Define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el negacionismo como "la actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto". 

Precisamente, de la negación del Holocausto surge este término. En el libro de Donatella Di Cesare, Si Auschwitz no es nada: contra el negacionismo, la filósofa italiana analiza las distintas formas en las que el negacionismo ha pretendido rechazar la existencia misma del Holocausto. Los negacionistas primigenios, por así decirlo, son aquellos que consideraban a los judíos muñidores de una conspiración mundial. Un hecho que todavía hoy sigue produciéndose entre algunos, sobre todo en círculos de la extrema derecha, que se niegan a reconocer la brutal masacre cometida contra el pueblo judío, entre otros. 

En el ensayo de Di Cesare se pone el foco sobre los propios perpetradores de los crímenes y matanzas, que serían los primeros negacionistas de la historia. Serían ellos quienes, a base de retorcer el relato, llegarían incluso a darle la vuelta a la historia, considerando a las víctimas como culpables de lo sucedido. De hecho, según esta investigadora, además de exonerarse de responsabilidad, los negacionistas originarios sustentan sus teorías para tratar de explicar que los judíos justificarían en el Holocausto la base fundamental para la creación del Estado de Israel

Sirvan estas primeras líneas como establecimiento del origen del término, para comprender el calado que tiene en la mayoría social un término como es el del negacionismo: una connotación negativa, incluso inhumana y desprovista de sensibilidad. Así es como se considera, por lo general, a un negacionista: alguien que se empeña en "negar lo evidente, sustentándolo en teorías de la conspiración". 

Un término que en el siglo XXI ha pasado a utilizarse prácticamente para todo: hoy se habla de negacionistas de la pandemia, negacionistas del cambio climático, negacionistas de la diversidad de género. Todo es negacionismo. Y metiendo a toda persona que no comulgue con la tesis oficial en el mismo saco, se simplifica la ecuación para, en definitiva, silenciar, ridiculizar y menospreciar otras posturas que no vengan marcadas por las dominantes tendencias. 

Di Cesare habla de la "genealogía del negacionismo", considerando que todas las teorías negacionistas tienen un cordón umbilical que las une. Que todas forman parte de un mismo fenómeno de "propaganda política", que consiste en "el rechazo de una verdad considerada oficial y el de la inversión de roles entre víctimas y verdugos". La filósofa ubica la primera fase del negacionismo entre 1944 y 1945, que tuvo como objetivo exonerar y exculpar al fascismo y al nacionalismo de los crímenes cometidos durante la Shoah. Y esto deriva, según la escritora, en considerar que el totalitarismo alemán de aquel momento vendría a igualarse con otros. 

Surge en este punto el término totalitarista, algo que no deberíamos dejar de lado, puesto que si no prestamos atención, podría estar instalándose en nuestras sociedades sin darnos cuenta. 

Porque el problema que, en mi opinión, tenemos hoy en día es que utilizar el término negacionista ahorra el debate y sirve de atajo. Un término manido que ya se emplea para todo, para cualquiera que no esté de acuerdo con todo un pack que viene impuesto. Y evidentemente, el vínculo que tiene el concepto con aquellos que negaban la comisión de atroces crímenes, documentados y evidentes, es una estrategia potente (y peligrosa en una democracia). 

Sirva como ejemplo el titular reciente donde se cita al actual presidente del Gobierno: "Sánchez dice que los españoles tienen que elegir entre un 'gobierno negacionista, antifeminista' y el progreso". Macarena Olona también utiliza el término con asiduidad, señalando que su objetivo está en "acabar con la violencia contra las mujeres y con el negacionismo". 

No son los únicos políticos que protagonizan titulares posicionándose contra el negacionismo. Y la cuestión es que el negacionismo se ha convertido en un cajón de sastre en el que cabe absolutamente todo aquello que no se quiera abordar desde un debate honesto. 

Hoy se habla de negacionistas de la pandemia, negacionistas del cambio climático, negacionistas de la diversidad de género. Todo es negacionismo. Y metiendo a toda persona que no comulgue con la tesis oficial en el mismo saco, se simplifica la ecuación para, en definitiva, silenciar, ridiculizar y menospreciar 

Suele decirse que las teorías oficiales son las que vienen sustentadas por los "expertos" en la materia. Durante la pandemia hemos leído, visto y escuchado a muchos "expertos" que fundamentalmente se han encargado de recomendarnos productos de industrias con las que tenían conflicto de intereses. Un hecho que no ha trascendido como debiera a la opinión pública, pero que debería hacernos dudar de la condición de "expertos" de estos sujetos, que han recibido pingües beneficios de las farmacéuticas, de organismos e instituciones vinculados a ellas, para tratar de convencer de la necesidad de abastecernos de productos, pagados con el dinero de todos. En el momento en el que alguien se ha atrevido a hacer preguntas, a pedir un debate, la etiqueta de "negacionista" ha sido impuesta y no se ha dado la opción de ser escuchado. Recuerdo el ejemplo del Sr. Joan-Ramon Laporte, un verdadero experto en el campo de la farmacovigilancia, sin conflicto de intereses, que exigió la necesidad de plantear debates públicos y aportar información transparente y libre ante las medidas tomadas durante la pandemia y los productos administrados. Recuerden la comparecencia de este experto y de cómo los titulares le tildaban de "negacionista" y se quedaban tan anchos. 

