Algunos dirán que es victimismo para tapar el retroceso, otros que hace el papelón para no tener que contestar a las preguntas afiladas de Jordi Basté e incluso algunos pensarán que es marketing chapucero para despertar la compasión. Pero las lágrimas de Jordi Turull, en contra de lo que muchos especulan, son de verdad. Turull encarna como nadie el efecto deformador de la represión política: cuando el sacrificio personal por una causa es alto, es imposible volver a la contienda sin leerlo todo desde aquel sacrificio. Por eso colapsa en RAC1, porque se ve atrapado entre los ideales por los que ha sido cuatro años encarcelado y una crisis de gobierno que en el fondo va de todo menos de la independencia de Catalunya.

Atrapado entre los ideales por los que ha sido encarcelado y una crisis de gobierno que en el fondo va de todo menos de la independencia

Turull no es el único a quien la represión ha echado a perder para el ejercicio de cargos políticos. Oriol Junqueras es hoy una persona enfadada permanentemente, incapaz de camuflar el autoritarismo con el que gobierna su partido con el fin de conquistar lo que denominan hegemonía, concepto que veneran como un Dios. Carme Forcadell habla como si quisiera desaparecer, como si haciéndose pequeña y cerrando los ojos pudiera borrar los recuerdos de la celda que la persiguen. Josep Rull se ha vuelto hippie y desprende aires de chamán. Jordi Cuixart, el príncipe del pueblo, quiso ahorrarse todos estos aprietos y se marchó con maletas e hijos a Suiza, a luchar todas las causas por Catalunya que se pueden luchar desde una empresa de embalaje.

La prisión y el exilio lastiman el espíritu. Los que los sufren se convierten en el peor enemigo de la causa que representan

Los efectos de la represión son sutiles y silenciosos porque forman parte de la intimidad de quien la sufre. Hoy, la vocación política de Jordi Turull está estrechamente vinculada a los cuatro años en los que no pudo ser la persona que habría querido ser. Cada decisión la toma con la finalidad de escuchar que su sacrificio valió la pena, como también hace Junqueras, aunque para uno y otro los caminos que los llevan a escucharlo sean diferentes. La prisión y el exilio lastiman el espíritu y los que los sufren se acaban convirtiendo en el peor enemigo de la causa que quieren representar porque, al igual que en un país pequeño todo se convierte en personal, en una clase política donde todavía hay líderes —y seguidores— que incluso viven una crisis de gobierno desde el trauma, también.

Junts se valdrá de las lágrimas de Turull para disimular la falta de proyecto —que ahora, de hecho, es colaborar por omisión con el de ERC

Junts es un partido sin ninguna idea por defender que se valdrá de las lágrimas de Turull para disimular la falta de proyecto —ahora, de hecho, es colaborar por omisión con el proyecto de ERC. No saben quiénes son ni a quién representan, tampoco a quién quieren representar. No tienen ninguna propuesta para deshacer lo que hicieron ni para hacerlo mejor. No se atreven a posicionarse en nada y por eso han convertido Catalunya en un país donde la única derecha es española. Desde el principio se han dedicado a llenar este vacío con nombres propios para no tener que atacarlo de raíz, pero los nombres propios tienen fecha de caducidad. Turull, un convergente clásico de los que empezaron en la JNC y pasaron por Pujol y Mas, hoy solo sirve de medalla al espacio que representa porque fue encarcelado. Su capital político, el que va más allá de la prisión, no se atreve a defenderlo nadie porque en su partido no han sido capaces de construir un espacio ideológico lo bastante sólido desde donde reivindicarlo. Peor todavía, a él ya le está bien, porque tiene suficiente con ser Jordi Turull, el hombre que por fuera parece de acero y por dentro es de nube de azúcar, el político del compromiso tan firme con el país que llora en la radio para seguir en primera línea y sanar sus heridas que, en el fondo, son sus ambiciones.