Parecía que la ampliación del aeropuerto de El Prat, con la polémica propuesta de alargar la pista de mar ocupando el espacio protegido de La Ricarda, había quedado descartada. Nos equivocábamos, el tema no está del todo dormido, ni mucho menos. Por una parte porque el presidente de la Generalitat ha hecho consultas a expertos externos sobre los pros y contras del proyecto; de la otra, porque hace unos días Jaume Collboni, un concejal del Ayuntamiento de Barcelona, ha rescatado la ampliación en el marco de su propuesta de hacer un plan de promoción internacional de la ciudad. Lo ha hecho en un entorno del Círculo de Economía, un lugar propicio para encontrar complicidades y alianzas en proyectos de este tipo.

A criterio mío, el rescate del tema no puede ser gratuito y, además, pone de relieve tres aspectos del proyecto que son destacables para entender donde estamos y hacia donde nos orientamos con respecto a la polémica de La Ricarda.

El primero, de carácter técnico, es que la raíz del problema, una pista larga para despegues de grandes aviones (wide body), pasa inevitablemente por invadir La Ricarda. Se da por descartada la solución alternativa que sería utilizar la pista larga ya existente, básicamente porque expondría a la empresa a un conflicto asegurado por el ruido con los vecinos de Castelldefels. Los directivos de Aena no quieren oír ni hablar después de que en un conflicto judicial previo parecido (en el 2005) salió la palabra perjuicio para la salud. Demasiado riesgo ante la justicia, de aquí el temblor de piernas de Lucena i de Aena para tomar una solución aparentemente de cajón como sería aprovechar la pista larga actual.

El segundo aspecto que destaca es de carácter político. Collboni pone la ampliación en la agenda, probablemente con la vista puesta en las próximas elecciones municipales. Ha aprovechado que hablaba de promoción internacional de la ciudad para introducir uno de los temas más espinosos, sea para dejar claro urbi et orbe qué piensa hacer en caso de que salga elegido alcalde o para avisar a los navegantes de posibles pactos políticos, que él pondrá eso sobre la mesa.

Collboni pone la ampliación en la agenda, probablemente con la vista puesta en las próximas elecciones municipales. Ha aprovechado que hablaba de promoción internacional de la ciudad para introducir uno de los temas más espinosos

Como buen político afirma que hace falta una reflexión pausada sobre la ampliación y por eso anuncia la creación de un grupo de trabajo (Barcelona 2027), cuyo objetivo es que Barcelona recupere el orgullo y la autoestima, y que sea una ciudad de primer orden a nivel internacional con más vuelos intercontinentales que los actuales. Según él, potenciar Barcelona es bueno para España y para la propia ciudad. Aportó como dato que la conectividad transcontinental añadiría 1.000 millones de euros anuales al PIB catalán. Y también repitió las cifras que la ampliación supondría 80.000 puestos de trabajo directos y 200.000 de indirectas. No sé de dónde los sacaremos, pero eso es otro tema.

La ampliación, según Collboni, permitirá captar inversiones extranjeras, acontecimientos internacionales, capital humano, y en definitiva, prosperidad. Para no alarmar a los barceloneses, dijo que no está pensada para los turistas, aunque se hace difícil desvincular una cosa de la otra si su plan es, precisamente, promocionar internacionalmente la ciudad. ¿O es que cree que de Iberoamérica y del Extremo Oriente solo vendrán inversores y técnicos? Estos no llenarían los aviones, los llenarían los turistas, y tal como hemos dicho tantas veces, Barcelona no necesita más sino menos, eso sí, que gasten más que ahora. Al fin y al cabo, los argumentos de Collboni siguen el guion del discurso y de los tópicos que Aena había utilizado durante el año 2021, antes de que se descartara (temporalmente) la ampliación.

El tercer aspecto destacable está a caballo entre la política y la economía. La acción y la intención de Collboni va la mar de bien para los intereses de una Aena presidida por el compañero de partido, Maurici Lucena. Lucena, como es lógico, está al servicio de la empresa para la cual trabaja, que tiene sobre la mesa la oportunidad de hacer crecer su aeropuerto más rentable. A pesar de tratarse de una empresa pública (51% del capital), la sociedad se debe en un 49% a los inversores privados, los cuales no se guían por el CO2 o por respetar La Ricarda, sino por el valor de sus acciones y por los dividendos. El presidente catalán de la compañía no se puede permitir demasiadas licencias con estos inversores, de lo contrario le baila la silla. Solo se puede permitir licencias económicamente indoloras, como cambiar el nombre del aeropuerto por uno de un personaje nuestro. El valor de eso es un cero a la izquierda.

El serial "ampliación" tiene todas las trazas para continuar...