Que la Iglesia católica tiene un problema prácticamente insoluble con las mujeres ya es notorio, pero de vez en cuando esta realidad emerge de manera más o menos pública, y suele ser cerca del 8 de marzo. A muchos amigos míos les da urticaria, cuando las mujeres recordamos obviedades, como que no pintamos nada en algunos ámbitos de toma de decisiones. Antes discutía. Ahora ya me he acostumbrado: me los miro, los escucho, y sigo mi camino.

Este año en ámbito global hay una campaña a que también las mujeres catalanas creyentes se han sumado, y básicamente es un llamamiento a visibilizar que la mujer está en la Iglesia, que hace mucho, y que no es reconocida. Hay un manifiesto que reclama más equidad. Hasta aquí, nada nuevo. A pesar de que sus textos fundacionales, el cristianismo tiene elementos sustanciales para aplicar la igualdad, el lastre histórico ha dejado como prenda una Iglesia muy masculinizada en que la paridad no tiene demasiado cabida.

Equidad no es exactamente igualdad. La igualdad como principio general de derecho es diferente de la equidad, que es su aplicación a cada caso específico con el fin de corregir situaciones injustas. La igualdad hace falta, pero la equidad también. Equidad donde la Iglesia dé a cada uno lo que necesite. Equidad significa valorar la singularidad, y ser justos en las oportunidades.

Miles de mujeres en todo el mundo han escogido hacer una reivindicación global delante de catedrales (en Barcelona por ejemplo es a las 11 de la mañana de hoy 1 de marzo) "por la igualdad y la no discriminación de las mujeres en la Iglesia". En nuestro contexto estamos hablando de personas a nivel individual, pero también de grupos como la Coordinadora de Dones Creients 8-M, Redes Cristianas, We are Church, Cristianismo en el Siglo XXI, ESWTR o European Society of Women in Theological Research, Asociación de Teólogas Españolas o Dones Creients de València y de muchos otros lugares.

El discurso eclesial naturalmente incluye a las mujeres y valora su servicio, presencia, carisma y donación. Pero a efectos reales, este amor incondicional por la mujer dentro de la Iglesia no está nada valorado, y no se le está poniendo remedio, el tiempo pasa y las mujeres van perdiendo la paciencia. Y como dice su campaña, quieren "alzar la voz".

Las que todavía tienen ánimo para reivindicar el sacerdocio de la mujer no lo hacen como acto de rebelión o ansia de poder. Sílvia Martínez Cano, a una de las mujeres más significadas en estas luchas feministas eclesiales, no lo ve como una ruptura con la Iglesia sino como actos de justicia.

Uno de los puntos delicados que reivindican las mujeres es estar presentes en las tomas de decisión. Las mujeres suelen tener cargos pastorales (atención a jóvenes, enfermos, catequesis), mientras los que están en consejos pastorales, diocesanos, presidiendo entidades... todavía son mayoritariamente hombres. Esta situación asimétrica dentro de la Iglesia católica (los protestantes lo llevan mejor) hace que las mujeres no tomen parte en los órganos de decisión y gobierno. Algunos de los dramas de corrupción y abusos de la Iglesia se habrían podido abordar, seguro, de manera diferente si algunas decisiones al respecto hubieran sido colegiadas y compartidas entre hombres y mujeres.

El manifiesto y la campaña "Alcem la veu" reclama esta Iglesia paritaria, más plural y más jerárquica. Se inspiran en Voices of Faith en el ámbito global. Esta cuestión de la mujer en la Iglesia ha empobrecido a la institución, que podría haber lucido nombres de mujeres potentísimas que han quedado arrinconados en tristes despachos donde han traducido su frustración en servicio (sin contar en las que se han marchado). Mi esperanza es que las más jóvenes no alcen la voz: que se alcen ellas mismas de una mesa y digan: "Señores, así no jugamos". Quizás en aquel momento algo se empezará a mover de verdad. Bienvenido el llamamiento de las mujeres. Necesitan la complicidad de los hombres, y la adhesión de las mujeres jóvenes con fuertes dotes de liderazgo y emancipadas que quieran sumar y que se alcen de la mesa para protestar, pero que no se marchen de la partida.

El papa Francisco ha pedido una Iglesia en salida. Pues salir también es eso: aceptar que algunas dinámicas del mundo pueden ser beneficiosas para la misma Iglesia, que flexibilizarse y pasar por el termómetro de la igualdad. Saldrá ganando en credibilidad y en fidelidad a su mandato. Nadie obligará a la Iglesia a introducir cuotas. Es ella misma que tiene que hacer un proceso de conversión y darse cuenta del talento y potencial que tiene y malbarata.

Lo dijo muy bien Noemí Ubach, miembro del Moviment de Professionals Catòlics de Barcelona: "no es que las mujeres seamos mejores, es que la Iglesia es mejor si estamos".