Desaparece una menor en BCN. Como las otras 1.500 que desaparecen cada año. Pero este caso es diferente. Resulta que quién más quién menos conoce a alguien que tiene un conocido que conoce a un familiar de la niña. O conoce a los padres de un compañero de la escuela. A veces pasa, que aparecen conocidos por todas partes. Gran movilización en las redes. La solidaridad se pone en marcha. Busquémosla entre todos.
Y, de repente, recibes mensajes de gente que no habrías imaginado nunca y que te enlaza con la etiqueta que han puesto en marcha. Y el caso crece. Y todo el mundo está pendiente. Y se dispara el consumo de la noticia. Todo el mundo lo quiere saber todo.
Y su escuela se llena de medios. Y la puerta de su casa. Y vamos sabiendo detalles de la niña. Ha dejado una carta. La madre explica a los medios que sufre anorexia. Se ha marchado sin el móvil. Aparece la posibilidad de que haya ido a Euskadi. Los rumores circulan a una gran velocidad. Los reales y los que hacen correr algunos por divertimento.
La gente en los bares, en las tiendas y en las oficinas suponen. ¿Una niña de 16 años sin dinero se puede marchar sola? ¿Qué debe haber ido a buscar? ¿Una cierta paz? ¿La libertad? ¿Está huyendo de sí misma? Y, ¿sabe que medio país la busca? ¿Sabe que estamos todos pendientes de ella? ¿Y, si conoce el alboroto, todavía se hace más difícil el retorno?
Y la gran pregunta: ¿Una chica de 16 años que sufre una enfermedad como la anorexia, aunque legalmente sea menor de edad, tiene derecho a tener el derecho de marcharse de casa? ¿Tiene derecho a que nadie la busque? ¿Tiene derecho a que los padres respeten su decisión? ¿Si usted fuera su padre o su madre, habría hecho lo mismo que sus padres y habría lanzado el tema a la plaza pública, con todo lo que eso comporta? ¿Qué no haría usted por su hija de 16 años si un día se marcha de casa?
¿O qué? ¿Precisamente porque está enferma, la sociedad tiene que velar más por ella y buscarla, a pesar de que ella ha dejado escrito su decisión de marcharse voluntariamente? ¿O lo que tiene que hacer la sociedad es desvincularse de un problema entre unos padres y su hija?
Y, ¿por qué la gran noticia es ella y no los otros 1.499 menores de la estadística anual? Los periodistas discutimos e intentamos analizar. Pues mire, pasa como el caso de Diana Quer, otra chica que desapareció y de la cual todavía no se sabe nada. Las redes amplifican las noticias y pasa como cuando sacas el tapón de la bañera, que el agua que se va es imposible que vuelva.
Y el interés aumenta a medida que pasan las horas. Y las especulaciones. Hasta que el día 22 de noviembre del 2016 alrededor de las ocho menos cuarto de la tarde, 36 horas después de que empezara todo, llega la noticia que todos esperábamos: han encontrado a la niña y está bien. El país respira aliviado. ¡Final feliz!
Durante un día y medio hemos estado pendientes de una niña que sufría y que creía que hacía sufrir a los otros y que decidió huir porque creía que eso la permitiría respirar y que respiraran los demás. Ah, la mente humana, siempre tan compleja.
¿Y nosotros? Bien, con su aparición nosotros, como sociedad, nos hemos quitado un peso de encima y somos más felices. Y hoy quizás abrazaremos con más fuerza a nuestros hijos. Y, sobre todo, a nuestras hijas. Quizás incluso comentaremos el tema con ellos.
Y al final resultará que Martina, sin saberlo, ha fortalecido lazos que hoy no estaban previstos ser fortalecidos. Mire por dónde.