Inés Arrimadas tiene un problema moral, al menos si atendemos a sus recientes declaraciones sobre la inconveniencia de presentar una moción de censura en tiempos de pandemia y a la contradicción de ser ella la que, también en pandemia, la ha activado en Murcia. Podrá rasgarse las vestiduras por cuatro vacunas puestas de manera poco ética, pero un partido al que en diversas ocasiones se le ha llamado la atención en el Tribunal de Cuentas por su falta de transparencia no puede escudar en la integridad política del PP murciano una operación cuyo alcance va mucho más allá de esa comunidad y en la que se advierte la necesidad perentoria de su presidenta de dar un nuevo y agónico giro al partido, esta vez hacia el lado al que le hizo en su día los mil ascos Rivera. Es lo que tiene ser y no ser, tener y no tener a la vez unas ideas y las contrarias.

¿Qué hay detrás de todo esto? Tal vez sea solo ineptitud para vislumbrar el efecto de bomba de tiempo que había de tener la moción murciana en otros lugares de España. Porque entre Murcia y Madrid, la diferencia del poder que se toca está clara, y ahora mismo, solo para empezar, todos los consejeros del partido naranja en la comunidad madrileña se han quedado sin silla y, por tanto, sin sueldo. Una parte de la discordia que inmediatamente ha provocado sin duda tiene que ver con las lentejas perdidas, como sucedería en cualquier otro partido, hablen más o menos de regeneración. Tal vez se trate simplemente de un asunto de sillas a corto o medio plazo, pero también es evidente que en esta operación el PSOE no ha dejado de dar puntadas, y todas ellas con hilo: colocando a Díaz Ayuso ante el reto de ganar por mayoría absoluta, coloca a su vez a Casado en una difícil tesitura. Porque si Ayuso no obtiene esa mayoría, necesitará para recuperar la presidencia los votos del partido anatemizado por todos, Vox. Y porque si la obtiene, quizás el liderazgo de Casado, que en otras plazas ha perdido recientemente algunas plumas, no quede reforzado, sino todo lo contrario.

El cansancio popular advierte de la necesidad de repensar el sistema, su ley electoral, la eventual rotación de personas en las responsabilidades de gobierno, la financiación de los partidos políticos y un verdadero control de su funcionamiento democrático

Se dice que Arrimadas está buscando el millón de votos de centro izquierda que estarían disconformes con el matrimonio de conveniencia que el PSOE tiene con Unidas Podemos, pero sin duda ese millón también lo codician los socialistas, sabedores de que perdería menos en su izquierda de lo que ganaría en su derecha. Al fin y al cabo, y vistos los pactos, ¿quién votaría al pequeño pudiendo votar al grande? Máxime cuando con ese giro estratégico, el PSOE lanza con más fuerza al PP a los brazos de Vox, y contenta a unos cuantos barones en su seno que están hartos de las salidas extemporáneas de un partido, el morado, con nulo sentido institucional.

Es evidente que la huida hacia delante de Díaz Ayuso disolviendo la Asamblea y convocando elecciones cuando ya sonaba la campana de la moción de censura puede acabar perjudicando al PP, al PSOE, o a los dos, dejando a un lado al partido que ya de entrada está asegurado que pierde, que es el que ha iniciado formalmente este baile de traiciones y excusas. Pero quien desde luego no gana es una ciudadanía, que ya ha demostrado su hartazgo en el plante abstencionista a la convocatoria electoral catalana, otro trance gratuito que, a horas de acabarse el plazo, no da un resultado claro sobre la composición de la mesa parlamentaria.

En uno y otro frente se abre paso la idea de que la partitocracia es un mal insalvable en las democracias liberales. Porque los partidos son necesarios para vertebrar el pluralismo político y la alternancia y porque de algún modo hay que vertebrar las diversas opciones políticas y canalizar los intereses ciudadanos. Pero el cansancio popular advierte de la necesidad de repensar el sistema, su ley electoral, la eventual rotación de personas en las responsabilidades de gobierno (al estilo suizo), la financiación de los partidos políticos y un verdadero control de su funcionamiento democrático, para que no sean, como ahora, el camino trazado entre opacas asociaciones de privados y las instituciones políticas, cooptándolo todo, y sin capacidad, por sus propios intereses, para evitar otros aún menos transparentes de eso que, con toda razón, se ha llamado deep state. En resumen, hay más de una persona ejerciendo el gobierno, o aspirando a ejercerlo, que arrastra y acusa un problema moral.