Catalunya recibió en 2019 a 4,9 millones de visitantes del resto del Estado y 19,4 millones de visitantes extranjeros. El gasto que originaron se cifra en 1.900 millones de euros los primeros y en 21.300 millones los segundos. Estimaciones económicas sitúan el peso del sector turístico al origen de más del 12 % del PIB catalán. Ningún otro sector tiene, tomado en consideración individualmente, un peso tan grande. De hecho, Catalunya es el primer destino del turismo extranjero de toda España, incluso por delante de sitios superespecializados como Baleares o las Islas Canarias.

Los efectos del coronavirus sobre el sector han llegado por la vía de las restricciones a la movilidad y a la relación social por un motivo sanitario básico como es contener la propagación de los contagios. Eso ha sido aquí y ha sido en todas partes del mundo con diferentes intensidades y tempos a medida que ha ido evolucionado la pandemia.

Los resultados han sido devastadores para las empresas y trabajadores del sector turístico, desde los hoteles a la restauración, pasando por las agencias de viajes y por el transporte aéreo. Sólo a modo de ejemplo, las caídas con respecto al 2019 de los viajeros extranjeros alojados en establecimientos hoteleros son del 70-80 % y 60-70 % de los turistas procedentes del resto de España. Las caídas en el número de pasajeros en el aeropuerto de BCN-Prat son de entre el 80 y 90 % a partir de abril, las pernoctaciones de extranjeros en algunos meses superan el 90 %. Estimaciones recientes de la Cambra de Comerç de Barcelona indican que de la caída que se prevé del PIB catalán, un 70 % se deberá a la reducción del turismo.

En este contexto, hay empresarios y economistas que apuntan a que una vez se haya hecho la vacunación masiva de la población y la pandemia se dé por controlada, se producirá lo que se conoce como "venganza turística", referida al hecho de que, después de un tiempo de abstinencia turística, la población se entrega de nuevo a viajar, como para compensar el periodo que se ha tenido que quedar en casa.

De momento lo que tenemos es el efecto devastador del 2020, que previsiblemente se extenderá hasta bien entrado el 2021 (algunos estudios sitúan la recuperación de los niveles del 2019 en el 2024). Ya se verá. A pesar de las ganas que tenemos de que se controle la pandemia y la posible reacción de la población para viajar, me pregunto si el sector volverá a ser el de antes. Veo dos factores que actuarán sobre las decisiones individuales de hacer turismo.

En primer lugar, la actitud individual con respecto a viajar. La pandemia ha añadido un atributo turístico que se desconocía hasta ahora: más exigencia de seguridad sanitaria. Eso se traducirá en prevención con respecto a la proximidad con personas desconocidas en locales que se comparten, sea un hotel, un bar, un restaurante o un avión. El turista ha descubierto el miedo. Los operadores turísticos tendrán que garantizar control estricto del riesgo, con pruebas, con limpieza, con limitaciones de aforo en todas partes, etcétera. Todo eso va en contra del turismo masificado que tanto nos caracterizaba.

En segundo lugar, habrá que ver cómo influyen sobre las decisiones individuales de viajar algunas tendencias que ya se venían manifestando y que la pandemia seguramente acelerará. Destacaría cuatro: la limitación progresiva que se hará del llamado "sobreturismo", la saturación que venían registrando zonas y ciudades, como por ejemplo Venecia, Amsterdam o, más cerca, Barcelona; otra es la previsible imposición a nivel europeo de tasas al CO2 a la aviación, que encarecerá los viajes por este medio de transporte; la tercera es que no se tienen que desestimar nuevas actitudes por parte de la gente más joven con respecto al cambio climático y a hábitos cada vez más respetuosos con el medio ambiente, lo cual va en favor del turismo de proximidad y más selectivo; y finalmente, la previsible exigencia por parte de la población del aumento de las tasas al turismo para compensar las externalidades negativas que genera.

Todo ello representa una ocasión y una necesidad para repensar la orientación hacia un modelo de turismo de alto valor económico, más selectivo, más caro, más interesado en la cultura, etc. pero sobre todo más sostenible. Y como consecuencia seguramente que con menos peso en la economía catalana.

Modest Guinjoan, economista.