El pasado día 5 de junio se celebró por quincuagésima vez el Día Mundial del Medio Ambiente. El acontecimiento, que ha pasado sin ni pena ni gloria, incluyó una cumbre bautizada con el lema Stockholm+50, en conmemoración de la primera conferencia mundial que se celebró en 1972 en la capital de Suecia. En aquel año no se trató el cambio climático, aunque a nivel científico el problema ya era conocido. No fue hasta el 1990 que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) hizo su primer informe sobre el tema, al que le han seguido otros (el último publicado el pasado 4 de abril), con datos cada vez más alarmantes. Las advertencias de peligro para el planeta y su población (incluidas todas las especies animales) ya no son para advertir del riesgo, sino que estamos en fase de "emergencia".

En estos últimos 50 años, la temperatura media ha subido 1ºC; el calentamiento está tomando una dinámica de aceleración; los combustibles fósiles, sobre los que ha descansado buena parte de lo que denominamos progreso económico, son una de las principales fuentes del problema. En el planeta somos más gente y hay menos pobreza, pero las centrales térmicas para producir electricidad a partir del carbón se han multiplicado por 10 en 50 años, hasta alcanzar la cifra próxima a las 7.000.

Los expertos nos alertan de que el planeta va directo al precipicio si no hay cambios en los modelos imperantes de producción y de consumo, y si no aparecen muy pronto tecnologías que hagan posible parar y o revertir lo que ahora mismo parece una carrera imparable hacia el empeoramiento de la acumulación en la atmósfera de gases de efecto invernadero (GEI).

Resulta que el gobierno más progresista de la historia y con más sensibilidad ambiental incentiva el uso de una de las mejores máquinas de emitir gases de efecto invernadero

La conciencia climática de la población mejora, entre otras cosas, porque los gobiernos han situado la lucha contra el cambio climático en sus agendas. Y en eso Europa es una zona que ejerce liderazgo a nivel mundial, aunque, por ejemplo, una encuesta reciente del Pew Research Center pone de relieve que en un país como Suecia el grado de preocupación de la población sobre el cambio climático no llega al 50%, frente a niveles de sobre el 80% en España, Italia, Francia o Alemania.

A pesar de lo anterior, a nivel planetario, la realidad es que las emisiones de GEI han recuperado los niveles previos de la pandemia, o sea que de reducir, nada de nada. ¿Los responsables? Por una parte, las personas, que a pesar de la conciencia, no están dispuestas a sacrificar determinados hábitos de consumo (como coger menos el coche y el avión, o subir la temperatura del aire acondicionado); de la otra, la hipocresía de muchos gobiernos. Pondré dos ejemplos de gobiernos próximos.

El estado español dice que cree en el cambio climático y que lucha en su contra, y es cierto en parte: potencia las energías renovables, tiene un Ministerio de Agricultura que también lo es de Medio Ambiente; es más, tiene un Ministerio para la Transición Ecológica, que dirige una convencida como Teresa Ribera. Ahora bien, ¿cómo cuadra el impulso a las renovables con el hecho de que se subvencione el uso de los combustibles fósiles, como pasa con el descuento de 20 céntimos el litro de gasolina? ¿Por qué? Uno podría entender que la medida se aplicara al transporte de mercancías y al transporte público de personas; ahora, que se subvencione el uso del vehículo privado resulta incomprensible. Aplicado a Catalunya, propondríamos que el dinero de la subvención a la gasolina no se diera y que se destinara a Rodalies, un sustitutivo lógico y competitivo del transporte privado. Resulta que el gobierno más progresista de la historia y con más sensibilidad ambiental incentiva el uso de una de las mejores máquinas de emitir GEI. Y al mismo tiempo envía una señal a la población: la lucha contra el cambio climático, en realidad, no es una apuesta seria.

En Catalunya, la Generalitat, sin dinero ni muchas competencias, cae sobre todo en incongruencias de discurso. Es cierto que el antiguo Departament d'Agricultura ha pasado a llamarse Departament d'Acció Climàtica, y que se cuenta con una Oficina del Canvi Climàtic (España también tiene una). Sin embargo, ¿cómo cuadra eso con la impotencia demostrada de impulsar las energías renovables, con la defensa de la ampliación del aeropuerto de El Prat (gran emisor), con la defensa del turismo de cruceros (gran emisor) o con la apuesta por unos Juegos de Invierno en un país que en 2030 o en 2034 la nieve seguramente solo la veremos pintada al óleo?