El 9 de agosto de 1942, Edith Stein y tantísimas otras víctimas de los delirios nazis fueron exterminadas en Auschwitz. Una barbarie como aquella no surgió de la nada. Hitler atizó la leyenda de la puñalada por la espalda y culpabilizó a los judíos, por el solo hecho de ser judíos, de todas las penurias que sufrían los alemanes después de la guerra. Hitler fue el sistematitzador del antisemitismo más feroz. El odio, mezclado con la rabia y la frustración, es siempre la antesala de las posiciones más beligerantes y racistas. Si se le añade una capacidad de oratoria nada menor, la conjugación de la desesperación ambiental, la rebaja en los estándares éticos de la población y la promesa de una prosperidad futura, se convierte todo en un discurso de odio.

El mes de abril de 1933, Edith Stein escribió una carta al papa Pío XI. La filósofa alertaba al pontífice de los peligros de la política del nuevo régimen y le pedía que condenara la herejía de la ideología nacionalsocialista. En la carta, Stein escribe que si la Iglesia no se pronuncia, el silencio puede ser muy peligroso. Hasta el 15 de febrero de 2003, en Roma, esta carta no salió a la luz. Los filósofos Philippe Chenaux y Angela Ales Bello han estudiado la misiva a fondo y subrayan que Stein quería una condena vaticana al antisemitismo. Se había propuesto también ir a Roma, reclamar una encíclica, lo que fuera, para conjurar el silencio ante las atrocidades. "La idolatría de la raza y el poder del Estado, con las que la radio martillea cotidianamente a las masas, ¿no es una abierta herejía"?, se preguntaba en la carta Stein. "Esta guerra de exterminio contra la sangre judía, ¿no es un ultraje a la santísima humanidad de nuestro Salvador"?, seguía (haciendo referencia a Jesús y a su madre María, ambos judíos).

Las palabras de la filósofa católica alemana de origen judío Edith Stein al Papa, advirtiéndolo del mal del nazismo, llegaron años antes de la encíclica Mit brennender Sorge, firmada en el Vaticano el 14 de marzo de 1937, en la que se advierte de los cimientos neopaganos del nacionalsocialismo. En este texto sobre la situación de la Iglesia católica bajo el Reich alemán, el Papa dice: "Solo espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional y emprender la alocada tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo". La raza aria y las nefastas consecuencias hicieron también que los obispos neerlandeses se pronunciaran, y la venganza de los nazis contra los católicos fue brutal. La Iglesia protestante también fue crítica y veía incompatibles las pretensiones nazis con el mensaje cristiano.

Una de las reflexiones que suscita Stein, aparte del concepto de empatía, es la de la comunidad y la tribu frente al individualismo. Uno de los peligros de la comunidad es este vínculo de sangre que hace que los "otros" no pertenezcan a la familia. La excesiva noción del Volk alemán, este pueblo al que se exalta por encima de todo, no se armonizó con la singularidad. El discurso de los totalitarismos del "nosotros y ellos" es dinamita. Dinamitémoslo, pues, antes de que explotemos todos, o bien porque nos iremos aniquilando los unos a los otros, o bien porque alguien apretará un botón y lo echará todo a perder.