Es prácticamente una constante de los grupos de interés económico reclamar a los gobiernos dos cosas que son intrínsecas a su propia existencia: estabilidad política y presupuestos del sector público. Con la primera, el sector empresarial dispone de un marco para la actividad económica (producción, inversión, contratación laboral, impuestos, etc.) que es previsible, sin muchos altibajos, con horizontes políticos que dan seguridad o que, mejor dicho, no están amenazados por inseguridades sustanciales. Respecto a los presupuestos públicos son una extensión de la estabilidad política, en este caso aplicada a cuestiones tan prácticas y concretas para la actividad económica como los impuestos que se pagan y en que se gasta este dinero.

En sentido contrario al anterior, cuando el entorno político está un poco trastornado es bastante frecuente oír de parte de algunos grupos de interés mensajes apocalípticos sobre el PIB, el empleo y la inversión. De eso en Catalunya sabemos un poco, acostumbrados como estamos al anuncio de las siete plagas de Egipto a remolque del conflicto entre Catalunya y España, la judicialización del procés y las protestas en la calle, al fin y al cabo aliñado con la debilidad del gobierno de la Generalitat. Precisamente, una expresión de esta debilidad la tenemos en la falta de presupuestos desde el 2017. En España hasta ahora las cosas todavía han sido peores porque el Estado 1) acumula un rosario de elecciones para aclarar quien ostenta el poder político y porque 2) mientras tanto el poder del Estado, que es prácticamente total, ha funcionado por inercia y en manos de sus poderes fácticos, que son el alto funcionariado y la justicia.

¿Ahora bien, la incidencia de la estabilidad política y disponer de presupuestos es tan importante para el funcionamiento de la economía? Pues, tomando el caso catalán, sin negar que una cosa y otra no influyan en la toma de decisiones empresariales y de la población en general, su incidencia parece limitada. A nivel agregado, no se ha en absoluto notado en el crecimiento de las magnitudes de PIB y de empleo. La economía catalana, desde el 2017, ha tenido un comportamiento globalmente mejor que el de la economía española y claramente mejor que el de la mayoría de países europeos. Dentro de este comportamiento es destacable en particular el crecimiento a tasas bastante altas de la formación bruta de capital (inversión), una variable potencialmente muy sensible a la estabilidad política. Crecimientos medios anuales en términos reales de entre el 3 y el 5%, en un entorno de crecimiento del PIB del 2-3% indican una apuesta de futuro en la economía catalana, a pesar del alboroto político permanente.

En España hay gobierno, estabilidad política y, previsiblemente, presupuestos; en Catalunya habrá presupuestos, pero sigue la inestabilidad política. Pero ni una cosa ni la otra parecen tener incidencias significativas sobre la estrategia y la operativa de las empresas

Una muestra en el ámbito microeconómico del anterior la da una encuesta recién publicada por PIMEC con preguntas sobre perspectivas de la pyme industrial para el 2020 sobre la actividad, la exportación, la inversión y el empleo, que ponen de relieve una percepción, globalmente positiva del año actual por parte del empresariado. En la misma encuesta se preguntaba a los empresarios si el hecho de haberse pactado (finalmente) un gobierno en el Estado español influiría en sus decisiones de inversión. La respuesta es que, prescindiendo de los que no lo saben o no contestan (cerca de un 10%), en un 64% de los casos no tendría ninguna influencia, y que en un 30% influiría positivamente. Con respecto a la creación de puestos de trabajo, un entorno político más estable como el indicado tampoco ejerce ninguna influencia en el 63% de los casos, mientras que en un 23% influiría positivamente. Por lo tanto, sin menospreciar la influencia de una aclaración del panorama político como el indicado, el hecho es que mayoritariamente las empresas van a lo suyo.

Pasa algo parecido con otro caso que nos puede servir de ejemplo como es el del turismo. Aunque el sector tiene actores empresariales muy dados al alarmismo, resulta que la ciudad de Barcelona, un destino líder en el conjunto catalán, va de récord en récord de visitantes, incluido el del año 2019 en que las protestas por la sentencia del procés parecía que, una vez más, provocarían un eclipse total. Por cierto, que este sector barcelonés ha levantado la voz de alarma sobre la previsible catástrofe que representará el aumento de la tasa turística. Veremos...

En resumidas cuentas, en España hay gobierno, estabilidad política y, previsiblemente, presupuestos; en Catalunya habrá presupuestos, pero sigue la inestabilidad política. Pero ni una cosa ni la otra parecen tener incidencias significativas sobre la estrategia y la operativa de las empresas, las cuales en cierta manera viven desconectadas del mundo político y conectadas con el mundo de los mercados, que es lo que les es propio. Eso no quiere decir que no haya empresariado específica y directamente interesado en la estabilidad política y en los presupuestos, pero este tema lo trataremos en otro artículo.