europea: poco a poco ya empieza a quedarles solo una surrealista interpretación de la malversación y un empecinamiento ilegal del Tribunal Supremo en no aplicar la ley. Por tanto, en ese ámbito de la represión, les queda francamente muy poco. Veremos cómo acaba, pero no puede descartarse que pronto las órdenes de detención queden levantadas a sabiendas o adrede, por lo civil o por lo penal. Y entonces se abre toda una nueva etapa. Un comienzo.

Que nos gobierne Salvador Illa dice muy poco de lo que nosotros sabemos ofrecer

Que los partidos independentistas no puedan aprovechar esta pista de despegue porque han perdido buena parte de la conexión con su público no es culpa de la represión sufrida: es también fruto de múltiples errores, de las divisiones, de algunos perfiles inadecuados, de mensajes demasiado ambiguos o, a menudo, de silencios incomprensibles y excesivos. Por decirlo claro: que nos gobierne Salvador Illa dice muy poco de lo que nosotros sabemos ofrecer. Por tanto, no sé si el futuro pasa por un sacudimiento del tablero político, por la renovación de los partidos actuales o por la aparición de nuevos, aunque me temo que un alto grado de disrupción, dentro o fuera de los partidos (y empezando por la batalla en Barcelona), será no solo deseable sino también inevitable. Como ya lo fue, por cierto, en su momento. ¿Sería el eventual regreso del president Puigdemont un hecho suficientemente disruptivo? Lo dejo a la consideración del lector, pero no sería la única disrupción posible. Aun así, los perdonavidas de siempre deben saber (o ya saben) que si no hay formaciones fuertes, y con poder institucional, y con músculo electoral, y a poder ser con homologación a los mínimos estándares europeos, cualquier siguiente fase será imposible de afrontar. No estoy disculpando ningún error, que son muchos, quizá demasiados, pero sí digo que cualquier independentismo que consiguiera conformar, de nuevo, una mayoría absoluta en el Parlament de Catalunya ya no tendría por qué temer aplicar su programa electoral sin las retorcidas amenazas penales sufridas. ¿Habría nuevas? Quizá sí, pero nosotros también hemos aprendido a anticiparnos cuando hace falta. Por tanto, el conflicto vuelve a situarse en el ámbito político, se gana claramente, se aplica el programa, se negocia lo que haya que negociar y se convierte en ley. Punto. Eso, si se hace bien y si se alinean un par o tres de astros, sí que se parecería más a un punto final.