Mañana, elecciones a Cortes españolas, la institución que legisla con más poder sobre Catalunya a pesar del Parlamento catalán. Con todo el cariño que nos merece nuestra institución, la cruda realidad es que es subsidiaria de lo que se determina a escala española, con la consecuencia de que la Generalitat se puede considerar una especie de gestoría local de lo que en Madrid tienen a bien ceder, ya sea en ingresos, en gastos o en capacidad legislativa. Estas elecciones a Cortes españolas van, pues, del poder en el Estado en mayúsculas y, en lo que nos afecta (que no es poco), sobre Catalunya.

No soy analista político, pero igual que en las elecciones municipales del pasado mes de mayo me permití hacer alguna reflexión con perspectiva económica sobre el llamamiento a la abstención, también ahora me permito repetirlo —desde la misma perspectiva— con motivo del llamamiento por parte de cierto movimiento social a favor de votar en blanco o nulo.

Desde el máximo respeto por las decisiones individuales de optar por votar en blanco o por emitir un voto nulo, personalmente entiendo que hay argumentos para pensar que hacerlo constituye un error de participación política. Veámoslo.

Los políticos que salgan elegidos determinarán qué impuestos debemos pagar, en qué se gastará ese dinero, qué políticas llevarán a cabo en los ámbitos autonómico, social, sanitario, de seguridad, de redistribución, de inmigración, como tratarán a Catalunya, y todo el largo etcétera de la intervención del Estado en nuestro día a día. Por lo tanto, está en juego el bolsillo y el modelo de país. Cuando una persona interesada en política se abstiene de votar —porque considera que el sistema de representación política es defectuoso, porque ninguna oferta de partido le gusta, porque considera que se han incumplido compromisos anteriores— cuando se queda en casa, hace lo mismo que aquel a quien la política le interesa un rábano y no vota nunca. Mirándolo bien, si alguien políticamente comprometido se abstiene de votar, con su actitud se hace cómplice de los resultados de quien va a votar.

Aunque sea tapándose la nariz, votando al menos malo, lo más racional es participar y hacerlo con votos válidos

Con los votos en blanco y los votos nulos pasa exactamente lo mismo. No parece la mejor decisión pensando en términos de costes y beneficios. Por los siguientes motivos:

  1. Como en el caso de la abstención, el hecho de no votar a un partido o candidato concreto refuerza (con el voto de menos a quien sea) los resultados de quien emite votos válidos, los únicos que se cuentan para repartir el poder político. El beneficio se lo llevan los otros.
  2. Paradójicamente, el llamamiento a votar en blanco o nulo va dirigido a personas con ganas de cambiar las cosas, interesadas o muy interesadas en la política. Parece un contrasentido. El beneficio sería provocar el cambio, pero esta vía no es de eficacia probada.
  3. El rendimiento individual directo de votar en blanco o nulo es la satisfacción de quejarse, de mostrar el descontento con los partidos que se presentan o con el sistema político vigente. El valor que cada uno le dé a esta manera de quejarse entra en la esfera individual. En la práctica, su voto va a la papelera.
  4. En caso de existir un gran número de votos en blanco o nulos, se hincharía la bolsa de votos no válidos y se podría producir el beneficio de la satisfacción por la queja colectiva. Pero, al tratarse de un mensaje genérico, no concreto, no dirigido a un destinatario específico, fácilmente se disiparía.
  5. Votar comporta cierto esfuerzo, hace incurrir en costes que no se dan en el caso del abstencionista: hay que ir al colegio o a Correos, hacer colas, quizás sacrificar un fin de semana, etc. Para obtener el mismo resultado práctico, en tema de costes, quien va a votar en blanco o nulo tiene un comportamiento económicamente menos racional que el abstencionista, que no hace ningún esfuerzo.
  6. Que quien abra los sobres y supervise el recuento se encuentre con muchas papeletas en blanco, con papeletas del 1-O o con mensajes de cariz independentista, no trascenderá más allá de las cuatro paredes del colegio electoral. Por lo tanto, es un beneficio nulo o próximo a cero, sin ningún efecto tangible.

Si de lo que se trata es de cambiar el sistema de representación o de quejarse de los políticos que nos representan, votar en blanco o votar nulo no sirve. Existe una alternativa más fácil, que es quedarse en casa, pero como soy de los que no cree en esta opción, no la recomendaría. Aunque sea tapándose la nariz, votando al menos malo, lo más racional es participar y hacerlo con votos válidos.