A pesar de formar parte de un partido catalán, a Gabriel Rufián siempre le ha interesado más la política española. Cada uno elige lo que más le conviene, y él eligió defender la independencia de Catalunya en castellano cuando el clamor en favor de un estado propio había empezado a coger fuerza tras la multitudinaria manifestación del Onze de Setembre del 2012 en Barcelona y cuando expresarlo precisamente en la lengua del imperio del que quería separarse era visto como una heroicidad. De hecho, este fue el motivo que llamó la atención de ERC para incorporarlo a sus filas, a partir del 2015 como candidato al Congreso, con la intención de ganar posiciones entre el electorado castellanohablante. Diez años después, sin embargo, una reinterpretación en sentido inverso de este mismo talante puede ser que los separe.

Gabriel Rufián, nacido en Santa Coloma de Gramenet en 1982 de padres andaluces, comenzó su carrera pública como activista social en 2014 a través de Súmate, la plataforma presentada en 2013 con el objetivo de mostrar, de manera apartidista, el apoyo de ciudadanos que tenían la lengua española como propia a la causa catalana. En el mismo 2014 se hizo socio de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), fue miembro de su secretariado nacional, y en 2015 lo reclutó ERC, que desde entonces lo ha presentado a todas las elecciones españolas que se han convocado y en todas ha resultado elegido. Después de pasar por Badalona y Sabadell, por motivos puramente personales, en seguida fue conocido, más allá de las múltiples tertulias televisivas y radiofónicas en las que participaba, por el lenguaje punzante que, en forma de dardos envenenados, empleaba contra sus adversarios políticos, talmente como si de cortes de voz o de tuits se tratara. Hay dirigentes políticos que cada mañana cuando se levantan piensan, o hacen que sus asesores piensen por ellos, como resumir el mensaje del día en un corte de voz de no muchos segundos que justamente las televisiones y las radios aprovechen sin necesidad de recortarlo. Pocas palabras, bien seleccionadas y llenas de símbolos para alcanzar el efecto deseado.

La expresión más célebre de este tipo de charlatanería seca y cortante fue el tuit más escueto que debe haber escrito nunca y que el 26 de octubre de 2017 dedicó a Carles Puigdemont cuando había empezado a circular que en lugar de aplicar el resultado del referéndum del Primer d’Octubre convocaría unas nuevas elecciones autonómicas: "155 monedas de plata", así tal cual y en castellano. Eran solo cuatro palabras, pero lo contenían todo: lo trataba de traidor al compararlo con Judas, que vendió a Jesucristo a las autoridades judías por 30 monedas de plata, y a la vez lo acusaba de estar aplicando él mismo, al abrir las puertas a las urnas, el artículo 155 de la Constitución, que suspendía el autogobierno de Catalunya. El tuit fue tan demoledor que contribuyó a que el 130º president de la Generalitat diera marcha atrás y al día siguiente, el día 27, el Parlament proclamara la independencia de Catalunya, aunque a efectos prácticos no sirviera de nada.

Es que él todavía se mueve en el eje izquierda-derecha, que para él es más importante que el eje nacional Catalunya-España

Con este movimiento Gabriel Rufián llegó a su cenit y a partir de ahí fue desarrollando una especie de odio visceral hacia JxCat que ha conseguido dinamitar las relaciones de natural difíciles que siempre ha tenido con ERC. De hecho, algunas de sus intervenciones en el Congreso, no exentas a menudo de vocabulario subido de tono y especialmente beligerante, parecen más bien enmiendas a la totalidad de la política del partido de Carles Puigdemont que de la formación que gobierna España, el PSOE, y su presidente, Pedro Sánchez. En la misma línea, el comportamiento hacia el socio minoritario del ejecutivo español, Sumar, y el resto de fuerzas supuestamente de izquierdas —las que él mismo llama izquierdas periféricas— acostumbra a ser cordial, cuando no exquisito. Y es que él todavía se mueve en el eje izquierda-derecha, que para él es más importante que el eje nacional Catalunya-España.

Es en este contexto que hay que entender la propuesta lanzada recientemente por el chico de Santako —que es como afectuosamente se contrae el nombre de Santa Coloma de Gramenet— para configurar una candidatura unitaria de izquierdas, un frente plurinacional de izquierdas, en las próximas elecciones españolas, que tocan en 2027 si el líder del PSOE consigue, cómo se propone y cómo le facilita la mala gestión del PP ahora en el caso de los incendios forestales que asolan el oeste de España, agotar la legislatura. La iniciativa ha tenido el rechazo incontestable tanto de su partido, ERC, como de las formaciones de las izquierdas periféricas a las que va dirigida. Nadie le ha comprado la moto y nadie le ha dejado la más mínima brecha entreabierta ni siquiera para considerarlo más adelante. Pese a la oposición frontal de todos, Gabriel Rufián no ha parado de insistir en ello y ha obligado al presidente de ERC, Oriol Junqueras, a tener que rehusarla repetidamente.

Hay quien ha comparado la propuesta con la llamada Operación Roca, que puso en marcha el secretario general de CDC, Miquel Roca, mediante la creación del Partido Reformista Democrático (PRD) en 1984, con el objetivo de competir con el PSOE de Felipe González y la Alianza Popular (AP) de Manuel Fraga para llegar a la Moncloa en 1986, y que se saldó con uno de los fracasos más sonados de la historia política española: más allá de los 18 diputados de CiU y 1 de Coalición Galega, el PRD como tal no obtuvo ninguno, y la misma noche de las elecciones Miquel Roca se desentendió de él y el partido acabó disolviéndose. La diferencia fundamental es que mientras en el episodio de la también llamada Operación Reformista CDC se volcó en el proyecto de su número dos —aunque en algunos casos fuera a regañadientes—, en el de Gabriel Rufián ERC no quiere saber nada de nada. No habrá, por tanto, una Operación Rufián, si no es que él mismo se monta la parada por su cuenta.

Esta es la incógnita que hay sobre la mesa en estos momentos, y en un triple sentido. Por un lado, saber si hará caso de la negativa de la dirección de ERC o tirará adelante al margen del partido. Por otro, conocer si es consciente de que todas las iniciativas políticas que salen de Catalunya en España están condenadas al fracaso y, precisamente para evitarlo, construirá una de carácter lerrouxista al estilo de Cs. Y, por otro, descubrir si todo esto es una maniobra para deshacer el camino que lo llevó a ERC y aterrizar en alguna de las mal llamadas izquierdas españolas que él, según cómo, parece que tanto venere. Lo que está claro es que un día ERC utilizó a Gabriel Rufián para, como siempre le ha gustado remarcar a Oriol Junqueras aunque haya sido una proclama vacía de contenido, ensanchar la base, y ahora él usa al partido para promocionarse personalmente.

Diez años de convivencia, en todo caso, que dejan un regusto agridulce a la hora de hacer balance. Y es que el colmo de ERC, un partido históricamente catalanista que tiene en la defensa de la lengua catalana uno de sus pilares, habrá sido tener un jefe de filas en el Congreso que, cuando ha habido la oportunidad de hablar con relativa normalidad en catalán, aun sabiéndolo perfectamente a pesar de que su lengua materna es el castellano, no ha aprovechado la carga política que esto representa y no lo ha usado casi nunca en la tribuna del hemiciclo. ¿Quizás porque los planes son otros?