Si no es premeditado, es mucha casualidad que la voluntad de JxCat de romper con el PSOE coincida con el momento en que según qué encuestas, la última del gubernamental Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) por ejemplo, dan más ventaja que nunca a Pedro Sánchez, aunque parezca mentira, sobre el PP de Alberto Núñez Feijóo. No sería la primera vez, en todo caso, que dos fuerzas políticas pactan incluso las desavenencias y la forma de partir peras. Se pusieron de acuerdo para hacerlo Jordi Pujol y Felipe González en la época de los escándalos de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), de los casos Rubio y Roldán o, entre otros, del espionaje del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID): primero se realizaron las elecciones catalanas a finales de 1995 y después las españolas a comienzos de 1996. No debería extrañar a nadie, pues, si ahora lo hubiesen hecho también Carles Puigdemont y Pedro Sánchez.
Lo que no es normal es que prácticamente el único acuerdo de dos años de relación sea justamente, si acaso, el de pactar el desacuerdo. Y es que, salvo la entente para poder disponer de grupo propio en el Congreso a pesar de que según los números obtenidos en las urnas no le correspondía, los frutos de la alianza de JxCat —y también de ERC— con el PSOE son, aunque en algunos casos no sea por su culpa, nulos: el 130º presidente de la Generalitat no puede beneficiarse de la amnistía, las competencias en inmigración no se han transferido a la Generalitat, el catalán sigue sin ser oficial en la Unión Europea (UE), el traspaso de Rodalies parece una broma de mal gusto, la reforma de la financiación de Catalunya será una reedición del café para todos, y un etcétera que podría ser muy largo. Es obvio, aun así, que los motivos de unos y otros para romper ahora la relación son diferentes y que el PSOE, de hecho, no querría tener que hacerlo, pero lo que pasa es que JxCat se ve abocado a ello.
Tan fuerte debe ser el batacazo que les viene encima que los de Carles Puigdemont prefieren recibirlo en las elecciones españolas antes que en las municipales, que invariablemente se celebran siempre el último domingo del mes de mayo, en este caso de 2027, de aquí a apenas un año y medio, y que serían las primeras en sufrir las consecuencias de la situación política actual porque las españolas, si se agotara la legislatura, se harían igualmente en 2027, pero después. En este contexto, JxCat ha movilizado cielo y tierra para tratar de minimizar la caída que le pronostican todos los sondeos —en beneficio del partido de la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, Aliança Catalana, que no para de crecer a su costa—, después de que los alcaldes que todavía le quedan hayan puesto el grito en el cielo por el temor de que la política errática de la dirección de la formación en todos los ámbitos y la falta de pragmatismo exhibida desde que el partido dejó el Govern de la Generalitat que presidía Pere Aragonès les pase factura a ellos si son los primeros en tener que someterse al veredicto de las urnas.
Eso explica en buena medida el interés de JxCat por divorciarse del PSOE, en un intento quizá desesperado de recuperar la credibilidad perdida, más allá de ser cierto que durante estos dos años de maridaje no haya conseguido, por la causa que sea, ninguna de las cosas que se había comprometido a hacer Pedro Sánchez. Lo ideal para JxCat sería que, a raíz de la decisión de sentirse liberado del acuerdo que lo unía con el PSOE precisamente por culpa de sus incumplimientos, el presidente español, que quedará en minoría en el Congreso, se vea obligado sí o sí a avanzar las elecciones. Porque los de Carles Puigdemont dejarán de garantizarle el apoyo, bloquearán todas las iniciativas legislativas que presente, salvo las que sean de su interés, y votarán en función de sus conveniencias sin importarles si coinciden con unos o con otros, lo que significa que tampoco les importará seguir votando con el propio PSOE cuando sea necesario. Y que, a fin de cuentas, no deja de ser un poco lo que ya ocurre ahora. Esta sería la lógica en el supuesto de que las dos partes hubieran pactado efectivamente la ruptura.
Lo obvio es que Pedro Sánchez tiene la sartén por el mango para convocar las elecciones cuando a él le vaya bien, y aquí es donde le puede salir mal la jugada a JxCat
Pero en la hipótesis de que la separación no sea de mutuo acuerdo, la realidad será que el líder del PSOE tendrá margen de maniobra suficiente para seguir gobernando aunque sea a trancas y barrancas, porque de hecho es lo que ya está haciendo durante todo este mandato, y para intentar, a pesar de ello, completarlo hasta el final. No sería la situación más cómoda ni halagüeña, y menos a la vista de los escándalos de corrupción que lo acosan cada día más tanto en la esfera personal como en la del partido, pero en el escenario de la comedia política española todo es posible por inverosímil que sea. Lo obvio es que Pedro Sánchez tiene la sartén por el mango para convocar las elecciones cuando a él le vaya bien, y aquí es donde le puede salir mal la jugada a JxCat, que se puede quedar con un palmo de narices esperando unas elecciones, las españolas, que, a pesar de sus cálculos y sus esfuerzos, no acaben de llegar nunca.
En todo caso, una vez se hayan celebrado, y siempre que obtenga un resultado que le permita hacer algo, que es lo que ahora es más dudoso, ¿qué hará la formación heredera de CiU? ¿Volver a pactar con el PSOE? ¿Pactar con el PP? ¿Saldrá del fuego para caer a las brasas? ¿O quedará marginada en un rincón del grupo mixto porque habrá perdido armas y bagajes y nadie necesitará de sus servicios? Acabe como acabe, el divorcio entre JxCat y el PSOE es un divorcio muy peculiar, ralentizado en el tiempo, al estilo del ni sí ni no sino todo lo contrario que caracterizó la vida de CiU y que ha impregnado también la de sus sucesores, porque en el fondo el partido del 130º presidente de la Generalitat quiere y no puede: quiere marcar perfil dejando plantado a Pedro Sánchez, pero no puede alejarse demasiado del poder, porque, aunque la relación de momento se rompa, le gustaría que siguieran siendo amigos, por si acaso la tuvieran que retomar más adelante.
El problema principal, sin embargo, lo tiene en Catalunya, independientemente de los resultados que saque en los comicios españoles. Por eso la dirección parece que haya hecho caso de los alcaldes y, por un lado, se haya dado cuenta de que mantener el pacto con el PSOE sin obtener nada lastra el proyecto general y, por otro, haya incorporado a la agenda nacional cuestiones como los fraudes en el padrón municipal, las ocupaciones delincuenciales o la multirreincidencia, que hasta ahora, sin importarle si son planteamientos calificados de extrema derecha o no, solo eran abordadas por Aliança Catalana. Y es que donde JxCat se juega de verdad el futuro y la supervivencia es en la nación y en los municipios que la componen.