El periodista Ramon Aymerich presentó el martes pasado su libro La fàbrica de turistes. Lo precedió en el acto de la librería Byron el profesor Andreu Mas-Colell con una introducción sobre el tema.

Al recibir el libro, me lo leí prácticamente de un tirón, entre otras cosas, porque Aymerich gasta un estilo de escritura ágil, de fácil lectura y, sin embargo, se basa en informaciones y opiniones de expertos que no engañan. El resultado de su trabajo es un libro imprescindible para aquellos que están interesados en el fenómeno turístico en Catalunya, desde sus pasos iniciales hace más de 100 años hasta nuestros días, cuando esta se ha convertido en una industria fundamental de nuestra economía, con permiso del paréntesis que ha significado la pandemia.

El autor insinúa la tesis que hemos cambiado una riquísima red de fábricas de productos industriales (él viene del Vallès Occidental, un feudo fabril histórico de primer nivel) por una red de servicios que lo que provoca es que vengan visitantes. De aquí viene la original y provocadora aplicación del concepto fábrica a los millones de turistas que nos visitan en un año normal. Para dar órdenes de magnitud, añado yo, recordemos que en 2019 visitaron Catalunya 19,4 millones de turistas extranjeros, que gastaron la respetable cifra de 21.300 millones de euros. La importancia del sector sobre el conjunto de la economía hay quien la cifra en el 12% del PIB y en un volumen de ocupación que supera las 400.000 personas. El 2020, a causa de la Covid, no cuenta para esta industria y ya se verá de qué modo y hasta qué punto se recupera. En cualquier caso, estamos ante un sector muy significativo para la economía catalana.

Toca bailar al son que tocan, a remolque de la importancia que ha adquirido la aportación de gasto turístico y los puestos de trabajo que dependen de ello. Por suerte, Catalunya tiene una economía muy diversificada

Los registros turísticos no han parado de crecer año tras año. Aymerich hace la fotografía de la secuencia que ha seguido esta industria, focalizando la atención en tres zonas diferenciadas donde encontramos más concentración de esta nueva industria: la Costa Brava, la Costa Daurada y la ciudad de Barcelona, que son los tres puntos de más atracción. La ocupación del territorio debido al turismo tampoco ha parado de crecer en un proceso de la actividad que en el libro se califica de "devorador del paisaje".

Al mismo tiempo, el turismo se ha desarrollado a través de empleos que interesan relativamente poco a los locales, la prueba es que la mano de obra inmigrada en esta industria tiene un peso muy importante. Entre otras cosas, porque gran parte de los trabajos que genera no requieren una calificación específica y porque se dan salarios bajos. Añado yo que, en una actividad central de la industria turística como es la hostelería, el 32% de los afiliados a la Seguridad Social en 2019 eran extranjeros (la mayoría no de la UE), y en 2020 un 31%. En el lejano 2008 este porcentaje era del 15%. Con respecto a la población, el 37% de los habitantes de Lloret son extranjeros; en Salou el 34%. Los salarios que se pagan en el turismo en Catalunya son un 25% inferiores a la media del país, un 40% inferiores a los de la industria y prácticamente la mitad de los del sector TIC.

El sector es el que es y estamos donde estamos gracias a una compleja combinación de factores que Aymerich va desgranando de manera casi casi imperceptible pero clara. Los ingredientes: la explosión de la demanda de viajar, el clima, la luz, el paisaje, la oferta de ocio, la oferta cultural y la notoriedad de ciudad (Barcelona), la apuesta empresarial por un sector que en su día era de dinero más fácil que la industria, la especulación inmobiliaria, la ordenación urbanística que lo ha puesto fácil en muchos casos, unas infraestructuras de transporte correctas, una posición geográfica privilegiada con respecto a mercados emisores, entre otros factores. Todo eso compitiendo con otros destinos turísticos.

Aymerich hace una incursión seria y de fácil lectura en una industria que, se pregunta, quizás ha crecido demasiado, y que ahora toca gestionarla desde la posición de quien se siente atrapado donde está. Acaba el libro pidiendo dos cosas: 1) el que muchos economistas ya hace años que defendemos para este sector, esto es, salarios dignos, lo cual lleva implícita la renuncia progresiva al turismo low cost y, 2) espera que la recuperación el año 1 postpandemia sea rápida para aquellos territorios superespecializados en el turismo.

Toca bailar al son que tocan, a remolque de la importancia que ha adquirido la aportación de gasto turístico y los puestos de trabajo que dependen de ello. Por suerte, Catalunya tiene una economía muy diversificada, lo que incluye un sector industrial que de manera directa e indirecta (servicios relacionados) representa más de la mitad del PIB, tal como nos recuerda el autor. Sin embargo, hay demasiados retos que hacen que sea necesario un planteamiento de país que (también) es una fábrica de turistas.