Del alcance de la crisis económica originada por la Covid-19 tenemos constancia con datos estadísticos diarios tanto en Catalunya como en España. La situación no es fácil, y la verdad es que tanto pavor da la caída que se ha registrado hasta el momento, como la incertidumbre que cierne sobre el futuro. El rebrote ha llegado antes de lo que se esperaba sin dejar ningún margen de recuperación en el 2020 en grandes sectores como el turismo, las actividades recreativas, la restauración o el comercio.

El horizonte del otoño y de lo que resta de año no presenta nada más que nubes, oscuras. Sin embargo, la recesión económica a la que nos ha llevado el coronavirus no deja de ser un problema en cierta manera coyuntural, de una duración de unos dos años mientras no se encuentren las vacunas para superarlo. De efectos temporalmente devastadores sobre la economía familiar, sí (paro, reducción de la renta familiar, cambios de hábitos de compra y de consumo, etcétera); pero también de efectos duraderos sobre el sector público (sujeto a una intervención sobre la economía sin precedentes, que lo lleva a tener a grandes déficits presupuestarios y endeudamientos inusuales) y sobre los hábitos de compra y de consumo (más internet, más teletrabajo, menos viajes en avión, etcétera).

Mientras la población está sufriendo los efectos coyunturales y estructurales del coronavirus como problema sanitario con consecuencias económicas, resulta que otro coronavirus ha aparecido en escena, en este caso como problema político. Me refiero a la crisis de la corona española, que tiene rasgos compatibles con los de un virus (se ha manifestado y se ha extendido en los últimos meses), aunque era una enfermedad que venía de lejos.

Los hechos recientes de tocata y fuga del rey emérito, salpicado por sospechas de corrupción, no son un hecho puntual. El jefe de estado de España, un campechano del que le conocíamos las alturas en el ámbito físico, podría ser que fuera un chorizo. El personaje en cuestión, a quien algunas grandes empresas llenaban de regalos (ya tiene guasa que entre los yates que le regalaron figuraran nombres como Fortuna o Bribón) lo retrató el The New York Times en el 2012 asignándole una riqueza de más de 2.000 millones de euros... Eso sin trabajar, siendo uno mantenido del Estado. Desde otros estados, como por ejemplo el saudí (que conozcamos), se ve que también le hacían llegar generosos obsequios.

El coronavirus es un problema coyuntural con consecuencias estructurales, de largo plazo. El virus de la corona real es un problema estructural con síntomas puntuales

Mi percepción es que Juan Carlos I no era ni muy largo (en el sentido intelectual del término) ni malintencionado. No creo que fuera un hombre que instintivamente se pusiera en venta, sino que el cargo le trajo prebendas asociadas, y a él no le vino mal. Nada más que eso. No se ponía en venta, lo compraban los interesados. El resultado es idéntico al que hubiera obtenido un rey malintencionado: corrupción. Que una institución impuesta por la fuerza por un dictador vaya a manos de un señor que en más 40 años ha acumulado escándalos y dinero a espuertas, y que se ve obligado a fugarse con el visto bueno del Estado, dice poco del personaje... y del Estado. Y deja tocada la institución real actual, que ha crecido al abrigo del emérito, incluida no sólo la patulea de los Urdangarín y compañía, sino el mismo rey de España, Felipe VI, el preparao, el aporellos, que diría que va a dormir con el salvavidas puesto.

El coronavirus es un problema coyuntural con consecuencias estructurales, de largo plazo. El virus de la corona real es un problema estructural con síntomas puntuales, el último de los cuales, la fuga del exrey de España. La punta del iceberg. En la parte de debajo, lo que no se conoce y todos los que le dan apoyo al precio que sea. Incluida la fiscalía del Estado que abre investigaciones por injurias a la Corona contra cualquiera que cante presuntas verdades.

Todo es incompatible con los postulados democráticos europeos, incompatible con la dignidad política y económica de la gran mayoría de la población, la de las personas normales y corrientes que trabajan y se ganan el pan dignamente y que ahora, esperemos que coyunturalmente, lo está pasando mal, mientras su exjefe de estado se tiene que esconder, eso sí, con los bolsillos hinchados.

Modest Guinjoan, economista.