El sector del cava es económicamente importante, como lo muestran las cifras que giran a su alrededor. Las más recientes, correspondientes al ejercicio 2018, dan una idea de su magnitud: un valor de producción que supera los 1.100 millones de euros, 244 millones de botellas, unas expediciones a los mercados exteriores de 165 millones de botellas y su presencia en grande número de países de la UE, entre los cuales destacan cuatro (Alemania, Bélgica, Estados Unidos y el Reino Unido, que juntos absorben el 62,2% de las botellas exportadas).

El efecto arrastre del sector también es muy importante, dado que la DO acoge ni más ni menos que 6.647 explotaciones que suman 37.924 hectáreas. Muchas hectáreas y muchos campesinos dependientes del mercado internacional e interior, y de las estrategias de las empresas elaboradoras, en total 224.

A pesar del elevado número de empresas, a efectos de los campesinos, el sector depende en gran parte de las decisiones de compra del líder absoluto, que antes era Freixenet y que, después de que la alemana Henkell comprara el 50,7% del capital, ahora es Henkell Freixenet. De hecho, a la práctica, el precio por kilo de uva que fija Henkell Freixenet es el de referencia para todo el sector. Para la cosecha de 2019, el precio de compra de las tres variedades más importantes para elaborar cava (macabeo, xarel·lo y montonec, que concentran el 81,5% de la superficie inscrita, a la DO Cava), lo ha fijado en 33 céntimos el kilo de uva superior a 9,6º. Por debajo de esta graduación, el precio resultante baja, y así, un kilo de uva de 9º este año no llegará a los 30 céntimos.

Estos precios quedan muy lejos de dos referentes que tiene el sector del campesinado: de un lado son muy inferiores a los cobrados en los últimos dos años, en que la cosecha menor, debido a la sequía, hicieron elevarlos hasta los 45-40 céntimos por kilo de uva de graduación alta; de la otra, son muy inferiores al precio mínimo de 40 céntimos, que es el que se requiere para que la explotación no sea ruinosa. A 30 céntimos el kilo de uva, producciones de 10.000 kilos por hectárea, generan un ingreso de 3.000 euros brutos, una cifra que hace inviable cualquier explotación.

Freixenet, obsesionada por la cantidad y la agresividad en los mercados, difícilmente podía considerar la calidad del producto, la necesidad de que los campesinos se ganen la vida y la responsabilidad social y territorial

Que Henkell Freixenet aplique este año un precio muy bajo no hace buenos los precios de Freixenet cuando no era de Henkell. El historial de precios bajos de esta empresa es dilatadísimo. El principal argumento que utilizaba para pagar barata la uva era de carácter estratégico: era necesario pagar barata la uva con el fin de poder conquistar mercados a base de precios de cava bajos. El problema fue que cuando los mercados estuvieron conquistados, los precios siguieron bajos, porque el producto se había posicionado en el mercado en este tipo de segmento.

Y ahora, que manda la alemana Henkell, quizás la razón de la caída del precio de compra de la uva (más allá del factor cosecha) es que se está poniendo orden en la casa Freixenet en materia de endeudamiento y de negocios que no encajan. En cualquier caso, un dominador casi absoluto del mercado como este, tiene la sartén por el mango. Y si antes el precio de la uva (más allá del factor cosecha) iba a remolque de la estrategia de Freixenet de producto de bajo precio, ahora que marca la pauta una multinacional, el arranque francamente es malo. Habrá que ver qué estrategia de producto sigue este líder mundial de prosecco, competidor directo del cava y productor del vino espumoso más exportado de Alemania.

¿Y el resto de compradores, qué precios de uva pagan? Pues hay dos grandes tipos muy diferenciados: 1) los que siguen al líder y pagan igual o casi igual (por ejemplo Jaume Serra, del grupo García Carrión, con precios de cava todavía más bajos que Henkell Freixenet, paga ligeramente por encima, testimonialmente); y 2) los que pagan el doble o más, productores especializados en vino espumoso de alta calidad y ecológicos. Con respecto a estos últimos, el hecho de tratarse de uva ecológica justifica una parte de la diferencia de precios, básicamente porque las productividades por hectárea son inferiores. Pero no todo viene de aquí, ni mucho menos. La otra parte de la diferencia viene justificada por factores que Freixenet, obsesionada por la cantidad y la agresividad en los mercados, difícilmente podía considerar: la calidad del producto, la necesidad de que los campesinos se ganen la vida y la responsabilidad social y territorial.

Veremos qué hace el líder multinacional de ahora en adelante. El precio del 2019, por las razones que sean, va en la línea continuista de cuando mandaban los Ferrer, los Bonet y los Hevia, y eso no es buena noticia, porque nuestro futuro, también en el vino espumoso, tiene que descansar en la calidad.