El mercado lo pone cada vez más difícil para que las editoriales independientes subsistan. Periscopi ha sido comprada por Grup 62, es decir Planeta, y aunque muchos hemos confiado en el criterio editorial de Periscopi durante años y que entendemos que esta misma confianza puede aplicarse a su toma de decisiones, la compra por parte de Grup 62 es tan ilustrativa del momento actual que se hace difícil no ser espectador desde cierto pesar. Nadie es nadie para ejercer de juez ante semejante decisión, que muchos ya nos imaginamos que habrá sido complicadísima de tomar. Pero a pesar del respeto y la comprensión, ciertas adhesiones y fusiones hablan de un mercado editorial cada vez más concentrado en que los grandes grupos —con cadenas de libros propias y distribuidoras propias— hacen más difícil una competencia en condiciones de moderada igualdad con aquellas editoriales independientes que se esfuerzan por salvar los muebles.

La compra por parte de Planeta preocupa porque obliga a dar un salto de fe de su público lector

Este Sant Jordi entrevisté a Laura Huerga, de Raig Verd, y pudimos hablar un rato de ello. Me explicó que "cuando los grandes grupos compran estas editoriales no solo están comprando una marca y unos fondos editoriales, están comprando una imagen y unos valores" y que "creo que estamos en medio de un proceso de cambios que todavía no podemos ni imaginar, y tampoco prever las consecuencias que puede tener sobre lo que se publica y sobre cómo se publica". Durante muchos años, Periscopi ha ofrecido un catálogo impecable. Servidora misma se ha encargado de reseñar algunas de las últimas publicaciones en la sección de cultura de este mismo digital. La compra por parte de Planeta —que hoy es Periscopi, y mañana será otra editorial— preocupa porque obliga a dar un salto de fe de su público lector. De todos los que hemos confiado hasta ahora en ella para obtener buen género, quiero decir. Preocupa porque, aunque no debería ser esencialmente así, perder independencia puede traducirse, en última instancia, en perder criterio y perder la manera de hacer que hasta ahora les ha garantizado tantos logros. Supongo que, por eso, la palabra más repetida por parte de quienes siguen los movimientos en el mercado editorial ha sido la de confianza con la decisión tomada entendiendo que era un paso necesario. Y supongo que, por eso, Periscopi lo ha explicado como una decisión tomada para garantizar el mantenimiento del equipo, de la línea editorial y de la identidad.

Se puede analizar la decisión tomada sin cuestionar su necesidad, por supuesto. De hecho, no he leído a nadie del mundo de la cultura —ni del mundo del libro, concretamente— que la haya cuestionado. Creo que todo el mundo entiende que la situación editorial actual se presta a este tipo de operaciones. Pero entender esto no tiene que querer decir, a la vez, validar este sistema y desproblematizar el agrandamiento de ciertos grupos. De ciertos grupos, me atrevería a escribir, que además van asociados a una línea política o a un talante nacional concreto. Y de ciertos grupos a los que no les preocupa en absoluto que el mercado literario “catalán” sea mayoritariamente en castellano. Esta es la cuestión de fondo: sin caer en la trampa de responsabilizar a las editoriales catalanas que se ven abocadas a la absorción o la fusión, sin convertirlo en un litigio entre cuatro marcas, hay que poder explicar que el sistema está adulterado de entrada para que los grandes grupos se hagan aún mayores. Y para que lo hagan nutriéndose de aquellos sujetos que contribuyan a limpiarles la imagen. Y que contribuyan, en el fondo, a disimular unos intereses que muy posiblemente son los opuestos de quienes compraban en la editorial catalana independiente en cuestión precisamente porque era una editorial catalana independiente.

Por mucho que Planeta mantenga la línea original y el criterio de los sellos editoriales que absorbe, cuesta mucho no pensar que la reducción de la pluralidad en el mercado editorial no se traducirá, a la media o a la larga, en una oferta literaria más homogénea y en una especie de literatura en la que el valor literario de las publicaciones, aunque pueda ser una prioridad, no será la principal. Una vez más, se trata de una cuestión de fe. Todos los indicios, sin embargo, aderezan una perspectiva bastante pesimista de la cosa. Y con un sistema de crítica literaria y de premios literarios pequeño, envilecido y plegado a los intereses de estos grandes grupos, se hace difícil pensar que el lector, de buena voluntad y queriendo hacer de activista, tendrá todas las herramientas a su alcance para alimentar un criterio de consumo que pueda intuir esta dinámica y esquivarla. Me parece que, sin responsabilizar a Periscopi y desde la posición de querer entender los motivos de la venta, el paradigma actual se presta a realizar una lectura cruda de la operación en cuestión, porque la operación en cuestión expone las costuras de un entramado económico, político y literario que, ahora mismo, parece que no haya vías para desguazar.