De lo que ha hecho Trueba para HBO se pueden decir muchas cosas —como de Jordi Pujol— y la semana pasada escribí alguna. Con la docuserie La sagrada familia vista y digerida, puedo escribir algunas más. De entrada, que es exiguo enclaustrar el activo político de Pujol como una encarnación del dolor de muchas generaciones, como explica Pilar Rahola en el primer episodio. Pujol nace de este dolor pero se gana la confianza de las generaciones presentes porque les hace una promesa de futuro, sobre todo los primeros años de su trayectoria política: se presenta con la fuerza para ganar aquello que cree que su nación merece y transforma el dolor y el resentimiento en una esperanza propia de quien avista horizontes para conquistar. Es errático presentar a Pujol tan solo como un producto de la historia porque eso lo convierte conceptualmente en una figura política rígida, incapaz de crear más vínculos sentimentales con el país que los legados por las circunstancias. Los productos del resentimiento, a la larga, siempre se quedan desnudos. Es imposible explicar sus veintitrés años en el Govern desde este punto de partida.

Pujol se gana la confianza de las generaciones presentes porque les hace una promesa de futuro y transforma el dolor y el resentimiento en la esperanza de quien avista horizontes para conquistar

Una parte del misterio que rodea el liderazgo de Pujol, sobre todo en el inicio de su actividad pública, es el misticismo. No es ningún secreto que Pujol cree en Dios y que ya era un creyente cuando formaba parte de Crist Catalunya. Fue precisamente su catolicismo que lo convirtió en un antifranquista difícil de leer para los franquistas. En su primer libro, Des dels turons a l’altra banda del riu, escrito mientras cumplía pena de prisión por los Hechos del Palau, la espiritualidad de Pujol se hace evidente en todo lo político que intenta exponer casi como si no fuera consciente.

La mirada política de Pujol sobre Catalunya puede explicarse sin entrar en el terreno de la fe pero se explica mejor si uno decide enfangarse en él, porque Pujol se construye sobre el sentido de trascendencia aprendido de su práctica religiosa y que traslada a su lenguaje político. Promete la supervivencia de la nación de la misma manera que el catolicismo promete la vida eterna. Por eso no basta con etiquetarlo de conclusión de la represión franquista. Pujol no es la solidificación estática de una nostalgia histórica porque, precisamente él, utiliza la esperanza como vehículo después de mucho tiempo de sed. Es por medio de esta esperanza que consigue casarse sentimentalmente con sus votantes y, por eso mismo, quien intente explicarlo aniquilando su vida espiritual se quedará siempre a medias.

'La sagrada familia' se encuentra constantemente con la imposibilidad de explicar el éxito e incluso la euforia que supusieron para muchos catalanes los primeros triunfos de Jordi Pujol

Servirse de la mística para la política es fecundo porque eleva al votante al permitirle sentirse participante de algo que lo sobrepasa. No es ninguna casualidad que Convergència se funde en Montserrat. Este trabajo lo completa la retórica y la sensación de tener algo por asaltar, y Pujol lo sabía. La sagrada familia, sin embargo, se encuentra constantemente con la imposibilidad de explicar el éxito e incluso la euforia que supusieron para muchos catalanes los primeros triunfos de Jordi Pujol. De hecho, parece que se presente su primera victoria electoral como un enigma. Quizás no se puede hacer de ningún otro modo, porque tejer un único relato más o menos objetivo de aquello que para muchos fue elevar la experiencia personal, subjetiva, que les vinculaba emocionalmente a la nación, a un proyecto de país común, es difícil de tejer. Todavía es más difícil de tejer, claro está, cuando el destinatario del relato es el público español. Pujol hizo valer las experiencias personales de los catalanes con la nación porque les dio a entender que servirían para algo, que tendrían un sentido.

Pujol hizo valer las experiencias personales de los catalanes con la nación porque les dio a entender que servirían para algo, que tendrían un sentido

En Cartes a Màrius Torres, escribe Joan Sales: “Em parleu del vostre fons de melangia i de pessimisme, vós, que teniu la sort de ser creient; si mai haguéssiu passat la pitjor de les desgràcies, que és l’ateisme, i haguéssiu llegit com si el descobríssiu de nou aquest petit llibre que és l’Evangeli, quina impressió us hauria fet!”. El momento político actual nos hace sentir melancolía y pesimismo, nos hace sentir desgraciados, porque nos impide creer en algo. Con respecto al futuro que le espera al país, al menos. También nos hace más críticos, más pragmáticos y más frívolos, que quizás no es una mala estrategia si tenemos en cuenta hasta qué punto muchos han sentido su confianza traicionada, igual que muchos lo sintieron cuando Pujol confiesa la deixa del abuelo Florenci. Parece que hoy en Catalunya no hay espacio para la esperanza que años antes se nos prometió de tantas maneras y el peor puñal es que todavía tenemos memoria para revivir aquello que un día nos emocionó. Algunos pensarán que es peligroso mezclar política y sentimientos pero me parece que cuando te tomas algo en serio no hay otra forma de hacerlo. Evidentemente, esto Pujol también lo sabía.