El peaje no es muy caro: la investidura a cambio de que Pedro Sánchez vuelva allí donde estaba, es decir, al diálogo entre los gobiernos de España y de Catalunya. Rebobinar un año. De hecho, esta es una operación que tendría que costar más a los independentistas de ERC que a los socialistas, ya que la acumulación de gamberradas cometidas por Sánchez en este periodo están a la altura de un campanario. Y teniendo en cuenta que es obligación del presidente del gobierno, de cualquier color y condición, hacer todo lo posible para resolver un conflicto político —y de democracia— como lo que ha planteado.

Sin embargo, y suponiendo que se produjera finalmente un acuerdo y Sánchez fuera investido, no resulta realista esperar que el conflicto se resuelva a corto plazo. Primero porque en el interior del socialismo hay posiciones tan refractarias a cualquier cesión en Catalunya —y negociar significa ceder, si no, no se le puede llamar negociar— como en el PP. En segundo lugar, porque el PP, Vox y Ciudadanos, el mundo del dinero, la monarquía, la alta judicatura, la élite funcionarial, el ejército y el poder mediático madrileño no solo rechazan un gobierno de coalición con Unidas Podemos, sino también, y quizás con más intensidad, extender la mano a Catalunya. Consideran que han ganado y que lo que hace falta es continuar la represión con el fin —desde mi punto de vista ilusorio— de arrancar la mala hierba y asegurarse de que no vuelva a brotar.

El PSOE tiene bastante fuerza, si Pedro Sánchez esta vez se lo cree y tiene coraje, para volver a hablar con el gobierno de la Generalitat. Pero ni que quisiera, no la tiene para poner encima de la mesa una oferta realmente atractiva para los catalanes y que suponga un cambio en la actual organización basada en el tristemente famoso 'café para todos'. Para plantear un nuevo encaje, por así decirlo. Plantear una nueva relación con Catalunya —de tipo confederal, por ejemplo, o en que se recuperara la intención de la Transición de establecer dos niveles territoriales claramente diferenciados, uno con las mal llamadas nacionalidades y, el otro, con el resto, las regiones de España—, resulta hoy imposible.

Ante este panorama, parece que lo que el independentismo puede hacer, y tiene que hacer, es negociar con el PSOE —un PSOE muy débil

Y lo seguirá siendo si el interlocutor es sólo el PSOE, siempre que la oposición interna y externa lo impedirá a toda costa. Un cambio que afecte sustancialmente al estatus de Catalunya dentro del Estado —y que la mayoría de catalanes estuviera dispuesta a aceptar— sólo tiene posibilidades con el concurso del PP.

La prueba de eso es bien reciente. Todos recordamos cómo el PP, con sus mesas de recogida de firmas, primero, y maniobrando después desde las instituciones, después, consiguió reventar un Estatuto que buscaba tres objetivos completamente asumibles: a) el reconocimiento del hecho nacional de Catalunya; b) la preservación de la lengua —también en la escuela— y la cultura propias y, finalmente, c) establecer un sistema más justo y razonable con respecto a la financiación.

Si admitimos que cualquier cambio sustancial, al final, dependerá del hecho de que el PP lo acepte, no podemos olvidar la dificultad añadida, y grande, que supone la emergencia del fenómeno Vox. La sombra de la ultraderecha —si no es que desaparece o disminuye mucho— no dejará de socavar toda eventual voluntad del PP de resolver el conflicto en un sentido constructivo.

Ante este panorama, parece que lo que el independentismo puede hacer, y tiene que hacer, es negociar con el PSOE —un PSOE muy débil— y a continuación y en paralelo ponerse a trabajar con determinación para cuando llegue el momento de la verdad, en que tendrá que enfrentarse y, en su caso, acabar negociando cara a cara con el PP.

El independentismo y el soberanismo hoy no está en condiciones de hacer eso (el PP tampoco). Hace falta más tiempo. Tiempo que tienen que aprovechar, y a fondo, para reforzarse tanto como puedan, para prepararse para cuando llegue el momento.

Prepararse quiere decir muchas cosas: cohesión interna, estrategia clara, no generar expectativas infundadas, buen gobierno, mejores liderazgos que los actuales y, especialmente, un sustancial reforzamiento político y electoral, sin olvidar la búsqueda de complicidades internacionales. Otro reto importantísimo para el independentismo es aprender a administrar los tiempos y saber detectar las circunstancias potencialmente propicias.

Si el soberanismo y el independentismo consiguen superar los retos que tienen en frente —que, por otra parte, no son poca cosa—, tarde o temprano llegará su oportunidad. Cuando eso pase, hará falta darse cuenta de ello y, sobre todo, saber gestionar la coyuntura con mucha inteligencia.