Poco se habla de ello una vez que, pasado el tiempo, las teorías de "negacionistas" como Laporte han demostrado tozudamente ser ciertas. Como tantas advertencias de científicos, médicos y expertos sin conflictos de interés que han avisado de los graves riesgos y peligros que para la salud suponía inocular a toda la población con productos experimentales. 

¿Quiénes han sido los negacionistas, entonces, en esta pandemia? Hemos escuchado hasta la saciedad que las vacunas han salvado millones de vidas (asumiendo que las inoculaciones contra el covid pudieran denominarse "vacunas", algo muy cuestionado por los expertos más rigurosos), una afirmación que está basada en meros datos estadísticos, sin base científica que lo sustente. La realidad ha ido por su lado, demostrando que las inoculaciones no han evitado los contagios, ni las ucis ni las muertes. De hecho, en un primer momento, se llegó a negar la existencia de la inmunidad natural, usando este argumento como una razón de peso para empujar a la inoculación. Muchos meses después, otra vez la realidad ha venido a demostrar que la inmunidad natural ha sido clave para que ahora hablemos de una situación endémica y para que buena parte de la población pueda responder a la infección causada por un virus de cuyo origen no se ha querido hablar. 

Del origen del virus también ha habido negacionistas: todos aquellos que tuvieron dudas y se preguntaron qué estaba ocurriendo en el laboratorio de Wuhan, donde precisamente se estaba experimentando con la "ganancia de función", prohibida y limitada en territorio estadounidense. Todo aquel que quisiera averiguar, investigar y saber qué había sucedido en ese laboratorio, quién había financiado esas investigaciones con el SARS, y habría planteado dudas razonables a la teoría del pangolín, del mercado de marisco y posteriormente de unos perros, ha sido tachado de negacionista. Sin embargo, cada vez cobra más peso, debido a las evidencias y pruebas que van saliendo a la luz, que los "negacionistas del origen del virus" no iban, en absoluto, desencaminados. Pero aquellos fueron apartados de investigaciones, universidades, medios de comunicación. 

Lejos de cancelar las voces discrepantes, lo más inteligente sería escucharlas con detenimiento y tratar de despejar las incógnitas desde el respeto profundo a los distintos pareceres

Que te acusen de negacionista implica cancelación, censura y desprestigio. Así de sencillo y así de eficaz. Por eso en política lo utilizan a todas horas. También en la ciencia, donde, sorprendentemente, plantear dudas y desear debates es, precisamente, la base del método científico. Sin embargo, la enorme influencia de los intereses económicos y de control ha conseguido que la ciencia se convierta en dogma de fe, y quien no trague sin masticar aquello que proviene de la industria farmacéutica y de organismos como la OMS (que está financiada por aquellas fundamentalmente), cae en el ostracismo. Por muchos estudios y pruebas que tenga. 

Ocurre lo mismo con el cambio climático. Plantear debates y tratar de resolver dudas vuelve a ser considerado negacionismo. Y no hay más que hablar. Pretender entender qué está sucediendo (y qué no está sucediendo) ahora se ha convertido en un acto peligroso. Tener dudas es despreciable. Buscar otras explicaciones, distintas a las oficiales, es ser conspiranoico. 

La cuestión ha llegado hasta el punto tan absurdo como este titular publicado por Diario Público: "El Colegio de Geólogos publica un artículo negacionista y carga contra el dogma climático". La publicación del Colegio de Geólogos, señala Público, "rechaza que el ser humano esté detrás del calentamiento del planeta y cita autores polémicos".

Este, para mí, es un ejemplo del dicho popular: ese que dice que el cántaro se rompe de tanto ir a la fuente. O sea, que al final, resulta que cualquiera es negacionista. 

Y seguro que comprende que me parezca peligroso. Porque en una democracia, se debería poder hablar de todo, hacer preguntas y buscar respuestas. En el ámbito de la ciencia es la base fundamental; pero no podemos olvidar que el término se emplea, hoy en día, para cualquier otro ámbito. Y supone, en definitiva, una manera muy sencilla de terminar con debates. Un atajo simplista y cobarde de quienes no quieren analizar la realidad desde diferentes puntos de vista. 

Si no fuera porque se pretende perseguir al negacionista, no habría drama. Pero cuando cualquiera estamos expuestos a ser etiquetados como tal, y esto conlleva pérdida de trabajos, cancelación y censura, habría que tomar con más cautela las etiquetas. Sobre todo porque, lejos de cancelar las voces discrepantes, lo más inteligente sería escucharlas con detenimiento y tratar de despejar las incógnitas desde el respeto profundo a los distintos pareceres. 

Seguramente usted, en alguna de las cuestiones que se ponen en la actualidad sobre la mesa, pueda ser considerado negacionista. Y como siempre pasa cuando algo se utiliza sin conocimiento, termina por perder su sentido. 

No caigamos en la trampa y procuremos mantener siempre el interés por el conocimiento, escuchando las distintas opciones de pensamiento que se presentan. Solamente así nos mantendremos, en la medida de lo posible, a salvo del totalitarismo, que sin duda, es el verdadero negacionista: de libertades y derechos de todos. Y ese, por desgracia, ya se está instalando.