Ser una nación ocupada nos predestina a tener una relación distorsionada con nuestra historia, con nuestra tradición literaria y, concretamente, con nuestra tradición articulística. El relato oficial lo firman los ocupantes y parece que, para descubrir aquellas verdades que realmente nos permiten explicarnos con una cierta perspectiva de pasado y de futuro, cada generación de catalanes debe emprender la tarea de unir las piezas sobre un lienzo blanco. Escribe Júlia Ojeda en el prólogo de Prosa de combate (Comanegra), la recopilación de artículos de Manuel de Pedrolo, que el libro nace del intento de "desviar la condena histórica que cíclicamente ha caído encima de cada hornada de independentistas, que, vaciados o privados del hilo rojo de la memoria que los conecta con los hombres y las mujeres que los han precedido, son obligados a redescubrir las mismas verdades, a enfrentarse a los mismos obstáculos y a tener que combatir una narrativa impuesta que los hace dudar de su propia legitimidad y su razón de existir".
La edición del ensayismo político de Pedrolo permite reconectar con unas verdades que, a pesar de ser escritas en unas circunstancias históricas determinadas —la transición, el nacimiento del pujolismo—, aún explican el gesto desde donde el articulismo independentista debe escribir hoy. Su prosa está llena de análisis que manifiestan hasta qué punto el país de entonces y el país de hoy —el del postprocés, el de la derrota y el de la pax socialista— obligan a los independentistas a enfrentarse con una sensación constante de anestesia. Y a enfrentarse, también, al silencio impuesto y a la complicidad con el silencio autoinfligido de quienes se aprovechan de la derrota. Escribía Pedrolo, exponiéndolos: "«Chico, me sabe mal que de muchas cosas no se pueda decir nada…», se lamenta un tercero. Pero no ha hecho la prueba de ello, en los cajones no tiene ningún trabajo inédito, rechazado, prudente, con el fin de evitarse quebraderos de cabeza, ha optado por no perder el tiempo. «Hay que tener paciencia, esperar un poco», te asegura otro (...) que no quiere pensar que, esperando, hay dos generaciones que se despersonalizan". Estos paralelismos cargan la frustración de la repetición y la naturaleza cíclica de la asimilación española —y su efecto sobre los catalanes— y, al mismo tiempo, la esperanza de que poniéndoles nombre sean más fáciles de identificar y de derribar.
No querer formar parte del sistema político y cultural que mantiene al país sometido para proteger sus intereses, ya entonces, quería decir escribir bajo la amenaza del rechazo
Recuperar a Pedrolo sirve para tomar conciencia de que no somos los primeros descubriendo el país y, también, para tomar conciencia de que la lucha interna de quienes hacemos articulismo independentista ya fue la suya. No sé cuántos somos, ya no sé si "somos", pero yo me incluyo. No querer formar parte del sistema político y cultural que mantiene al país sometido para proteger sus intereses, ya entonces, quería decir escribir bajo la amenaza del rechazo. Bajo la sombra del destierro. Manuel de Pedrolo fue incómodo porque nunca renunció al independentismo desacomplejado, tampoco cuando eso lo condenó a un cierto ostracismo intelectual en un momento en el que el país quería conformarse con lo que la autonomía ofrecía. También hoy, ser articulista, ser independentista, y no querer renunciar a ninguna de las dos cosas, quiere decir tener que hacer un ejercicio de resistencia íntima contra la tentación de canjear ideales por comodidad, o de canjear al país por unos espacios mediáticos que la sordina socialista nos niega. También hoy, la idea de independencia en una Catalunya regionalizada —con complicidad de una clase política pretendidamente independentista— te lleva a escoger entre la fidelidad —y, en consecuencia, la irrelevancia, la proscripción e, incluso, la caricaturización— o la sumisión y la conveniencia.
El ejercicio de resistencia de Pedrolo fue fértil: hoy permite trazar el hilo rojo que la asimilación española y el catalanismo colaboracionista se empeñan en desdibujar. Desafiar las presiones y no plegarse a ellas parece una opción con consecuencias estrictamente íntimas y personales que, en realidad, con la mirada al futuro, se hace un gesto generoso para las generaciones de independentistas que hemos venido por debajo. La firmeza de quienes no se dejaron endurecer por los cantos de sirena de la transición y los mantras del pujolismo —que, por cierto, hoy el españolismo nos gira en contra— nos permite mirarnos a nosotros mismos y al país con una lucidez que a muchas generaciones anteriores se les había negado. No dejarnos endurecer por los cantos de sirena del postproceso y de la Cataluña regionalizada, despersonalizada, bilingüizada, y con unas instituciones contra los intereses de los catalanes, servirá a las generaciones que vendrán para no tener que empezar de cabeza y de nuevo. "Si un día la obra se tiene que interrumpir definitivamente, que no sea ahora. No queremos ser los últimos.", escribía Pedrolo. Si seguimos su estela, no seremos los últimos. Y, los que vengan detrás nuestro, no tendrán que ser otra vez los primeros. Es esta trazabilidad la que nos blinda contra el olvido, la deformación y la desaparición.