La religión se asocia a temas trascendentales, pero a menudo es un asunto bien terrenal. Lo mismo sucede con la cultura. En Euskadi, lugar donde les gusta comer, y saben de ello, han iniciado unas comidas interculturales que se llaman En casa del vecino (Bizilagunak). Se reúnen un día, este año el 13 de noviembre, y comparten comida personas de diferentes culturas y religiones. Tú vienes a mi casa y yo preparo una comida. Un mediador intercultural gestiona la dinámica, para que funcione. Yo lo cocino, tú te lo comes y con este pretexto empezamos a conocernos. A los detractores del multiculturalismo les parece que eso es una movida inútil, en la que la gente se empacha con comida que paga algún ayuntamiento, y después se va a casa y si hemos comido juntos, no me acuerdo. Los que creen en el diálogo consideran que acciones pequeñas como esta, concretas y locales, son básicas para la convivencia. El proyecto empezó de manera pequeña, con monitores y traductores, y una familia se reunía a comer en casa de una familia vecina, habitualmente procedente de flujos migratorios. La idea nació en Polonia y en Euskadi SOS Racismo Gipuzkoa lo ha popularizado. El 13 de noviembre, son miles las personas que comen en casa de otra familia, en Europa.

Hay siempre motivos para conocer a otras personas, pero también es cierto que las administraciones y las asociaciones y comunidades lo tienen que propiciar. En Catalunya, ayer se celebró La Nit de les Religions, una iniciativa que cuajó en Berlín y que consiste en abrir los centros religiosos a la ciudadanía. No es lo mismo ver a musulmanes en los periódicos que entrar en un oratorio por la noche, sentarse, escuchar y comer unas pastas con ellos. Han sido 33 centros los que en Barcelona han ofrecido visitas nocturnas. La comunidad sij, por ejemplo, consciente de que su cabeza tapada de colores y la espada que llevan llama la atención, ha organizado sesiones para enseñar a ponerse el turbante y ha compartido una comida con todo el mundo que se les acerca. Naturalmente, en iniciativas interreligiosas como esta participan personas con interés o curiosidad por la alteridad. Ahora, esta curiosidad se tiene que extender porque ya no es un toque de color, sino una pieza más de la convivencia. La sociedad es plural y hacen falta vasos comunicantes. ¿Para evitar tragedias? Para intentarlo. En Barcelona, el Observatori Blanquerna ha lanzado el proyecto "Teotapes", en que de manera informal, en un bar y por la noche, un líder religioso toma unas tapas con estudiantes, que le preguntan lo que quieren saber sin filtros institucionales de por medio. Este proyecto ha sido seleccionado como finalista en los Innovative Intercultural Awards de las Naciones Unidas.

Muy bien, pero ciertamente solo comiendo juntos no solucionaremos los enormes problemas que tenemos en el mundo, como se ha dicho estos días en Madrid en la reunión anual de la Fundación Anna Lindh, un consorcio que fomenta el diálogo intercultural especialmente en el Mediterráneo. Comiendo, la gente se entiende. Una acción tan básica une personas. Las religiones tienen aspectos culturales que pueden acercar a la gente y son ellas mismas las que tienen que hacer el esfuerzo. También las sociedades de acogida tienen que ser comprensivas y no imponer formas de hacer. A una chica musulmana de Valencia que conozco, la gente no para de ofrecerle alcohol y embutido. No hace falta. Ni quiere, ni necesita. En las facultades se han incentivado los cursos de gastronomía e interculturalidad. En los restaurantes, se adaptan. La gente habla, pero sobre todo, la gente tiene necesidades básicas. Comer es una y más espacios y familias y grupos de amigos tendrían que estar abiertos a estas iniciativas. Y sospecho que no estoy sola, en la voluntad de comprender y participar.