Tenía razón Pasqual Maragall cuando proclamaba que "no hi ha un pam de net, expresión catalana que equivaldría a la castellana “no hay trigo limpio”. Lo dijo el 15 de abril del 1994, siendo alcalde de Barcelona, preguntado sobre el alcance de los casos de corrupción Rubio (Mariano Rubio, gobernador del Banco de España) y Roldán (Luis Roldán, director general de la Guardia Civil) que habían estallado y que afectaban a la línea de flotación del gobierno del PSOE presidido por Felipe González, pero refiriéndose también a la situación de Catalunya:  "Aquí en Catalunya hay muchos casos, pero están escondidos debajo de la alfombra y algún día saldrán". No hay que olvidar que fue él mismo quien años más tarde, el 24 de febrero del 2005, siendo entonces president de la Generalitat, le espetó al líder de CiU, Artur Mas, aquello que se hizo tan famoso de que "ustedes tienen un problema y este problema se llama 3%". Y a partir de ahí se desencadenó todo.

El ejemplo sirve para ilustrar como la corrupción ha sido y es omnipresente en la vida política en España y en Catalunya y como prácticamente no hay ningún partido que se salve. La última sombra de sospecha es la que recorre el PSOE a raíz del llamado caso Koldo, una presunta trama de cobro de comisiones irregulares por la venta, a diferentes administraciones públicas, de mascarillas a precios desorbitados durante la pandemia de la covid, que salpica directamente a quien en su día fue uno de los colaboradores más estrechos de Pedro Sánchez, el exsecretario de organización del partido y exministro de Transportes José Luis Ábalos, y que puede acabar afectando, según cómo evolucione, al propio presidente del gobierno español. Y ello porque Koldo es Koldo García, que fue asesor de José Luis Ábalos en la época en que éste era ministro y a la que corresponden los hechos denunciados, y que antes había formado parte del triunvirato, junto con el propio exministro de Transportes y Santos Cerdán, que catapultó de nuevo a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE tras haber sido expulsado de ella.

El chivo expiatorio de este caso es, por ahora, José Luis Ábalos, a quien el partido acabará expulsando al negarse a devolver el escaño que ocupa en el Congreso y haber pasado al Grupo Mixto para poder seguir siendo diputado. A partir de aquí, el relato político de este nuevo episodio de supuesta corrupción es de manual: el PP despliega todas las baterías contra Pedro Sánchez y el PSOE cierra filas —cuando menos de momento— para protegerle, el PP enciende el ventilador y esparce la duda sobre el ministro de Sanidad de la época, Salvador Illa, y en especial sobre la presidenta del Congreso, Francina Armengol, entonces presidenta de las Balears, por haber comprado una partida de mascarillas que, además, eran defectuosas y haberla hecho pagar con fondos europeos, y el PSOE contraataca recordándole que tiene plomo en el ala exactamente por el mismo motivo con el hermano de la lideresa de Madrid Isabel Díaz Ayuso y que en el sumario del caso Koldo también sale Miguel Tellado, el actual hombre fuerte de Alberto Núñez Feijóo. Nada nuevo. El problema es que en un país como España nadie está libre de culpa para tirar la primera piedra. Al contrario. En el país de la picaresca, tan bien retratada en la novela anónima del siglo XVI La vida de lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, quien no la ha hecho es porque no ha podido.

En un país como España nadie está libre de culpa para tirar la primera piedra, al contrario

Por eso nadie dimite nunca, aunque no tenga culpa de nada, ni que sólo sea para asumir la responsabilidad política que le corresponde, a diferencia de lo que sí ocurre en cualquier democracia mínimamente consolidada. El caso Koldo es una piedra inesperada en el zapato del presidente del gobierno de España, que cómo debe ser de grande que ha supuesto de entrada el sacrificio de quien en su día había sido uno de los hombres de su máxima confianza. El juez de la Audiencia Nacional que lleva la causa, Ismael Moreno, ve los delitos de organización criminal, blanqueo de capitales, soborno y tráfico de influencias y sitúa a José Luis Ábalos como intermediario de la trama. Ahora se entiende por qué, cuando nadie se lo esperaba, de golpe en 2021 dejó de ser ministro. Parece que ya entonces Pedro Sánchez quería tener las espaldas bien cubiertas por si acaso. Y el por si acaso es lo que sucede ahora.

Cómo de potente debe ser el asunto en cuestión —incluso la esposa del propio líder del PSOE sale comprometida en los papeles— que a ratos hasta parece que el PP se olvide de su tema estrella para desgastar a Pedro Sánchez, la ley de amnistía, y prefiera centrar la atención en este filón de presunta corrupción al que, por ahora, no se le ve el final, porque cada día que pasa se complica más y más. Y es que hay que tener presente, en todo caso, que el número uno del PSOE llegó el primero de junio del 2018 a la Moncloa por medio de una moción de censura a Mariano Rajoy agitando precisamente la bandera de la lucha contra la corrupción después de que el PP fuera condenado por haberse beneficiado de los sobornos del caso Gürtel y ahora ese mismo comportamiento se le puede girar en contra. Lo que ocurre es que nadie está en condiciones de dar lecciones de nada, porque todos los partidos tienen una mancha u otra, más grande o más pequeña, en su historial.

El único que lo habría podido hacer es quien en su día fue alcalde de Sabadell y miembro destacado del PSUC, Antoni Farrés, sobre quien nunca hubo la más mínima sospecha de nada. Al contrario, fue conocido por su fama de incorruptible y probablemente debe ser el único representante de la clase política catalana contemporánea que se merece este atributo. Es famoso el episodio en el que un empresario se le presenta en el despacho con un maletín lleno de billetes preparado para sobornarle y él llama a la policía para que lo detengan. Y no tan sabido, pero también ejemplificante, es cuando obliga a una hermana a retirarse de un concurso para proveer plazas de arquitectos municipales del Ayuntamiento de Sabadell, al que se había presentado sin que él tuviera conocimiento, para que no pudiera ser interpretado que había ningún tipo de trato de favor por parte del alcalde. Es aquello de que la mujer del César, además de ser honesta, debe parecerlo.

Y Antoni Farrés aplicó esta máxima al pie de la letra durante toda su carrera política, porque él, como Pasqual Maragall, también era de los que creía que, efectivamente, no hay trigo limpio (por cierto, el problema no se llamaba 3%, sino, como determinó la sentencia del caso Palau, 4%). Lástima que actualmente no haya nadie que recoja su testimonio. Ni Pedro Sánchez, pese a enarbolar el estandarte de la lucha contra las malas prácticas políticas, puede decir ni hacer nada que se le parezca. Encarrilada la ley de amnistía, que pasado mañana debe ser aprobada por el pleno del Congreso, en parte gracias a un autogol del PP, que fue quien pidió la intervención de la Comisión de Venecia para que vetara la ley y le ha salido el tiro por la culata, el líder del PSOE se las prometía muy felices, pero de momento se las verá y deseará para recuperar la iniciativa y tendrá que esperar al desenlace de un caso de supuesta corrupción que no pinta nada bien.