Cuando Dostoyevski decidió que su personaje Raskólnikov liquidaría de un golpe de hacha a una pérfida vieja usurera de San Petersburgo, no estaba haciendo una simple apología del crimen. Aquel delito tendría un castigo y serviría para que la humanidad se planteara siempre más el sentido de un acto tan brutal y animal, pero una acción cometida por un hombre como cualquier otro. El asesino es un estudiante, culto, en principio sin alteraciones psíquicas excesivas. Los asesinos, por desgracia, son gente que se parece mucho a nosotros. Personas. Personas asesinas.

El sentimiento de culpa que Dostoyevski supo bordar sería largo como los inviernos en Siberia. Y fue una culpa inducida: no le surgió espontáneamente. De hecho, Raskólnikov asesina a la vieja y está un mes, o más, sin remordimientos. Existe un momento culminante en la trama que es cuando se encuentra con la prostituta buena como el pan —Sonia. Allí inicia el proceso moral, el reconocimiento y la confesión. ¡Que genial Dostoievski escogiendo a la prostituta como condición de posibilidad para la salvación! El protagonista no se confiesa con un cura, sino con ella. Una maravilla dostoyevskiana. Como el Dios cristiano naciendo en un establo.

La explicación de aquel crimen se halla en las capas más oscuras del alma humana, que quería "simplemente" probar qué debe de ser eso de matar. Matar está al orden del día. Estos días se está matando a gente en todas partes, como sucede desde los inicios de la humanidad y como seguirá sucediendo, inexorablemente, porque aprendemos muy secundariamente, pero aquello básico se nos escapa. Y la vida es lo básico. Mientras tanto, los que salimos —por ahora— incólumes de la barbarie (siempre hay gente afortunada) no dejamos de pensar que matar no es la solución. Y matar a los asesinos tampoco no resuelve nada. La venganza no arregla el mundo, sino que lo deja peor. En Arkansas acaban de ejecutar a dos personas amparándose en la pena de muerte. Estamos en un mundo lleno de crímenes y castigos.

Dostoyevski es ingente, y ahora que se cumplen 100 años de la Revolución Rusa, un congreso internacional ha reunido a especialistas en este gigante literario en la Pontificia Universidad de la Santa Croce en Roma. José María Laporte ha abierto las sesiones afirmando que en Dostoyevski encontramos "el límite y el mal, mal que lleva a superar la frontera de lo humano, y lleva a la búsqueda de sentido". El escritor ruso demuestra que hacerse preguntas sobre el bien es pertinente, porque "en la vida las cosas no pueden ir excesivamente bien, ya que sería poco humano", y en palabras de Laporte, "no sería el reflejo de los límites de la propia existencia".

El maestro ruso es un misterio y un pozo de ideas que no se quedan en su obra imponente, sino que ha traspasado formatos, como el cine. Hay más de 200 referencias cinematográficas al gran explorador de la psicología humana en literatura. Hoy encontramos huellas de El idiota en películas de Wim Wenders, Mike Leigh, Naomi Kawase y Aki Kaurismäki. Y Crimen y castigo es una de las obsesiones de Woody Allen en al menos 4 de sus películas. Los grandes temas nos rodean, y la sombra de Dostoyevski se infiltra en todas partes. Él veía un sentido religioso, que algunos censores se encargaron de recortar. Este maestro se seguirá hundiendo en los laberintos del alma humana, porque cuando alguien es bueno, la verdad se impone. Y allí no hay censura que aguante.