Cada mañana escucho las tertulias que la radio ofrece al país —las de las radios más grandes— y hago el ejercicio de comprobar si después de cada intervención tiene sentido un "Ok, boomer". Para sorpresa de nadie, casi siempre lo tiene. Al menos para mí lo tiene y sospecho que también para tantísima gente de mi generación —tengo 25 años—. Ser boomer, o ser visto como boomer, no es solo parecer un viejo desubicado. También es el equivalente al estereotípico cuñado de sobremesa el día de Sant Esteve con un par de copitas de cava de más. "La gente ya no va al cine porque ahora prefieren las plataformas de streaming". Ok, boomer. "El problema de las discotecas —hablando del caso Dani Alves— es que hay reservados". Ok, boomer. Son boomers o nos suenan boomers las afirmaciones superficiales que refríen lo que "se ha dicho siempre" y las tertulias, si eso es así, son una espiral de tortura boomer sin fin, como oír a tu abuelo hablar de cuando se podía jugar a la pelota en la calle sin el amor de escucharlo con devoción.

Son boomers o nos suenan boomers las afirmaciones superficiales que refríen lo que "se ha dicho siempre" y las tertulias de la radio son una espiral de tortura boomer sin fin

En la otra punta del boomerómetro están los podcasts que flotan como islitas en torno a los grandes medios. Los hacen gente famosilla de lo suyo —esto puede costar un poco de describir— y hablan, evidentemente, de lo suyo. Una vez, un articulista conocido —conocidillo— me dijo que los catalanes utilizamos "lo" para taparnos las cobardías y quizás es verdad, porque ahora lo he utilizado para asegurarme de que todos habéis llenado mentalmente el contenido de estos podcasts con lo que habéis querido. Con un poco de suerte, habremos coincidido. Se habla de aquello que generacionalmente nos preocupa o se supone que lo tiene que hacer: de moda, de horóscopos, claro está, de cotilleo en general, de feminismo, de deconstrucción de género, de poliamor, de responsabilidad afectiva y de tantas otras cosas que no sé por qué no las puedo consumir y digerir todas. Con las que consumo y digiero me pasa a menudo que acabo por tener la sensación de que he invertido mi tiempo en reflexionar sobre banalidades. No es porque los temas siempre lo sean. Muchas veces no lo son. Es porque me parece que de todo se hace entretenimiento y eso siempre destruye la profundidad.

Sorprende ver que, de entre toda la iniciativa podcastil juvenil, hay muy pocos que no estén hechos para pasar el rato y poco más: de todo se hace entretenimiento y eso siempre destruye la profundidad

Quizás es porque los zennials y millennials hemos tenido que hacer lo que creíamos que los grandes medios no hacen por nosotros, pero sorprende ver que, de entre toda la iniciativa podcastil juvenil y asimilados, hay muy pocos que no estén hechos para pasar el rato y poca cosa más. A veces me he encontrado escuchando tertulias que tenían que ser sobre la ciudad de Barcelona y han derivado en si es preocupante o no parecer que vas vestida de pueblo, o debates sobre feminismo tan repletos de un argot incomprensible, casi tribal, que no he podido entrar. No todo el mundo es el público para todo y no todo el mundo lo tiene que ser, esta es la clave de la diversidad: si encuentras un lugar y lo trabajas, podrás crecer hasta hacértelo tuyo. A pesar de todo, es frustrante comprobar que aquello que quiero escuchar, porque me importa y me interesa, lo tratan personas que hace treinta años que no se han planteado si se creen lo que dicen o si piensan un poquito fuera del estudio de radio, y que aquellos a quien quiero escuchar, porque de verdad se preocupan de lo que son y piensan, no aciertan los temas —o sí pero deforman el formato porque quieren llenar los espacios vacíos entre la Corpo y el Grupo Godó.

Si te has podido ganar un espacio de debate con un público joven, quizás tienes que encontrar las ganas para aprovecharlo, hacer un servicio a este público joven y darles buen material

Todo lo que he escrito estaría viciado si no encajara la cuña que explica un poco el fondo: en los grandes medios no se da espacio a gente joven si no es para hablar de jóvenes o de aquello que asocian con los jóvenes las mentes boomers que toman las decisiones. Todo el mundo tiene sus reivindicaciones y esta es la mía. Si nadie se encarga de hacernos lucir como podríamos hacerlo porque supone un cambio sistémico y una conmoción grande buscar gente que no sean López Alegre para hablar de violaciones en las discotecas o Màrius Carol para hablar de cine, el trabajo, en un mundo donde merecer las cosas no sirve de nada, tiene que ser nuestra. Si te has podido ganar un espacio de debate con un público joven quizás tienes que encontrar las ganas para aprovecharlo, hacer un servicio a este público joven y darles buen material, para que si nunca los ponen delante de un micrófono al lado de un tertuliano de la vieja escuela, el mejor "ok, boomer" sean sus argumentos. Argumentos que trasciendan la centrifugación generacional y que se escapen de los lloriqueos enquistados de quien no puede pensarse como algo más que como joven con problemas. Sencillamente: los argumentos de quien tiene ganas de pensar y la fuerza para hacerlo contra quien solo se sabe explicar repitiéndose. Este será el "ok, boomer" definitivo.