A principios de esta semana se han publicado los datos de diciembre de paro registrado y de afiliación a la Seguridad Social, lo cual permite hacer el balance del año. La del paro que se ha publicado es, como su nombre indica, una información registral que recoge a las personas que dan el paso activo de inscribirse en el SOC para hacer constar que no trabajan y que buscan trabajo. Sin embargo, la información presenta el problema que hay personas que no tienen trabajo y que querrían trabajar, pero no se inscriben. Y también los hay que se inscriben sin voluntad de trabajar, solo a los efectos de obtención de otros beneficios. En cualquier caso, la fuente, por su larga trayectoria temporal y por la homogeneidad de tratamiento, permite saber de manera bastante fiable cómo va el paro.

Los datos de diciembre nos dicen que en Catalunya cerramos el año con 3.615.780 afiliados a la Seguridad Social (cerca de 96.649 más que un año antes) y 346.338 parados (22.820 menos que un año atrás). Así, con un aumento del 2,7% de los afiliados y una reducción de los parados del 6,2% se puede decir que ha sido un buen año. Y así es.

Pero seamos realistas, a pesar de la recuperación de la economía pospandémica, empezamos el año 2023 con cerca de un parado por cada 10 afiliados a la Seguridad Social, una proporción muy alta que va en la misma línea que la fuente de estimación del paro más fiable, que es la Encuesta de Población Activa (EPA), un ejercicio trimestral con una muestra muy amplia de población.

La ratio del nivel de paro que todos conocemos es la que relaciona el número de parados (en la encuesta) con la población activa, la que está en disposición de trabajar. Según la EPA, el número de personas que se encontraba en situación de paro en el tercer trimestre de 2022 (último dato disponible) era de 365.200 personas, que da una tasa de paro del 9,3% en Catalunya. En España, donde casi siempre está de 3 a 4 puntos porcentuales por encima, la tasa era del 12,7%. Estamos muy lejos de los niveles de paro escandalosos de la crisis anterior, cuando en Catalunya en 2013 se alcanzó el máximo del siglo actual (24,4%); pero también estamos lejos de la tasa mínima del siglo que se registró en 2007 (6%).

Comparada con la de otros países europeos, nuestra tasa de paro actual es mala, por no decir pésima. La media europea (un 6,1% en el tercer trimestre de 2022) es menos de la mitad de la española, una proporción que se mantiene muy estable a lo largo de los años. En otras palabras, España (también Grecia, e Italia cerca) dobla la tasa de paro media europea, y puestos a comparar, es cuatro veces la tasa que registra Alemania. Dando un salto en el espacio, los Estados Unidos y Gran Bretaña tienen actualmente una tasa de paro del 3,7% y el Japón del 2,5%.

En los medios se pueden encontrar valoraciones de todos los colores sobre la evolución del paro de diciembre con respecto a noviembre, de diciembre con respecto a diciembre del año anterior, etcétera, y hace que pongamos buena cara cuando el paro baja una décima y que nos pongamos las manos a la cabeza cuando sube una décima. Pero talmente parece como si el árbol no dejara ver el bosque. Y el bosque es que en España (y también en Catalunya, por bien que en una cuarta parte menos) hay unos niveles de paro que en bonanza económica o en crisis son, estructuralmente, del doble de la media o del cuádruplo de los mejores países. En cualquier país desarrollado no mediterráneo se encenderían todas las alarmas si se situaran en nuestros niveles. Diría que con paros del 10%, y no digamos el 15% o el 20%, se declararía emergencia nacional a nivel político, social y sindical, se caerían gobiernos y se pondrían en marcha pactos de Estado y programas amplios para afrontar el problema.

Aquí se van tomando medidas que mejoran parcialmente el funcionamiento del mercado de trabajo, pero se hace sobre una base sólidamente instalada en un paro estructural de dos dígitos, con la paradoja de que muchas empresas no encuentran gente para trabajar (y de aquí, por cierto, la gran inmigración extracomunitaria).

Lo que el sentido común catalogaría como un problema grande interpela a toda la sociedad: empresas que ofrecen puestos de trabajo que los locales no quieren hacer, parados que en realidad trabajan, parados que en realidad no quieren trabajar, sindicatos acomodados con las altas tasas de paro, sistemas de protección social desincentivadores del trabajo, políticos poco valientes para liderar pactos, una sociedad poco propensa al esfuerzo, etcétera.

La historia nos dice que España (la suma de todos los actores anteriores) no está para solucionar lo que por todas partes se consideraría un gran problema. Y que Catalunya, con el añadido que no tiene ningún poder político real sobre la materia, ni se lo puede plantear. Y así ir tirando...