Se han escrito ríos de tinta sobre el Covid-19, y más que se escribirán a raíz de los estragos que, por lo que dicen los que entienden, provocará. En primer lugar, en vidas humanas. Si se quiere, concentradas en segmentos de edad y colectivos específicos, pero vidas, que se las lleva un simple virus que ahora tiene las de ganar mientras no se descubran los fármacos adecuados. Sorpresa e impotencia de toda la humanidad. A mí me hace sentir como una hormiga indefensa ante el entorno, al igual que me siento ante inundaciones, terremotos o tsunamis. No puedes hacer nada. Tratar de alejarte, si es que no te ha tocado.

En segundo lugar, las consecuencias socioeconómicas del fenómeno seguramente que serán (ya son) de gran calado para todos los implicados: empresas, trabajadores, sistema financiero, sector público, políticas sociales, entre otros. Ahora vemos la punta de un iceberg del cual no sabemos su volumen real. La punta sola la verdad es que asusta un poco. Hablaré otro día de ello. Ahora me quiero centrar en la respuesta al problema que hasta ahora ha dado el Gobierno, el cual se ha otorgado, constitucionalmente eso sí, el monopolio de la solución al embate.

Hay una circunstancia atenuante en la crítica que se pueda hacer, que es el hecho de que estamos ante un problema con pocas experiencias sobre cómo gestionarlo con éxito o con los mínimos costes (en todos los sentidos) posibles. En una situación así, y ante la magnitud de la avalancha que se ha ido desplazando implacable de este (China) a oeste (hasta Australia), no puedes ignorar lo que dicen los que entienden en términos sanitarios y ni tampoco la respuesta que han dado los países que te han precedido, aunque sean pocos. Precisamente eso es lo que me ha parecido que se intentaba hacer desde Catalunya en caso de haber tenido competencias plenas para afrontar tan magno reto.

Hasta ahora han mandado más los poderes fácticos del Estado, que de coronavirus no saben nada ni tienen capacidad para gestionar la incertidumbre, mientras se ignoraba la voz de los especialistas y expertos

Dicho esto, como la batuta de la respuesta la tiene el estado español, que tiene la capacidad normativa y de sanción, quiero hacer una valoración personal crítica y el máximo de objetiva posible de lo que creo que ha sido una mala gestión, en cinco puntos:

  1. Respuesta tardía. Cuando desde Italia soplaban vientos de tormenta, había muertos y desde Catalunya ya hacía días que se veía la amenaza y se reclamaba, entre otras cosas, un aislamiento territorial y un confinamiento total, en Madrid no se movía ni un dedo. Desconozco si es que los responsables sanitarios no lo advirtieron o si es por culpa de una especie de cobardía política de ponerse manos a la obra antes que se declare claramente que existe el problema, por si las moscas. Por ejemplo, según me dicen médicos, las manifestaciones del 8-M probablemente fueron letales.
  2. Improvisación y, en general, incompetencia en la materia del equipo de dirección responsable de la lucha, es decir, el presidente Sánchez y sus cuatro ministros. La incompetencia personal de los políticos en un mal tan específico como el Covid-19 no es el problema; el problema es la incompetencia para rodearse de personas competentes en la materia, como parece que han hecho.
  3. Politización de la gestión del problema. La apelación a la centralidad de coordinación desde Madrid (el Estado, quiero decir), la laminación de competencias (pensando sobre todo en Catalunya, claro), blandir continuamente el coronavirus como un elemento que une España, el chupar cámara de TV del presidente cada dos por tres, sin ningún mensaje sólido y con autobombo permanente, es insultante en un problema de esta gravedad.
  4. En coherencia con lo anterior, la militarización del problema, como parte del aparato de la propaganda del Estado es, sencillamente, un insulto a la inteligencia humana. Como dice mi amigo Mateu: ¿alguien se imagina a un presidente de gobierno que, en pleno estado de guerra, compareciera ante los medios rodeado de médicos y enfermeras con mascarillas y guantes? ¿No, verdad? ¿Pues cómo se explica que ante un grave problema sanitario se rodee de militares y no de médicos, enfermeras y personas sabias?
  5. Falta de valentía económica de establecer un confinamiento de más alcance, quizás como el que se preconizaba desde Catalunya desde el principio, o bien otros tipos de confinamientos más selectivos. En un próximo artículo explicaré por qué se equivoca Madrid en este terreno.

Al fin y al cabo, hasta ahora han mandado más los poderes fácticos del Estado, que de coronavirus no saben nada ni tienen capacidad para gestionar la incertidumbre, mientras se ignoraba la voz de los especialistas y expertos. Una pena, porque hablamos de vidas humanas. Grave, por los que lo hacen y por los que los aplauden.