Inconscientemente, en un acto tan cotidiano como comprar un producto determinado, utilizamos dos conceptos económicos que van ligados: su precio y su valor. El precio es lo que nos cuesta, esa cifra (generalmente dinero) con la cual pasamos a ser propietarios del bien o del servicio en venta. La cifra que pagamos la determina el mercado en función de la oferta y la demanda, y es dinámica, como bien saben campesinos, ganaderos, industriales, comerciantes y proveedores de servicios.

Aunque no sea de manera consciente, también aplicamos a la compra el valor de la cosa, un concepto subjetivo que expresa la apreciación que hacen los individuos de las cualidades de un producto, su utilidad, la satisfacción que generará. En los bienes de mercado sujetos a competencia, damos siempre al producto un valor superior al precio que pagamos.

Resulta una simplificación útil la frase según la cual "el precio es lo que pagas, el valor es lo que recibes". O también, el precio es lo que un vendedor espera ingresar por su producto y el valor la cantidad que un cliente está dispuesto a pagar por aquel producto. Por ejemplo, Apple ofrece un producto superior al de los competidores, y por eso sus compradores están dispuestos a pagar un precio alto al tener una percepción de valor todavía más alta, lo cual permite al fabricante unos márgenes que la hacen una de las empresas más valiosas del mundo.

Los conceptos de valor y precio los podemos aplicar también a la esfera de los ideales. Pongamos por caso, por razones de rabiosa actualidad, el deseo de independencia en Catalunya y la defensa de la unidad de España en el Estado.

El valor que se otorga a la unidad de España no tiene límites, es prácticamente infinito, se está dispuesto a hacer lo que sea. En cambio, el precio que tienen que pagar para conseguir evitar la independencia es muy limitado, de manera que hay garantizado un superávit

La independencia recibe una alta valoración por parte de la mitad de la población catalana, se trata de un deseo que ha movilizado hasta los extremos a la sociedad en los años recientes. Los fundamentos de este deseo son la esperanza de conseguir un encaje diferente con el Estado, como consecuencia de un desprecio político y económico históricos. Ahora bien, por mucho que se valore la independencia, es este mismo Estado el que se encarga de poner el precio. Y este es (hasta el momento) muy alto a niveles personales y políticos en forma de represión, prisión, inhabilitaciones, intromisión en procesos electorales, exilio, multas, etcétera.

Y es que en esta dicotomía precio-valor entra en juego cuál es el valor que se le otorga a la unidad de España por parte de quien dispone del poder coercitivo. Que no es otro que la mayoría política del resto del Estado, pero sobre todo el deep state representado por los garantes últimos de la orden (cúpulas judicial y policial, y ejército), cuidados por los grandes grupos de interés económico y por una buena parte de los medios de comunicación. Para estos grupos, en contra de lo que muchos pensábamos antes del 1 de octubre, el valor que se otorga a la unidad de España no tiene límites, es prácticamente infinito, se está dispuesto a hacer lo que sea. En cambio, el precio que tienen que pagar para conseguir este objetivo (evitar cualquier independencia) es muy limitado, de manera que hay garantizado un superávit.

¿Cuál es el precio que tiene que pagar el Estado para conseguir este valor? Pues de momento sale gratis, porque la persecución política, la violencia policial, la revancha a cuenta (la prisión preventiva fue la muestra más evidente), los juicios farsa, las condenas iracundas, la guerra sucia, la maquinación judicial contra el Parlament, todo eso tal vez la justicia europea lo reparará, pero será pasados unos años, cuando el daño está hecho. El desprestigio personal de los jueces y fiscales de la cúpula es un precio muy bajo, no es una salvaguardia para quien da valor infinito a la unidad. A nivel político, el descrédito democrático de castigar desmedidamente toda una población por cometer el crimen de poner unas urnas, resulta también un precio muy bajo en el marco de la UE política.

Eso, Apple genera plusvalía a sus compradores y genera beneficios a la empresa; el Tribunal Supremo, la Fiscalía, el TSJC y tutti quanti generan plusvalías a ellos mismos y al unionismo que representan (alto valor, bajo precio). Sólo la historia, la justicia seria y la política pueden hacer bajar el precio de la independencia, un precio que ahora se encuentra manipulado de manera chapucera y contra los principios democráticos más elementales.