En un balance de urgencia la misma noche electoral del 26 de mayo, Colau se vanagloriaba de haber sido la primera mujer alcaldesa, de ser feminista y de haber aplicado políticas progresistas y valientes. Y de haberlo hecho con los poderes fácticos en contra. Su mensaje principal para el día siguiente político era que, a pesar de haber perdido (por poco), lo que era bueno era que la ciudad era profundamente de izquierdas, profundamente valiente y profundamente republicana (sic). Abogaba por un gobierno de izquierdas, por la desjudicialización de la política, y después de los agradecimientos (entre lágrimas), ponía de relieve la gran cantidad de apoyos que había obtenido la propuesta de que ella representaba de ciudad (una vez más) valiente, feminista y republicana, con el mensaje trascendente que el amor ganará al odio. Todo eso, a pesar de seguir sin tener los poderes fácticos a favor.

En general me pareció una intervención en línea a la Colau que conocía: sincera, idealista, voluntariosa, de izquierdas, de convicciones políticas firmes y de comportamiento electoral respetuoso.

Pocos días después, Colau repetía como alcaldesa gracias al apoyo de tres miembros de los entonces Ciudadanos, un partido nacido para combatir el catalanismo a fuerza de odio, y del PSC-PSOE, los dos cómplices activos de la vía represiva contra los pacíficos líderes independentistas. La opción de un gobierno amplio de izquierdas, que era su preferencia inicial, se fue río abajo y dio el paso (eso sí, con consulta previa a las bases del partido) de seguir aferrada al cargo. Miremos este comportamiento humano con perspectiva económica.

Solo las propias personas tienen la suficiente información para justificar sus decisiones. Y aunque estas normalmente son racionales, es decir, fruto de un cierto cálculo de los costes y beneficios que se sacan de una decisión, a menudo decidimos siguiendo instintos ocultos, siguiendo lo que dice el corazón, lo que recomiendan otros, lo que señala la simple intuición, entre otros factores.

Confieso que no me sorprendió nada que se dejara querer por Ciudadanos y por los judicializadores de la política. El cómo pasó a un segundo plano frente al qué. Lo que contaba era asegurar el privilegio de seguir siendo alcaldesa cuatro años más, aunque fuera (otra incoherencia) sin respetar las aritméticas electorales que ella aplicó en el 2015. La carne es débil.

Ada Colau, como tantos políticos, cambió de chaqueta para seguir aferrada a la silla cuatro años más. Su cargo es, no lo duden, atractivo por muchas cosas, entre las cuales pasar a la historia, lo cual desde el punto de vista del ego no es nada despreciable. Pasar a simple concejala o volver al activismo social era una degradación demasiado repentina. Pasar de mandar a ser mandada no es fácil.

Pero nada de lo anterior me sorprendió tanto como la debilidad de convicciones que demostró, el contraste entre la sinceridad que mostró la noche electoral y la praxis posterior. Una mujer que se había forjado políticamente en el activismo social, la contestación, el cuestionamiento permanente del statu quo, la justicia social, etcétera, se transformó prácticamente de la noche a la mañana en una persona movida por el autointerés personal más profundo, y tal vez también por una generosidad de carácter mesiánico, poniéndose en parte al servicio de sus dos socios de hecho y de derecho. Ha hecho el cambio sin ponerse roja, ni el día en que la eligieron, ni los días que han seguido en el ejercicio cotidiano de su cargo. Extraño en una mujer aparentemente sensible y sincera de sentimientos. Imagínese el lector, aunque sea por un momento, que nosotros hiciéramos lo mismo. Perderíamos el prestigio... y los amigos. Es lo que ocurre en la vida normal.

Al fin y al cabo, como ciudadano que recibe servicios, antes estaba insatisfecho con la gestión de Ada Colau; a eso ahora se han añadido mis dudas sobre la categoría personal de la alcaldesa, de la cual no diría nada si no fuera que me gobernará hasta el 2023 y gestionará los impuestos y tasas que pago. Para mí, Colau jugaba en una liga política diferente de otras mujeres que destacan en España, como Inés Arrimadas o Cayetana Álvarez de Toledo, que viven del maquillaje, de la ropa de diseño, de la provocación, sin ideología ni convicciones y practicantes de un cinismo de alta graduación.

Ada Colau resulta que es una oportunista política normal y corriente, capaz de cambiar de chaqueta, que nos seguirá llenando la cabeza de retóricas, sin tener un proyecto propio y realista de ciudad. Me pregunto si cuando se mira al espejo, como persona, se reconoce. Solo ella lo sabe.

Con todos los respetos.