En Catalunya estamos viviendo una época un poco alterada por factores políticos y por factores sanitarios. Los políticos vienen de lejos y en particular hay uno, el de la relación entre Catalunya y España, que ha hecho polarizar los posicionamientos en el unionismo y el soberanismo. Cuando este conflicto político se ha trasladado a la esfera empresarial, hemos asistido a hechos como la fuga de sedes sociales después del 1-O por miedo al boicot comercial o por la presión del Estado. El comportamiento de las empresas que se marcharon al no volver indica que el conflicto está lejos de resolverse.

De manera puntual los sentimientos políticos se pueden ver magnificados por imágenes como las vistas recientemente de ataques a la propiedad privada y de pillaje de algunos establecimientos comerciales. Eso pasa aquí y pasa en Minneapolis o en La Haya. Hay que decir (por cierto) que los Mossos controlaron este problema de una manera rápida, mucho más que los jueces y los políticos modificando aquello que permite encarcelar la libertad de expresión.

Con respecto a los factores sanitarios, la Covid ha tenido un impacto económico negativo sin precedentes en nuestra historia reciente, con consecuencias conocidas sobre la ocupación, las cuentas públicas y en general sobre la actividad empresarial. Y sobre el estado anímico de los empresarios, en particular el de aquellos que ante la imposibilidad de luchar contra el virus, muestran descontento con las restricciones que imponen los que pueden luchar en contra, esto es, la autoridad sanitaria, y piden justificadamente ayudas económicas para soportar el embate.

En este contexto, en mi opinión, algunas reacciones empresariales caen en lo que podemos calificar de dos errores.

Las reivindicaciones catalanas no hacen ni cosquillas al statu quo del poder central, y eso lo saben incluso los supuestamente influyentes miembros del Ibex-35

El primero es equivocarse de destinatario de las quejas relativas al apoyo a las empresas. Se suele señalar al Govern de la Generalitat y al Parlament, olvidando que el poder político real (competencial, judicial y ejecutivo) no reside en Catalunya. La Generalitat es una especie de gran gestoría, una filial de empresa, no cuenta con ninguna junta de accionistas, ni consejo de administración, ni consejo de dirección. No. La Generalitat organiza su propio equipo y paga las nóminas y tiene competencias propias auténticas y totales en muy pocas cosas.

Quien dirige el Estado es la central, que es también quien ingresa el dinero de la filial, lo reparte a conveniencia y envía a la Generalitat lo que le apetece cuando le apetece. Focalizar el mensaje de queja en la Generalitat, sin considerar su poder real (¿quién recauda las cotizaciones sociales o el impuesto de sociedades?) es equivocado, como he sostenido tantas veces. No incluir el gobierno central en las quejas es un error.

Lamentablemente, las quejas catalanas al destinatario equivocado son tan estériles como la queja al destinatario adecuado. El primero no puede responder y el segundo no quiere. Recuerdo el acto del IESE, en 2007, para pedir el traspaso de la gestión del aeropuerto de El Prat. En Madrid todavía deben reír ahora. El Prat sigue como siempre y no consta que catalanes en Aena, como Lucena o Duran i Lleida, hayan dado pasos para cambiar algo. Las reivindicaciones catalanas no hacen ni cosquillas al statu quo del poder central, y eso lo saben incluso los supuestamente influyentes miembros del Ibex-35.

El segundo error de algunos empresarios o representantes de empresarios es, emulando a José Luis Bonet, meterse en política. Para eso ya están los que se dedican a eso. Oímos a menudo llamar a la lealtad institucional, al diálogo, a gobernar para todos los catalanes, a dejar el conflicto con España, para dedicarlo todo única y exclusivamente a la recuperación, olvidando no sólo la sanidad, la educación, el urbanismo o las políticas sociales, sino que hacer política consiste en trabajar en la solución de los conflictos, no pasar página. Y eso no les toca a los empresarios.

En definitiva, dos errores demasiado frecuentes: meterse en terrenos que no son los propios y disparar a la lata que hay por el suelo en vez de apuntar a diana. Los empresarios, individualmente, son votantes de las elecciones. Pero, como actores sociales, creo que se tendrían que centrar en aquello en lo que son buenos, es decir, conseguir que sus empresas sean competitivas. Y pedir lo que es razonable, en el lugar donde se debe, claro, no en la ventanilla equivocada.