La incorporación de las técnicas de big data y blockchain, el predominio del algoritmo en la relación con las audiencias, son síntomas de la comprensión tecnológica dominante de la comunicación. Pero se ha olvidado el humanismo. La antropología como clave para entender la comunicación en un mundo que ha olvidado las humanidades se impone, hoy más que nunca. ¿Y por qué? Porque la técnica es una herramienta que nos tiene que ayudar a vivir mejor, pero no el destino ni el producto final. Ya hace años que sigo al lúcido y enciclopédico José Francisco Serrano Oceja, un periodista y humanista que cree que la Iglesia puede aportar mucho al mundo de la comunicación, intuición que comparto.

Serrano, en conversaciones madrileñas recientes que ahora echo de menos, nos plantea si la comunicación no es un sustituto —natural o artificial— de las humanidades. ¿Hacia adónde vamos, siempre tan deprisa? Él apuesta por la solución antropológica. Más humanismo. Daniel Innerarity se refiere a la sociedad del desconocimiento y a la gestión de nuestra ignorancia. Vivimos en la hipertrofia de los medios con una atrofia de los fines. Tendríamos que evitar, apunta Serrano, autor de La Sociedad del desconocimiento. Comunicación posmoderna y transformación cultural, "la ideología tecnológica que reduce la comunicación a la tecnología". Hay que proponer más sentido crítico y ser hábiles para ver que internet es la cristalización de la idea del mercado como una finalidad en sí mismo donde se instrumentalizan los datos. Hay tecnologías como el blockchain que permiten repartir y guardar datos en la red de manera reservada y que pueden ser indicios de una nueva manera de entender las reglas del juego.

Pienso que el momento es fabuloso para que quien se convierta sea la Iglesia, que deje modelos clericales del pasado y haga una reforma que también responda a la pandemia global

Además, él que cree que la Iglesia puede aportar ideas en el mundo de la comunicación y recuerda a Joaquín Navarro Valls, portavoz de papas, que reconocía como la sociedad postmetafísica, la nuestra, vaya, no garantiza la legitimidad histórica y social del cristianismo. La Iglesia se ha decantado a menudo, a veces por inercia, y otras sin poner oposición, por posiciones más políticas que culturales. Ha sido más beligerante en afirmaciones que se adentran en el terreno político, creando malestar o generando adhesiones, y ha sido muy tibia, o inexistente, en el sector cultural. Y yo añadiría también en el terreno tecnológico. En palabras de Serrano, "déficit de iniciativas y de incidencia cultural agudizarían las divisiones internas y la empujaría a personalismos y mesianismos". No estoy de acuerdo en quien tilda al papa Francisco de evitar temas polémicos, porque este pontífice habla de todo y más. Pero sí que es innegable que no será recordado por ser el Papa de las recetas morales, sino del acompañamiento humano y espiritual. El Papa no ha dicho que la Iglesia esté de rebajas ni que "la doctrina se convierta en plastilina". Lo que sí que dice, y hace, es situarse en un nuevo eje, más amplio, donde se puede sentir cómodo quien no comulga con la visión cristiana de la vida. Estos días el Papa no tiene los baños de masas. Ni él, ni nadie. El mundo parece encogido, centrifugado. Y a pesar de todo, es el momento en que el mensaje pasa o no pasa la prueba de fuego: o la Iglesia se pone al servicio, o no sirve para nada. Ya lo sentenció el obispo Gaillot, a quien le cayó una excomunión. La Covid-19 está poniendo también a prueba la verosimilitud de discursos que ahora se ve si son coherentes o eran palabras al viento. Compromiso, estar al lado de las personas, aceptar el silencio que no se entiende. El teólogo Rafael Luciani lo define como un momento de vulnerabilidad también eclesial. Vulnus, herida. Estamos ante una humanidad herida que no admite medias tintas. Escucho a gente que ve en este periodo un momento idóneo para que la gente se convierta. Yo pienso que el momento es fabuloso para que quien se convierta sea la Iglesia, que deje modelos clericales del pasado y haga una reforma que también responda a la pandemia global. Quizás hay iglesias y templos cerrados y la gente se desespera porque no puede asistir, pero hay un momento para cada cosa, y ahora es el tiempo de acompañar, de alimentar la vida interior, de preocuparse por los demás y no tanto por uno mismo y la propia espiritualidad. Será benéfico para todo el mundo, y quizás sí, después, que habrá conversiones. Estas, sin embargo, son siempre una sorpresa y un don, como todo lo que nos llega y no controlamos.