Una identidad puede llevar adscritos privilegios y discriminaciones al mismo tiempo. De hecho, no existe ninguna forma de ser o de hacer que no implique o comporte un cierto conflicto con el mundo. Hay una parte de la izquierda que entiende que ser inmigrante, o ser una mujer, o ser de un extracto social concreto puede significar jugar a un juego con el sistema en contra. Con un mayor o menor grado de tolerancia al victimismo o la estridencia, incluso desde posiciones que no son de izquierdas se puede reconocer que el simple hecho de ser esto o aquello puede comportar unas dificultades mayores o menores para sacar adelante una vida. Y para sacarla adelante de una determinada forma. Diría que tampoco es necesario reconocerse en los discursos de la izquierda para entender que no somos seres con identidades planas. Ellos lo llaman intersecciones y, para todo aquello que no se refiera a la catalanidad y a la discriminación que sufren los catalanes que no se pliegan a la asimilación de la nación castellana, parece ser suficientemente aceptado que se puede sufrir más de una discriminación a la vez. O un poco de aquí y de allá. Que ser blanca es un privilegio y que ser una mujer muchas veces, no.
Ser catalán en la Catalunya de hoy nos somete a discriminaciones lingüísticas y culturales
Hay una parte de la izquierda catalana que abraza este entramado complejo que les permite entender la sociedad que los rodea con entusiasmo. Que no tiene ningún problema en prometer un sistema que acabe con tanto agravio —lo que existe y lo que, un poco contaminados por tanta cultura del elogio al trauma, se inventan— y que permita una traducción política práctica para llegar a la igualdad prometida. Hay una parte de la izquierda catalana que abraza este entramado complejo salvo cuando se trata de entender que esta misma complejidad es aplicable a todo lo que tiene que ver con la catalanidad. Escribo una parte, y no hago generalizaciones al por mayor, porque entender que ser catalán en la Catalunya de hoy nos somete a discriminaciones lingüísticas y culturales, entender que ser catalán es ser la parte que resiste a un marco cultural y a una Administración españolizada y españolizadora, es la verdadera grieta que divide a la izquierda catalana.
Hay una parte de la izquierda catalana que se niega a entender la catalanidad dentro de este entramado complejo de opresiones porque ha renunciado a realizar una lectura desde el arraigo de la sociedad de la que forma parte. Sin una lectura autocentrada del mundo, esta parte de la izquierda Netflix —la que importa todo cuanto discurso extranjero sin hacer el esfuerzo de pensar si es aplicable al mundo que conoce—, en el mejor de los casos, realiza una lectura desdibujada del conflicto nacional entre Catalunya y España. En el peor de los casos, hace una lectura de la sociedad catalana y de todo lo que la atraviesa elidiendo este mismo conflicto. Esta elisión, que podría pasar entera por ceguera y por desconexión con el entorno que les es más cercano, en el peor del peor de los casos es, en realidad, una disonancia que se nutre del marco ideológico españolista. Y que acaba reforzándolo. Hay una parte de la izquierda catalana que abandona conscientemente el conflicto nacional al ángulo muerto para no tener que incluir lo que el españolismo enterrado les dice que es despreciable en su entramado de opresiones. Llegado el momento, existe una parte de la izquierda catalana que siempre renuncia a la complejidad que abraza sin escrúpulos cuando las rugosidades de la identidad son otras.
La peor expresión de esta elisión es hacer pasar oprimido por opresor. Detrás de todos aquellos discursos inflamados contra “el sistema” hay un discurso blando e inofensivo cuando el sistema en cuestión es el sistema cultural, económico, judicial y político español empleado contra la catalanidad. Hay una parte de la izquierda catalana a la que llamamos catalana por inercia, porque en realidad, cuando se trata de resistir en la catalanidad, cuando se trata de construir un discurso desde la catalanidad que se enfrente a los peores clichés que derrama sobre nosotros el españolismo, cuando se trata de poner el conflicto nacional sobre la mesa como un conflicto más, cuando se trata de reconocer las discriminaciones que a diario sufrimos los catalanes por el hecho de serlo a la altura de cualquier otra discriminación sistémica, hay una parte de la izquierda catalana que esconde la cabeza bajo el ala. Con todo, sin embargo, poder describir el colaboracionismo que se desprende de ello de una manera tan diáfana es una suerte: hace evidente dónde hay que apuntar para avanzar. Con la derecha catalana ocurre que el desguace ideológico está tan desnudo que sus rendijas se hacen mucho más difíciles de poner sobre el papel. Es el problema de pasarse décadas moviéndose sobre el eufemismo, supongo: uno acaba olvidando lo que quería decir. Quizás algún día me aventuro a escribirlo.