Cuando estudiábamos latín nos gustaba saber que hay muchas palabras con la letra "i" para reforzar la posesión. Si el cuerpo de Cristo se convertía en Corpus Christi, el cuerpo del Señor era naturalmente Corpus Domini y así había infinidad de palabras con "i". El latín era siempre solemne y mezclaba paganismo con religión: "Te Deum", "Via Crucis", "Aurea Mediocritas" y te ordenaba la cabeza. Tendría que volver. Uno de los recortes a la libertad que nos ha traído la Covid "non grata" es privarnos por ejemplo de tradiciones seculares como las enramadas florales en el día de Corpus Christi o la visión de l'ou com balla. La fiesta de Corpus, que en Barcelona este año llega a los 700 años, es una fiesta móvil y es la que celebra la centralidad de la Eucaristía en la religión católica. Para los católicos, Jesucristo no es una idea o una metáfora, sino que está presente realmente (no virtualmente, no digitalmente, no simbólicamente) en el sacramento de la Eucaristía. Es complicado, y nada banal. El Corpus llega el jueves ocho semanas después del Domingo de Resurrección.

Las religiones que se encapsulan en devociones individuales pierden la fuerza de transformar a la sociedad

Los italianos de Orvietto fueron los pioneros en esta celebración que se disputan con la valona Lieja, conocida sobre todo por las procesiones. La segunda más antigua es la de Barcelona, de 1320 y seguidamente tenemos a Manresa (1322), Vic (1330), Tortosa (1320) y Solsona (1331). Si bien la fiesta es la procesión, también ha habido elementos paganos añadidos y por este motivo La Patum de Berga se incluye dentro de las fiestas vinculadas a la del cuerpo de Cristo. L'ou com balla, un huevo vacío que se levanta desde las fuentes como símbolo de la Resurrección, y las alfombras de Arbúcies, Sitges, la Garriga... son elementos de una fiesta que todavía marca el calendario y que tiene un toque festivo y pascual, dónde dominan después de la severidad del tiempo de antes de Pascua los colores, las flores, con procesiones donde también ángeles, demonios, gigantes y cabezudos participan. También es una fiesta popular, el cuerpo de Cristo reúne el cuerpo de la ciudad, todo el mundo salía a la procesión. Y está vinculado a la caridad, porque la Eucaristía (acción de gracias) tiene que llevar a la caridad y no a la autocontemplación espiritual y nada más. En los museos diocesanos del mundo hay salas dedicadas sólo a los ornamentos litúrgicos relacionados con la ostentación de las hostias gigantes por las calles. En algunas catedrales, la pandemia ha obligado a celebrar el Corpus a medio aforo.

Desde Roma el Papa, que ha cambiado la fiesta del jueves al domingo, también ha insistido en este carácter móvil, y la celebra cada año en parroquias diferentes y después preside la procesión (a condición de que la procesión la presida la Eucaristía, técnicamente hablando). Con este gesto popular, el pontífice baja la fiesta todavía más en las calles e incrementa la implicación popular. La celebración de la Eucaristía tiene un carácter comunitario, que con el Concilio Vaticano II se hizo evidente con los altares hacia la gente, y no de espaldas. Las religiones que se encapsulan en devociones individuales pierden la fuerza de transformar a la sociedad. Las culturas que se cierran a las manifestaciones públicas de las religiones en sus calles vulneran el derecho a la expresión de las creencias de los fieles. El Corpus tiene la gracia de seguir siendo en esencia una fiesta religiosa, que ha sabido implicar a la gente y la calle. Y ni la Covid ni malentendidos institucionales que querrían menos cultura popular religiosa por las calles lo han liquidado.