Pere Aragonès no asistirá a la próxima manifestación de la Diada por motivos más fundamentales –y perversos– que el hecho de acabar rodeado de un griterío de exaltados llamando "botifler" al Molt Honorable o para que las entidades cívicas de la tribu convoquen la masa de conciudadanos para protestar y escarnecer a los partidos secesionistas. Estos factores quizás tienen algo que ver: en efecto, el laurismo es un fenómeno que contagia a la mayoría de nuestros líderes, para los cuales la población solo está viva si es acrítica. A su vez, podría parecer lógico que un miembro de Esquerra no sacara el coco en una concentración de anarquistas antipolíticos; pero como saben incluso los procesistas tanto la Assemblea como Òmnium son dos entidades controladas por la casta parlamentaria indepe. Así lo certifican la presidenta de la primera, una convergente de Mas incapaz de hilar dos frases seguidas, y mi querido Xavier Antich, a quien los partidos han metido en Òmnium para que haga honor a la profesión, discursee y toque poco los cojones.

Pero todo eso son mandangas intrascendentes. Si Aragonès ha decidido renegar del 11-S, como así han explicado muy bien los propagandistas del Govern y las SS de Esquerra a los medios que controlan, es porque quiere que los mismos electores independentistas acaben viendo la manifa como una cosa propia de puristas y de intolerantes. Como han repetido manta veces los tertulianos a sueldo, la tesis del régimen junquerista es que la manifestación de la Diada ha perdido sentido transversal (puaj) y tolerancia. Poco importa que la afirmación en cuestión sea falsa, que lo es, porque aquí lo importante es ver la trampa; tildándola de intolerante y agresiva, los vendemotos de Esquerra pretenden seguir comerciando con la idea de ampliar la base por el simple hecho de salvar su cuota de burocracia autonomista. Dicen que la manifestación será poco inclusiva con la misma tontería según la cual podrían decir que faltan negros y chinos o, de ser multirracial, que los cojos o los tullidos no están suficientemente representados.

Al fin y al cabo, evidentemente, se basa en un sentido de percepción falso. Primero porque, insisto, si la mani del 11-S fuera una convocatoria contra los partidos políticos (como así tendría que haber sido a partir del 2017), su lema o el manifiesto de los convocantes tendría que exigir a todos los diputados catalanes su dimisión inmediata a causa de su nula obediencia a la voluntad popular (supuestamente expresada en las leyes de Transitoriedad y del Referéndum) y el consecuente acatamiento del artículo 155. Ese no es el caso, desdichadamente y, por lo tanto, cualquier rabieta contra los partidos que puedan hacer la ANC o Òmnium no pasa de simple anécdota. Paralelamente, no hay nadie que pueda demostrar que la próxima manifa del 11-S sea menos diversa que las anteriores a ningún nivel (ideológico, racial, de edad y etcétera), pero los analistas y encuestadores de Esquerra son tan cortitos como para pensar que les acabaremos comprando su sociología de café con leche. Con unos propagandistas tan mediocres, suscitar la impostura es un juego de niños.

En el fondo, el president Aragonès está intentando reeditar la actitud absentista de Artur Mas en la Diada para intentar injertar la presidencia de un carácter moderado. El problema de esta estrategia es ignorar que la mayoría de independentistas ya no se tragan las mismas jugadas maestras ni aquel tipo de astucia que solo pretende esconder la falta total de principios. Eso tiene su gracia, y no solo porque Esquerra siga haciendo cursillos torpes de imitar las trolas convergentes, sino porque su pretensión de reeditar los inicios del procés está chocando con una gran pérdida de ingenuidad del electorado indepe; una suma inmensa de conciudadanos que, vuelvo a insistir, solo acabará con esta partidocracia y sus pajes con una abstención masiva en las próximas contiendas electorales. De hecho, a mí me encantaría que el Molt Honorable tuviera razón y, de ser la presente una manifestación contra unos partidos patentemente mentirosos y fraudulentos, servidora no tendría ningún inconveniente en asistir a la Diada entre bípedos sudados y chillones.

Pero para ver a un grupo de convergentes y republicanos supuestamente furibundos con los corruptos que los alimentan, como comprenderéis, será mucho mejor verlo desde el sofá de casa. Y, aparte, si Aragonès va o no va a cualquier lugar, como puede contrastar cualquier persona, no le importa a nadie.