"Mientras yo sea presidente del Gobierno, ni se celebrará ese referéndum que algunos pretenden ni se fragmentará España, que quede claro: España es un bien indiviso". Era el 25 de enero de 2014 y Mariano Rajoy, que además de presidente del Gobierno español es registrador de la propiedad, clausuraba en Barcelona una convención del PP destinada a (auto)convencerse que no había posibilidad alguna de que se llegara a  materializar el referéndum, después consulta y, finalmente, proceso participativo sobre el futuro político de Catalunya -el rango se fue reconfigurando a medida que se sucedían los recursos y las suspensiones automáticas por parte del Tribunal Constitucional- convocado por el entonces president de la Generalitat, Artur Mas, para el 9 de noviembre del 2014. Pero no hubo manera. Pese a la ofensiva por tierra, mar y aire de las instituciones centrales del Estado y de todas sus terminales y negociados políticos, económicos y mediáticos, finalmente hubo urnas en la calle y largas colas de votantes. Muy largas. Al mediodía, el pánico empezó a cundir en algunos despachos. Al final iba a resultar que los catalanes podían saltar la valla de la finca sin romper un mal plato.  

Participaron en la votación, descalificada por el Gobierno del PP en los días previos como una “costellada independentista” nada más y nada menos que 2.305.290 personas. El 9-N supuso en términos democráticos el mayor ridículo internacional del Estado español en los últimos siglos y pese a ello, Rajoy, el hombre que debía impedir que se celebrase, no dimitió.  Viéndoselas venir, y ante el estupor de los dirigentes y cuadros catalanes de su partido, que ya proclamaban por las esquinas que “el Estado español había desaparecido de Catalunya” ese domingo 9 de noviembre de 2014, el día que se cumplían 25 años de la caída del Muro de Berlín, el presidente activó finalmente la Fiscalía en un movimiento que llegó hasta el juicio e inhabilitación de Mas y tres miembros de su gobierno por haber permitido la celebración de la consulta con acuse de recibo a sus sucesores políticos, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. El mundo al revés. ¿Pero no era Rajoy quien había comprometido su palabra de que el “referéndum” de Mas no se iba a celebrar? ¿Acaso no lo había rechazado el Congreso en pleno con los votos de los partidos “constitucionalistas”? ¿A quién había que juzgar entonces? ¿Y si hubiese participado el doble de gente y Mas se hubiese visto forzado a proclamar la independencia aquella misma noche ante los corresponsales de prensa de medio mundo?

El 9-N supuso en términos democráticos el mayor ridículo internacional del Estado español en los últimos siglos y pese a ello, Rajoy, el hombre que debía impedir que se celebrase, no dimitió

El caso es que algún coste debió de tener aquella “costellada independentista” para la imagen del Estado español en la arena internacional. La prueba, desde luego, es la famosa confesión del entonces jefe de la diplomacia y ahora tertuliano en jefe contra el procés, el ínclito José Manuel García-Margallo, sobre los “favores” debidos a otros países a los que se invitó a realizar gestos a favor de la unidad de España. Algo debió removerse mientras las imágenes del espectáculo democrático -2.305.290 personas ejerciendo pacíficamente su derecho al voto- daban la vuelta al mundo. Y se sigue removiendo ahora ante el referéndum vinculante cuya fecha y pregunta ha anunciado el president Puigdemont para el próximo 1 de octubre ("¿Queréis que Catalunya sea un Estado independiente en forma de república?", por mucho que, ahora como entonces, el Gobierno haya optado por ponerse de perfil ante lo que considera una simple "escenificación". Un "numerito", en palabras de Xavier García Albiol. 

Pero no. El diario El País, aunque parezca mentira cabecera de referencia de la prensa progresista española, llegó a abrir su portada del 25 de mayo pasado con gran despliegue tipográfico al grito, perdón, con el título y el subtítulo: “El Gobierno, dispuesto a todo para impedir el referéndum. El Ejecutivo asegura que hará uso de cualquier instrumento a su alcance para evitar el coste de imagen mundial de la presencia de urnas en Cataluña”. El tono alarmista y la insinuación del uso de la fuerza, el recurso al miedo puro y duro tiene toda la lógica ante el precedente del 9-N, ante la promesa flagrantemente incumplida por Rajoy: “Mientras yo sea presidente…”. Tiene toda la lógica y más ahora cuando se trata de un referéndum con todas las letras que el gobierno de la Generalitat no sólo se ha comprometido a celebrar sino además a implementar. Y tiene toda la lógica –“Mientras yo sea presidente…”- cuando el mismo gobierno de Rajoy va de cabeza a multiplicar por diez el rídiculo internacional que encajó el 9-N. ¿Acaso Rajoy cree que la Europa que lucha por salvar su modelo democrático del populismo y el trumpismo le va a permitir reabrir la Modelo para enchironar a Puigdemont y medio Govern?

¿Acaso cree Rajoy que la Europa que lucha por salvar su modelo democrático del populismo y el trumpismo le va a permitir reabrir la Modelo para enchironar a Puigdemont y medio Govern?

El Govern ha puesto en conocimiento de las cancillerías el anuncio de la fecha y la pregunta del referéndum. El tablero internacional está sometido a una alta inestabilidad. Pero tras el annus horribilis del 2016 (Brexit, Trump, Erdogan), el año que ya se ha bautizado como el del Gran Retroceso, la victoria de Macron en Francia y el varapalo a la premier británica Theresa May en las legislativas de este jueves han dado un respiro a las fuerzas de la democracia en Europa que Merkel intenta reagrupar ante la pinza Washington-Moscú. En esta batalla global ahora es Alemania la que está del lado bueno y eso no es ninguna garantía para el independentismo catalán pero desde luego es una mala noticia para Rajoy y cualquier tentación de resolver la cuestión por la vía autoritaria por más que se disfrace de Constitución y Estado de derecho.

Antes del 9-N, los portavoces de Rajoy también optaron por ridiculizar y negar entidad y efecto político alguno a la consulta del 9-N. La consulta que nunca jamás, a decir de Rajoy, se iba a celebrar. Este viernes, después que Puigdemont revelase la fecha y la cuestión del referéndum, se ha repetido el mismo guion. Y muy pronto, algunas portadas empezarán a llamar a rebato para cortar por lo sano cuanto antes y si puede ser para siempre el renovado desafío catalán. Y un poco más tarde, sin que aún se sepa muy bien cómo, para desespero de Coscubiela y compañía, quién lo iba a decir, los catalanes y las catalanas acabarán votando aunque tengan que hacerlo en el comedor de su casa. Como cantaba Sisa, que no sé si llegó a estar en algún momento en la Modelo pero me da lo mismo,  “Oh! Benvinguts, passeu, passeu (…) que casa meva és casa vostra, si és que hi ha casa d'algú”