Por enésima más una vez, Renfe Rodalies ha sido tema de actualidad. En este caso, a causa de que un movimiento ciudadano llamado Batec señalaba el pasado miércoles, día 11, como la fecha de inicio de un boicot a la ferroviaria en protesta por el desastre de funcionamiento de la compañía. La forma de acción era #Nopaguem, una especie de “no vull pagar" que hace algunos años se llevó a cabo en protesta por los peajes de las autopistas aquí en Catalunya.

Parece ser que la huelga de pagos, que ha consistido en precintar los tornos de entrada en algunas estaciones de Barcelona y ciudades próximas a fin de que la gente pudiera pasar libremente, ha tenido una incidencia limitada. Ya se verá si tiene alguna continuidad o bien se acaba aquí. Sin embargo, resulta significativo el surgimiento de un movimiento ciudadano que está hasta la coronilla de una compañía que presta un mal servicio. El episodio nos refresca que llueve sobre mojado.

Que Renfe presta mal servicio a sus clientes es una evidencia fácilmente contrastable. Por muchas estadísticas que saque la compañía, sólo hace falta que preguntéis a personas de vuestro entorno, usuarias regulares del servicio, que os digan qué porcentaje de los viajes que hacen en una semana tiene incidencias que les hacen llegar tarde a los sitios... o a veces no llegar. Y preguntad también la satisfacción global con respecto al servicio. La percepción general que me ha salido en mi entorno es de insatisfacción crónica por el gran número de incidencias que hacen imprevisible y errática una cosa tan básica como saber a qué hora llegarás a un lugar. Al hecho en sí de un mal servicio de transporte, se añade una pésima comunicación de las incidencias. No me extenderé.

En cualquier relación de intercambio de mercado, a alguien que nos diera gato por liebre nos negaríamos a pagarle. No es que no quieras pagar, es que no puedes pagar por lo que no te dan

El servicio de transporte de Renfe sería inaceptable si no fuera porque no hay alternativa. Cualquier compañía que prestara tan mal servicio en el mercado libre cerraría por falta de clientes. Pero este no es el caso. La empresa se puede permitir lo que sea, segura de que no le representará ningún coste (el déficit lo paga el Estado, los empleados tienen puestos de trabajo intocables, entre otras cosas). Cosas del monopolio de servicio y, todo sea dicho, unido al monopolio de la infraestructura ferroviaria de Adif, que no sabe dónde cae eso de Catalunya a la hora de invertir. Todo, una especie de estructura de estado en el ámbito de las infraestructuras, que se puede permitir lo que le parezca (como otras estructuras de estado que el lector fácilmente puede imaginar) sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza.

El sujeto de la protesta que intenta llevar a cabo el movimiento Batec con el #Nopaguem tiene su lógica. La reacción a un mal servicio continuado de alguien para el que no tienes recambio sería cambiar de proveedor o utilizar otros medios de transporte. Pero la mayoría de usuarios no quieren o no pueden ir en coche o moto como sustitutivo del servicio de Renfe, y tampoco hay una Renfe2.

La reacción de la empresa al #Nopaguem, apelando al hecho de ser un servicio público que financian los contribuyentes, que colarse es reprobable, que quien se cuela asume un riesgo personal por el hecho de no estar cubierto por ningún seguro, e incluso afirmar que las quejas se tendrían que canalizar por los canales de atención al cliente, son argumentos que más que excusas parecen insultos a unos sufridos usuarios. Que se argumente además que la empresa está haciendo un importante esfuerzo de inversión para mejorar el servicio de Rodalies, es la guinda del pastel. Y que avisarán a los Mossos para denunciar a los que se cuelen, como aquel que dice que el peso de la justicia española caerá sobre vosotros, ya es la otra guinda. Que vigilen que no acaben en la prisión. Replicar cada uno por uno estos argumentos es algo que puede hacer fácilmente cada lector. En resumidas cuentas, una vergüenza. El Estado se toma Catalunya como el pito del sereno; Adif y Renfe, también.

La salida de los usuarios es la paciencia, pero esta es una actitud que no es infinita, aunque la experiencia catalana con Renfe parece que lo es. La reacción del estilo “no vull pagar” es una expresión del descontento de aquel que no tiene alternativas al servicio y que no encuentra otras vías de hacerse oír. En cualquier relación de intercambio de mercado, a alguien que nos diera gato por liebre nos negaríamos a pagarle. No es que no quieras pagar, es que no puedes pagar por lo que no te dan. Con lógica de mercado, es lo que se esperaría. Y con lógica de monopolio público, cuando se han agotado la paciencia y las vías de queja, quizás es que ya no quedan demasiadas alternativas.