En su último libro Salaris de la ira (La Campana, 2021), el economista Miquel Puig sirve en bandeja para la reflexión y la discusión algunas cuestiones de máximo interés económico y político. El título del libro emula el de la obra del Premio Nobel de Literatura de 1962, John Steinbeck, Las uvas de la ira (en inglés, The grapes of wrath), en el cual los protagonistas se encuentran en situaciones de exceso de mano de obra, de salarios bajos y de explotación laboral.

Para centrarlo, citaré algunos de los puntos que ilustran la temática que Puig trata y en qué términos lo hace: nos encontramos en una etapa histórica de congelación salarial que dura ya unos 50 años, el problema salarial occidental (y en este país) viene del juego lógico de la oferta y la demanda en un mercado en el que hay exceso de oferta (por lo tanto, bajan los salarios), crece la desigualdad económica, reaparece la figura del trabajador pobre (cuando la teoría económica nos había hecho creer que nuestros hijos tendrían un nivel de vida más elevado que los padres), el pastel de la economía crece, pero quien sale ganando no son los trabajadores, sino otros.

El autor nos indica que hay tres factores principales que determinan la existencia de un exceso de trabajadores y, por lo tanto, de la precarización de sus condiciones laborales: el cambio tecnológico, que cambia máquinas automáticas por trabajadores; la globalización de los mercados y de la producción, que ha permitido (por ejemplo) que China sea la primera fábrica del mundo; y la inmigración.

Aunque Puig reconoce el papel fundamental que ejercen en la creación de riqueza, la sociedad tiene que desconfiar de los empresarios (y sobre todo de los financieros), porque 1) sus intereses son contrarios al interés colectivo, y 2) porque en el mercado libre, en muchos casos, los malos empresarios desplazan a los que no lo son tanto (Churchill dixit). La gran cuestión que hay que resolver (y aquí piensa en el papel de los economistas y de los políticos) es cómo se reparte el pastel de la riqueza generada con la actividad de los empresarios y de los trabajadores.

Se ha roto la línea según la cual la izquierda trabajaba no por la suficiencia de los ingresos, sino por la dignidad de las retribuciones en el trabajo

En relación a esta cuestión, el autor interpela a las izquierdas (con referencias históricas a los liberalistas y a los laboristas británicos, pero también a España) sobre los tres factores determinantes de la precarización laboral. No tanto la automatización de procesos productivos, que no la cuestiona ninguna fuerza política relevante, sino la globalización y la inmigración. Ahora mismo las cuestionan la derecha "populista", pero no las izquierdas que, si lo hacen, lo hacen tímidamente.

El origen de la izquierda tradicional, que es el mundo obrero, se ha deshecho como un azucarillo. Se siente incómoda cuando tiene que poner en cuestión los factores de la deriva actual y, en cambio, se centra en otras "obsesiones". Cita tres. La primera es que la izquierda presta más atención en distribuir la riqueza (impuestos a las sucesiones y al patrimonio, por ejemplo) que no en mejorar la distribución de las rentas (por ejemplo, elevando el salario mínimo). La segunda es que la izquierda protege a todo tipo de minorías (étnicas, raciales, sexuales...), lo cual es digno de elogio, si no fuera que el movimiento es un sustitutivo de la defensa de los derechos laborales, que es lo que tendría que hacer la izquierda.

La tercera es la defensa de los derechos extralaborales, como la renta universal, punto en que la izquierda actual se asimila a la "derecha compasiva", que en el fondo quiere garantizar unos ingresos mínimos a toda la población (que, por cierto, es compatible con mantener unos salarios bajos). Se ha roto la línea según la cual la izquierda trabajaba no por la suficiencia de los ingresos, sino por la dignidad de las retribuciones en el trabajo. Miquel Puig recuerda que Marx decía que el hombre lo que quiere no son sólo ingresos, sino, también, merecerlos.

La parte final del libro (que personalmente recomiendo leer) es una invitación a la reflexión a las personas de izquierdas que se sienten identificadas con esta línea de pensamiento, porque hasta ahora lo que han hecho ha sido acomodaticio y demasiado a menudo puras réplicas de lo que han hecho, hacen y quieren hacer las derechas, bien representadas, por cierto, en las estructuras de poder (el estado español es un ejemplo, esto lo digo yo).

Las izquierdas creyeron en el crecimiento económico ilimitado y en la posibilidad eterna de hacer más grande el pastel y de tener, así, más para repartir. Estamos al principio de una etapa, afirma Puig, en la cual el pensamiento económico no podrá seguir girando en torno al crecimiento del PIB. En el horizonte se vislumbra un gran crecimiento de la desigualdad, y a medida que eso se consolide, más urgente es que las izquierdas aborden el debate sobre cómo nos repartimos las cosas, por incómodo que resulte. El libro del Puig es una invitación a que lo hagan pronto; de lo contrario, en manos de los populismos, la democracia está en peligro.