En un reciente artículo en este diario (2/10/18) hice referencia a las semejanzas entre cómo China trataba a Hong Kong y España lo hacía con Catalunya. No en el ámbito económico, ya que China sigue los pasos de Hong Kong, en cierta manera como Catalunya ha sido y sigue siendo abanderada del Estado en bastantes aspectos. Hablábamos de la represión al independentismo hongkonés sobre la base de un artículo del The Economist, un semanario británico de los de más difusión e influencia en el mundo entero. Pues resulta que en su edición de 19 de enero vuelve a tratar el tema, con nuevos episodios sobre los problemas que este territorio plantea en la República Popular China. Y de la misma que en su día (14 de noviembre de 2014) el semanario hizo un editorial relativo a Catalunya bajo el explícito título Let them vote, ahora dedica un editorial centrado en una ley para imponer el himno chino a la antigua colonia británica.

La propuesta legislativa relativa al himno empezó su tramitación parlamentaria este pasado 23 de enero, en el Legco (Legislative Council), en Hong Kong. Aunque solo ha dado los primeros pasos, nadie duda de que la llamada National Anthem Bill pasará el trámite parlamentario y se aprobará. En una línea parecida, poco después de que pasara a manos chinas en 1997, se aprobó la aplicación de una ley contra la profanación de la bandera china; ahora le toca al himno.

Parece que la medida está relacionada, entre otros, con el hecho de que antes de los partidos de fútbol que juega el equipo de Hong Kong suena el himno chino. Y resulta que mucha gente se gira de espaldas en el campo y mucha otra muestra pancartas con la inscripción "Hong Kong no es China".

Con la nueva ley, en las escuelas de primaria y de secundaria, los alumnos tendrán que cantar el himno chino, y hacerlo con el decoro que corresponde. La nueva ley prevé multas de 50.000 HK$ (unos 5.600 euros) y cárcel de hasta tres años para aquellos que públicamente e intencionadamente insulten al himno. La propia ley se fija como objetivo ampliar la conciencia ciudadana de la República Popular China y promover el patriotismo. Sobre Hong Kong se cierne, además, la amenaza de desplegar el artículo 23 de su constitución, el cual establece que el territorio en cuestión legislará contra la traición, la secesión, la sedición y la subversión. Por ahora no lo ha hecho, porque un intento en este sentido provocó protestas multitudinarias en la calle en el 2003. Pero China tiene esta piedra en la faja, para lanzar cuando haga falta. La consigna es mano dura.

Aunque en su día China ofreció un menú atractivo a los hongkoneses bajo el lema "Un país, dos sistemas", ahora se ve que lo que de verdad cuenta es "un país". Así se tiene que entender el paso hacia la veneración del himno y la persecución al independentismo incipiente pero creciente que hay en Hong Kong

Aunque en su día China ofreció un menú atractivo a los hongkoneses bajo el lema "Un país, dos sistemas," ahora se está viendo que lo que de verdad cuenta es "un país". Así se tiene que entender el paso hacia la veneración del himno, de la misma manera que se entiende la persecución al independentismo incipiente pero creciente que hay en Hong Kong. De hecho, el afán nacionalista chino se proyecta de cara al futuro no solo a Hong Kong, sino también a la vecina isla de Taiwán, que ya ha sido advertida que la reunificación es inevitable y que si hace falta se utilizará la fuerza. Un panorama francamente decepcionante para los partidarios de la libertad y la democracia de todo el mundo.

La devolución de Hong Kong a China sirvió al gigante asiático para disponer de un enclave netamente capitalista y plenamente integrado en los mercados de bienes y de capitales del mundo. Al mismo tiempo constituía una plataforma privilegiada y consolidada para la globalización de un país políticamente comunista pero económicamente admirador del sistema de mercado. Hong Kong ayudó (desde mucho antes de la devolución) a poner a China como actor relevante en el escenario de la economía mundial; pero en cambio no sirvió para aprender lecciones de democracia y las aplicó en un país sin libertades políticas.

Reflejando España con China se descubren muchas semejanzas. El proceso independentista catalán ha desencadenado reacciones homologables en el pasado reciente: el artículo 155, violencia policial, saltarse resultados electorales homologados, violencia judicial, presos y exiliados políticos. De cara al futuro, las propuestas de Vox, PP, Ciudadanos, muchos dirigentes del PSOE (y algunos del PSC) son una fotocopia de la paranoia nacionalista, agravada con xenofobia expresada demasiado a menudo y desde demasiados ámbitos cotidianos.

Como catalanes sentimos tristeza por lo que todo ello representa de odio y de desagradecimiento, como demócratas, la misma decepción con España que la de los kongkonguesos obligados a venerar el himno chino y a ver recortada su democracia.

Los que creemos en las personas y los pueblos más que en los imperios, en el diálogo más que en la violencia y la venganza, en el pacto más que en la imposición, en el respeto a la libertad más que en la coacción, nos sentimos decepcionados. Sin embargo, nos sentimos fuertes en nuestro anhelo de dignidad y de justicia. Y más todavía cuando económicamente, a medio y largo plazo, tenemos las de ganar.

Modest Guinjoan, economista