La pandemia de la Covid-19 ha puesto de manifiesto la necesidad de pensarnos como animales humanos. Es una urgencia que ya se hacía evidente por el calentamiento global y la emergencia climática generada. Sin embargo, los efectos más devastadores del cambio climático todavía no son palpables en toda su magnitud en los países occidentales. Eso hace que la adopción de medidas para combatirlo sea más una tarea futura que un deber presente.

El debate entre libertad individual y medidas de protección comunitaria vivido durante el confinamiento es el resultado de excluir nuestra condición de especie del debate sobre la organización política y económica en una situación de excepcionalidad biológica. Tanto las libertades individuales como los derechos humanos se establecieron para regular las relaciones entre ciudadanos, y para otorgar a cada uno de ellos un valor inherente a su condición. Tanto la emergencia climática como la pandemia evidencian que el sistema de derechos y libertades es incompleto a la hora de dar respuesta a los retos a los cuales nos tendremos que enfrentar como especie de una manera cada vez más frecuente.

El sistema de derechos humanos y libertades individuales representa la institucionalización internacional de la visión liberal y occidental de la organización de la vida política en los estados, marcada por el individualismo y la escasa relación con el entorno que queda fuera de la polis. La pandemia, sin embargo, no es una amenaza política, a nuestra existencia como individuos/ciudadanos. Lo es biológica, a la existencia como especie humana. Si bien las amenazas políticas, como las guerras, pueden acabar en la muerte, sus vías de prevención, gestión y resolución son diferentes a las de una amenaza biológica. Una pandemia, sobre todo si es fruto de un coronavirus, transmitido de animales a personas, nos obliga a tener en cuenta las relaciones entre humanos y el resto de seres vivos, y a pensarnos, dentro de las sociedades humanas, no sólo como ciudadanos, sino como animales humanos. El antropoceno, la era de la Tierra en que los seres humanos alteramos el clima y los ecosistemas, implica que ya no sólo nos enfrentamos a las amenazas de agentes naturales —fenómenos climáticos, plagas, virus, bacterias—, sino a los efectos medioambientales de las propias acciones en nuestra vida y en el resto de seres.

La situación actual genera nuevas obligaciones y deberes, lo que implica una concepción de los derechos y las libertades que tenga en cuenta la comunidad y la vida no humana

Pensar como especie implica, tal como avanzaba Sheila Marín en este medio, dar un nuevo significado al concepto de vida desnuda, la vida por sí misma. Durante la pandemia, las personas mayores se han convertido en el máximo exponente de la gestión liberal de la vida desnuda y del sujeto que la ostenta, el homo sacer: seres cuya vida es perfectamente prescindible, recluidos en residencias que se han convertido en mundos de la muerte, espacios donde, según Achille Mbembe, tiene lugar la necropolítica, la gestión de la muerte. El ejemplo de los ancianos en las residencias tiene que servir para descartar los discursos ecofascistas vistos estos días, los cuales aseguran que nosotros somos el verdadero virus y que tendríamos que ir desapareciendo. La necropolítica ejercida a lo largo de la historia por estados, imperios o tribus demuestra que el exterminio de personas se suele realizar de acuerdo a criterios (étnicos, religiosos, raciales, de discapacidad, género, edad o clase) que perpetúan el dominio del grupo privilegiado. En el caso de la pandemia, la constitución de las personas mayores como homo sacer es efecto de la visión capitalista que considera que el ser improductivo es un ser prescindible, y que toda economía encargada de gestionar la vida desnuda (la doméstica y de cuidados) es marginal. El sistema de producción capitalista, basado en la industrialización y la sobreexplotación de recursos, ha sido, además, el principal motor acelerador del antropoceno, la sumisión de toda vida desnuda al ser humano.

No obstante, la pandemia también nos ha mostrado la otra cara de la vida desnuda. Los ámbitos de gestión de esta condición existencial (la desinfección, el cuidado, la sanidad, la creación y movilización de bienes básicos de subsistencia, la investigación) se han mostrado fundamentales para frenar la expansión del virus y garantizar la supervivencia de la población. La amenaza biológica, en tanto que amenaza a nuestra condición de animales humanos, es una amenaza a nuestra vida desnuda. La lucha por nuestra vida como especie ha implicado la mejora de la vida de otros seres: nuestra retirada del espacio público y natural ha significado la apropiación de estos lugares por parte de otros seres vivos.

La situación actual genera nuevas obligaciones y deberes, lo que implica una concepción de los derechos y las libertades que tenga en cuenta la comunidad y la vida no humana. Necesitamos nuevos tratados sobre derechos y libertades que también nos tengan en cuenta como animales humanos de un planeta, y no sólo como ciudadanos de un estado. El antropoceno implica, más que nunca, pensarnos como sujetos y agentes tanto de vida política como de vida desnuda, habitantes de una esfera ciudadana y de una natural que, lejos de estar separadas, están absolutamente ligadas.