Uno de los pilares estratégicos de la ola reaccionaria —a la derecha y a la izquierda— que asola el panorama político internacional es la caricaturización del feminismo. Es una ridiculización con la intención de aniquilarlo y hacerlo pasar por caduco que toma muchas formas: la enmienda a la totalidad, tratándolo como un movimiento homogéneo y condenándolo íntegramente por alguna de las expresiones de su transversalidad; la invalidación de los motivos que hicieron que estallara décadas atrás con el argumento de que los tiempos han cambiado; la asociación interesada de feminismo y wokismo y, por tanto, la anulación de toda reivindicación que parezca moderadamente feminista, comprobados los estragos sociales y el fracaso político e ideológico que el wokismo arrastra; la insinuación de que el consentimiento es un ámbito confuso de habitar, y que, por tanto, hay una especie de agresiones que sufrimos las mujeres que, en realidad, no lo son; la promoción de la idea de que el feminismo ha arruinado la feminidad y las opciones de felicidad plena para las mujeres, desvinculándolas de la vocación a la maternidad. En definitiva, la incitación de un marco de pensamiento en el que el feminismo es un movimiento desconectado de los intereses de los sujetos a quienes dice defender y dar voz, una ideología sin motivos de ser, un constructo cultural sin realidad social que lo justifique y que, en consecuencia, debe ser combatido y eliminado.
La noción generalizada de que ya no hay nada que justifique la existencia del movimiento feminista se deshace cada vez que un hombre mata a una mujer por el hecho de serlo
Esta concepción del feminismo —entendida como un histerismo generalizado que las mujeres nos contagiamos entre nosotras— convierte cualquier reivindicación del movimiento feminista en una opinión y, por tanto, convierte la razón de ser del feminismo en opinable. Recuerdo una encuesta del CEO de febrero de 2024 en la que se estimaba que uno de cada tres catalanes pensaba que el feminismo ha ido demasiado lejos, una concepción que puede vincularse a esto que explico. De entre toda esta opinabilidad y argumentario del exceso del feminismo, sin embargo, hay un dato que solo quienes son el ala reaccionaria del ala reaccionaria se atreven a dudar: las muertes por violencia machista. La muerte es un valor absoluto que pone delante del espejo también a aquellos que, por despolitización o por repliegue sobre sus intereses, tienden a surfear el discurso de que el feminismo ha perdido su razón de ser. Cuesta mucho creer que los asesinatos machistas son un fenómeno desprovisto de estructura que aparece de sopetón, que no es la punta del iceberg de algo más. Igual que el feminismo presenta vacíos discursivos en algunos ámbitos, la noción generalizada de que ya no hay nada que justifique la existencia del movimiento feminista se deshace cada vez que un hombre mata a una mujer por el hecho de serlo.
En los meses que llevamos de año, en Catalunya han muerto siete mujeres por violencia machista y un menor por violencia vicaria. En el Estado español, este año han muerto treinta y ocho mujeres por violencia machista. Es curioso que la locura siempre caiga del lado del feminismo, y no del lado de quien, con las cifras delante de las narices, se empeña en explicar que todo es un mito. Tirando del hilo, los diez primeros meses del año la policía ha atendido catorce mil cuatrocientas cincuenta y cinco denuncias. En este escalón se extiende el telón de las denuncias falsas que, aunque existen y suponen una deslegitimación del feminismo incontestable a ojos de quien las sufre, son muy minoritarias. La enmienda a la totalidad que nace de la ola reaccionaria, sin embargo, impide separar las manzanas de las peras, y capa la posibilidad de reflexión de quienes se adhieren a ella y la posibilidad de considerar el machismo como estructura que ampara asesinatos. Si todas las denuncias fueran falsas, en Catalunya no habrían muerto siete mujeres por violencia machista y un menor por violencia vicaria. Tres de estas mujeres, de hecho, tenían denuncias previas contra su homicida, y dos de ellas tenían órdenes de protección vigentes.
Dado que resulta muy difícil hacer ver que las mujeres muertas no están ahí, y dado que la violencia machista es la piedra en el zapato que impide que el machismo cierre el círculo, el discurso reaccionario niega el fenómeno. Cuando el caso es escandaloso y ocupa la conversación pública, procura separarlo del feminismo y trata al hombre perpetrador de bestia sin ideología. Cuando el caso genera tanta conmoción social que no hay mecanismo discursivo para controlarlo, llega la hora de instrumentalizar el caso en favor de reivindicaciones acaloradas como, por ejemplo, la pena de muerte del asesino. Esta progresión es la manera que ha encontrado el reaccionarismo de protegerse y de revestirse de una sensibilidad social y proximidad con los malos momentos que atraviesan las mujeres que no tiene ni quiere tener porque, en realidad, está construido sobre la idea de que ver pasar un goteo incesante de noticias de mujeres muertas por violencia machista es un negocio que socialmente nos sale a cuenta aceptar.
Es posible discrepar con algunas de las facciones ideológicas surgidas del feminismo. Es posible encontrarse con que, dada su pluralidad, no todo el movimiento feminista nos representa todo el tiempo. Es posible tratarlo como un movimiento sujeto y merecedor de crítica y, al mismo tiempo, entender su razón de ser, porque no hacerlo es negar las cifras, negar la realidad, y negar la muerte como valor absoluto. La caricatura y la ridiculización que se inflige desde el reaccionarismo para que el feminismo sea concebido como un movimiento proscrito es la caricaturización y ridiculización de las mujeres que, año tras año, son víctimas de crímenes machistas. Hay quien se adhiere a ciertas consignas por moda, o por comodidad, o por sentido de la preservación del privilegio y que, cuando haciendo scroll por redes sociales topa con la noticia de una mujer muerta por el hecho de serlo, tiene que hacerse el loco para poder seguir diciendo que la locura es el feminismo.