En la trilogía de El Señor de los Anillos sale una escena en que los intrépidos hobbits Frodo y Sam comparten un pan élfico especial, el pan de Lembas, que reconstituye y da energía a los viajeros. Un pan sin levadura, plano y redondo, parecido a una galleta, tostado por fuera y de color crema por dentro, que con poca cantidad ya proporciona la energía necesaria para continuar el viaje. En nuestros orígenes, los humanos éramos nómadas y es evidente que nuestros ancestros tuvieron que viajar mucho, porque la comida se tenía que cazar y había que seguir a los grandes rebaños de animales, porque se tenía que recolectar según las épocas del año y, sobre todo, se tenía que buscar agua y un lugar abrigado que permitiera protegerse de depredadores y cobijarse. Por lo tanto, los grupos humanos muy pronto se tuvieron que espabilar para encontrar comida nutritiva y ligera, que se pudieran almacenar en poco espacio sin estropearse, y que les permitieran caminar y hacer camino, proporcionando energía. Por ejemplo, los frutos secos, pero también los tallos subterráneos de plantas que se engrosan y acumulan almidón, como tubérculos y rizomas.

Por otra parte, muchas de estas comidas vegetales son indigestas y necesitan un tratamiento previo para hacerlos digeribles. En el caso de los vegetales con almidón, como el arroz, la patata o la harina de trigo, cocinarlos directamente sobre el fuego o hervirlos, por ejemplo, los hace mucho más digeribles y se aprovechan mejor sus componentes nutritivos. De hecho, hay antropólogos que hipotetizan que el gran salto en la capacidad craneal entre nuestros antepasados, Homo habilis (surgido en torno a los 2,3 millones de años) y Homo erectus (surgido hace unos 1,8 millones de años, con mayor capacidad craneal y mandíbulas con dientes más similares a los nuestros), se debe justamente a la adquisición de la capacidad de cocinar, es decir, de dominar el fuego, lo cual nos sirvió para independizarnos de los árboles, dedicar menos esfuerzos a la masticación y digestión, calentarnos y protegernos, al mismo tiempo permitiendo la adquisición de un cerebro más grande con mayores requerimientos energéticos. No sabemos a ciencia cierta en qué momento los humanos nos hicimos amos del fuego. No tenía que ser fácil. Ni ahora es sencillo encender fuego sin los utensilios adecuados. Y si no me creéis, preguntádselo a los que quieren hacer una barbacoa, que necesitan carbón, pastillas o líquido encender, y cerillas. ¿Cuántos de ellos lo saben hacer a golpes de piedra de sílex, o fregando dos maderas hasta hacer saltar las chispas?

Otzi, el hombre de hace 5.000 años que fue encontrado dentro de un glaciar en los Alpes italianos, llevaba cuidadosamente el fuego con él, con brasas envueltas en hojas de espino colocadas en una cajita de corteza de abedul. Si las brasas se mantienen en una combustión baja, pueden ser reavivadas fácilmente cuando se ponen sobre material seco y con oxígeno (por eso, aireamos y abanicamos las brasas cuando las queremos reavivar). Sin embargo, por si acaso, también llevaba con él un kit para iniciar fuego desde cero, con pirita de hierro, sílex y setas de cepa (para hacer de mecha). El fuego permitía digerir y aprovechar mejor las plantas, pero también la carne, desnaturalizando proteínas y esterilizando la comida, además de la función protectora. Por lo tanto, el dominio del fuego ha sido un elemento absolutamente indispensable en la supervivencia diaria y la evolución de nuestros ancestros. No es de extrañar que encontremos restos en muchos lugares de asentamiento de poblaciones humanas, como al Abric Romaní (parque prehistórico de Capellades), donde investigadores del IPHES estudian la huella que dejaron en esta cavidad rocosa diferentes oleadas de poblaciones neandertales que vivieron allí hace entre 75.000 a 40.000 años.

¿Cuáles son los restos más antiguos del uso del fuego por parte de los humanos? Tenemos restos de hogueras creados y mantenidos por poblaciones humanas más próximas en el tiempo, como acabamos de comentar, pero se cree que hace centenares de miles de años que los humanos aprendimos a usar el fuego para cocinar. Algunos de los restos más antiguos se han encontrado en un lago de Israel, donde los restos de numerosas hogueras (además de encontrar restos de husos quemados de animales) están fechados de ahora hace unos 700.000-800.000 años. Aunque quizás los restos más antiguos (hasta el momento) se han encontrado en Sudáfrica, en una cueva denominada Wonderwerk, que ha sido habitada por humanos y por sus ancestros, al menos desde hace 2 millones de años, y que contiene restos de cenizas, de hogueras intencionadas (y, por lo tanto, obra de homínidos), de hace un millón de años.

Los restos de animales (huesos largos, mandíbulas y dientes), aunque estén carbonizadas, son más fáciles de encontrar en los restos de hogueras y también en asentamientos donde había poblaciones humanas. Es mucho más difícil que se conserven y se puedan identificar los restos de vegetales, a excepción de las semillas. Los vegetales, cuando están sobre el fuego, o nos los acabamos comiendo o se queman y pierden estructuras reconocibles. Por eso, ha sido importante el hallazgo de lo que pueden ser los primeros restos, más o menos conservados, de comida vegetal cocinada por humanos, de ahora hace unos 170.000 años en una cueva, de nuevo en Sudáfrica. Se han identificado rizomas del género Hypoxis (llamada patata africana, aunque se parece más a un calçot), carbonizadas dentro de las cenizas de hogueras de la Edad de Piedra, probablemente abandonadas cuando cayeron dentro de las brasas (igual que hacemos ahora si nos cae un calçot dentro de la hoguera). Es decir, acaban de descubrir que los humanos que vivían en aquellas regiones recolectaban estos tallos enterrados (que son muy nutritivos), y los transportaban como alimento y fuente de energía, y así facilitaban la movilidad de las poblaciones humanas. El pan de Lembas de nuestros ancestres.