En mi último artículo me refería al trabajo de la Cámara de España y el Consejo de Economistas de España sobre 45 años de comunidades autónomas, un extenso trabajo que merece ser analizado teniendo en cuenta que algunos expertos lo han replicado críticamente. Se trata de un estudio sobre las consecuencias económicas territoriales del modo en que se ha gestionado la descentralización en España. De la época considerada quiero destacar un aspecto muy específico y de actualidad, que es la contribución catalana (una autonomía decisiva por lo bueno y por lo malo de la descentralización) a la gobernabilidad y el rendimiento obtenido.

Veámoslo desde la perspectiva del autointerés catalán: el apoyo de los diputados en Madrid tendría que traducirse, como mínimo, en un mayor nivel de bienestar de los catalanes gracias a aspectos materiales tangibles (más gasto por habitante, que permitiría más y mejores servicios e infraestructuras) y en un respeto a la autonomía.

Me vienen a la memoria los apoyos de CiU a la gobernabilidad española bajo el liderazgo del actual consejero de Aena, el Sr. Duran i Lleida, o la presidencia de la Generalitat de un socialista amigo y actual consejero de Enagás José Montilla, o de los diputados de ERC en Madrid en la época en que lideraba la formación Joan Puigcercós. En mi opinión, y con los respetos debidos a los aludidos, vienen a ilustrar una especie de incapacidad histórica catalana de sacar rendimiento de tener un cierto poder en Madrid. En eso, los vascos nos pasan la mano por la cara: no hay negociación de la cual no se vayan con el saco lleno, engordando lo que de origen es ya una independencia económica.

Los catalanes decisivos en Madrid siguen haciendo obsequios gratuitamente a cambio de promesas por parte de un Estado que tiene un currículum riquísimo de maltrato a Catalunya y un prestigio consolidado de incumplidor

Aterrizando en la situación del actual poder catalán en el Madrid de la coalición de gobierno más progresista de la historia, liderada por Sánchez, los resultados que se obtienen son decepcionantes. Votos de diputados catalanes han sido decisivos a fin de que los actuales gobernantes de España (y de Catalunya) se aseguraran los dos grandes resortes del poder de una legislatura como son otorgar la presidencia por 4 años y aprobar presupuestos (que dan cuerda operativa prácticamente para todo el mandato a base de prórrogas en el peor de los casos). La rentabilidad aparente de estos apoyos, que se pueden considerar críticos para quien los recibe, ha sido, aparentemente hasta ahora, nula.

Sin ser experto en política, que me la miro desde una cierta distancia, aseguraría que los catalanes decisivos en Madrid siguen haciendo obsequios gratuitamente a cambio de promesas por parte de un Estado que tiene un currículum riquísimo de maltrato a Catalunya y un prestigio consolidado de incumplidor. Incluso concediendo el beneficio de la duda de que pueda haber acuerdos escondidos para solucionar el conflicto político territorial catalán, los resultados son decepcionantes. Bueno, no hay resultados. El Estado no puede o no quiere resolver el conflicto político y económico o las dos cosas a la vez.

Como nos enseña la vida, puedes engañar a todo el mundo una vez; puedes engañar a una persona muchas veces; pero no puedes engañar a todo el mundo siempre. Pues el crédito que repetidamente se le da desde Catalunya al gobierno central parece reflejar la segunda de las afirmaciones: Madrid "enreda" sistemáticamente a las formaciones decisivas, que cambian con el tiempo, con los liderazgos respectivos.

No soy nadie para señalar cuál es la alternativa. Sin embargo, ser decisivo en Madrid a cambio de sonrisas amables, de golpecitos en la espalda y de promesas por parte de un Estado incumplidor compulsivo, es una mala inversión. La colaboración resulta estéril para quien la da y es muy beneficiosa para quien la recibe. Con rendimientos nulos de la inversión reiterados, uno se pregunta si la estrategia de no colaborar podría ser peor.

Ya sé que es más fácil de decir que de hacer, pero quizás iría bien que los catalanes en Madrid (de todos los colores políticos) aplicaran dos principios básicos de toda inversión: 1) no invertir en quien no es de fiar; y 2) si decides hacerlo, asegura el riesgo asumido, pongamos que exigiendo señales inequívocas de cumplimiento del trato (como pagando rendimientos por anticipado) o exigiéndole avales de que devolverá el crédito que le has concedido. Pero no lo hagas nunca gratis o a cambio de promesas que no tienes atadas. No es ficción, los vascos lo hacen.