La resaca es la sensación de malestar físico que se experimenta después de unas horas de haber consumido en exceso drogas o alcohol. Metafóricamente, los que nos dedicamos al periodismo religioso, después del 19 de marzo siempre nos despertamos con resaca de seminaristas. El 19 de marzo, fiesta de San José, es el Día del Seminario. Hay un exceso de material y conciencia sobre la necesidad de los sacerdotes. Todo el mundo habla y es indispensable tenerlo en la cabeza, en el corazón. Hemos asistido a jornadas de puertas abiertas en los seminarios, hemos leído las cartas de los obispos sobre las vocaciones, hemos vivido cadenas de plegaria, noches de oración, o hemos escuchado qué dice el Papa sobre el tema de las vocaciones, un tema que en Europa es sinónimo de problema.

El Seminario de Barcelona ha emitido un vídeo francamente bueno sobre la vida cotidiana de los candidatos al sacerdocio. Se llama Un cor incansable (Un corazón incansable), y a ritmo de latido trepidante se ven chicos que planchan, lavan los platos, rezan, ríen, hablan con chicas, corren, tocan el órgano, juegan a fútbol, baloncesto y ping-pong, comen, estudian. Seminaristas, vaya. En el caso de Barcelona, chicos jóvenes que quieren dedicar su vida a ser sacerdotes. Que renuncian a una vida comunitaria o familiar, o a una vida como solteros en el mundo. Gente que se identifica con un estilo de vida contracorriente: salmones de nuestro mundo posmoderno. El Seminario de Toledo también ha enviado un vídeo, con un estilo totalmente diferente: épico, heroico, estilo Nodo y con música tipo Juego de Tronos. La voz del cardenal Marcelo anima a los jóvenes a hacerse sacerdotes y a "mantener la verdad de la doctrina". En el vídeo de Barcelona se hace referencia a tener un corazón "a imagen de Cristo". La metáfora es diferente. El llamamiento es el mismo.

Las diócesis les ven como "el corazón" también porque son la garantía de continuidad. Demasiado peso para personas normales y corrientes en un mundo exigente que se aleja de su mensaje

He conocido a muchos seminaristas a lo largo de la vida. El año pasado un estudiante mío me dijo, después de acabar el Grado de Relaciones Internacionales, que entraba en el seminario. Es insólito y atrevido. Responder a un llamamiento vocacional tiene un punto heroico y original: cambias la lógica del mundo. Tus fines de semana como joven toman un tono diferente, por no hablar del ritmo. Las conversaciones, las amistades, las lecturas, los sueños. Todo se transforma. En Barcelona hay hoy 39 seminaristas (contando los de la diócesis de Sant Feliu de Llobregat), más 9 seminaristas menores. Es un número insuficiente para las enormes necesidades que hay en las diócesis. La creatividad pastoral obliga a encontrar nuevas fórmulas mientras se sigue innovando.

La formación que tienen hoy los seminaristas es humana, pastoral, comunitaria, espiritual y académica. Se les pide ser todoterrenos: tienen que "conectar" con la gente, estar muy preparados, ser naturalmente muy buenas personas, formadas, espiritualmente hondas, empáticas, moralmente rectas, próximas a los pobres, misericordiosas como Jesús, que por algo quieren tener "un corazón" como él. Las diócesis les ven como "el corazón" también porque son la garantía de continuidad. Demasiado peso para personas normales y corrientes en un mundo exigente que se aleja de su mensaje y les ve como especímenes curiosos. Qué necesarios son, los rara avis. Gente que no hace lo que se supone que tiene que hacer. Que rompe esquemas. Que va en dirección opuesta a las corrientes imperantes de la sociedad. Los seminaristas son un ejemplo fantástico de la pluralidad de la sociedad, también. Algunos parecen hechos para ser lo que algunos tienen en la cabeza cuando piensan en un sacerdote. Otros, nada que ver. En concreto, los que están ahora en el seminario son de orígenes diversos: desde ingenieros industriales a abogados o masajistas. Hay de todo: personas que un día sintieron un llamamiento y sabrían decir el momento y la hora, hasta otros que han vivido este camino como un proceso (ay, un proceso). Como en el enamoramiento. A veces podemos dilucidar perfectamente el día en que nos enamoramos, pero mucha gente no sabría precisarlo, porque se fue haciendo, en gerundio. Los mosenes, de hecho, siempre se van haciendo, porque, como todo camino, siempre mejoran y entienden mejor su identidad y misión.

En todo caso, celebro que haya gente que responda a un llamamiento y se implique hasta el final. Quizás no les irá bien, pero la genuina respuesta de un sí bien dado ya es un gesto digno de admirar. En el seminario, y en toda opción donde nos va la vida.