La visita de Macron, acompañado de Scholz (Alemania), Draghi (Italia) e Iohannis (Rumanía), hace diez días a Ucrania fue especialmente indicativa del momento que vivimos respecto de un conflicto que hace meses que se alarga y que se proyecta de manera indefinida en el futuro.

Indicativa en el sentido del cambio de tono al que se vio obligado a hacer Macron, ya que poco antes de llegar a Kyiv —en un tren que parecía extracto de un capítulo de Hércules Poirot— el presidente francés había hecho unas declaraciones claramente dirigidas a Zelenski sobre la necesidad de empezar a reflexionar sobre negociaciones de paz con Rusia; declaraciones que serían consideradas en aquel momento como "paternalistas" por el entorno del presidente ucraniano.

Pero una vez llegó a la capital ucraniana, la comitiva fue llevada a visitar el devastado Irpín, un suburbio en el noroeste de la capital junto a Bucha, de infausta memoria el último a raíz de las terribles imágenes de la "calle de la muerte" que todos vimos hace unos meses después de la evacuación rusa de la zona.

A raíz de aquel contacto directo con la realidad de la invasión, Macron tuvo que corregir sus palabras, dejando de nuevo claro y de manera meridiana el apoyo de la UE a Ucrania. Tono que fue mantenido por el resto de líderes que lo acompañaban, algo que adquirió un valor especial si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos provenían de algunos de los países europeos considerados como de los más "blandos" con respecto a su posición con Rusia, en contraposición a los bálticos y orientales, que mantienen una política mucho más dura con el "gran hermano" del este.

De hecho, muchos observadores consideran aquella visita, o "minicumbre", como uno de los elementos clave para la subsiguiente votación y aceptación, por parte del Consejo de la Unión, del estatuto de Ucrania y Moldavia como países "candidatos" a la UE. Como también lo han sido las múltiples visitas a Kyiv y gestiones de la presidenta de la Comisión, Von der Leyen, que se había tomado este paso como un reto personal.

Ahora bien, una vez escenificado el apoyo político, corresponde la gestión de la realidad y en especial de un futuro poco prometedor a corto y medio plazo para Ucrania.

La paz, que todavía tardará en llegar, en ningún caso lo será en base a la derrota total de una de las dos partes y, por definición, será injusta para una o ambas partes

Y es que, según avanza la guerra, y sobre todo sus efectos económicos y alimentarios a escala global, la posición de Ucrania se debilita y la de Rusia se consolida. Eso siempre que Moscú pueda mantener el esfuerzo militar, económico y político que paga por la invasión, cosa que de momento —con el apoyo indirecto de China y otras potencias no occidentales— parece que es el caso.

Por una parte, después de los primeros meses de caos estratégico y organizativo ruso —y de una feroz y heroica resistencia ucraniana—, está bastante claro que el alto mando ruso ha acertado —en lógica militar— con su nueva estrategia: apostando por una guerra de desgaste, con fuerte concentración de tropas y de potencia de fuego, evitando el combate en entornos urbanos y haciendo un uso intensísimo —y no especialmente sofisticado— de la artillería. Estrategia contra la cual Ucrania tiene muy difícil, a pesar del apoyo occidental, resistir; algo que se confirma en el lento pero constante avance ruso en el este del país.

Por la otra, los efectos comerciales, de precios y alimentarios del conflicto de ámbito global. Es decir, la reorganización del mercado mundial de hidrocarburos, los efectos inflacionistas por todo el mundo y una amenaza a la seguridad alimentaria global como no se veía desde hace años, generan preocupaciones legítimas no solo entre líderes políticos y económicos, sino que también en el ciudadano medio. Sobre todo si se tiene en cuenta la dimensión de una crisis que podría acabar teniendo el tamaño y efectos al nivel de la mítica crisis del petróleo de 1973.

Por lo tanto, la presión progresivamente recaerá sobre todo en Ucrania, y crecerá según pasen las semanas y meses. Y eso no solamente será porque nos encontramos con una "tormenta perfecta" que suma las crisis ya mencionadas con el incremento generalizado de los tipos de interés al mundo y el consecuente encarecimiento de la deuda pública después de unos años de gasto elevadísimo a causa de la pandemia de la covid. Sino que también por efectos del calendario, ya que pasado el verano, vendrá el otoño, y con este, el crecimiento en la demanda de gas y electricidad que serán difíciles de cubrir por mucho que se incremente la importación de gas licuado proveniente de los Estados Unidos.

Por lo tanto, la presión para encontrar una solución negociada a la guerra irá en aumento, en paralelo a iniciativas diversas para intentar rebajar la presión al sistema. Y todo eso pasará a la vez que Rusia consolidará el control de los territorios que pretende anexionar al este y el sur de Ucrania.

Y aquí se planteará la gran duda, es decir, ¿qué precio se estará dispuesto a pagar, y quién, por la paz? Porque seguramente las perspectivas que se tendrán sobre esta cuestión serán profundamente distantes dependiendo de si se miran con los prismas de Kyiv, los de París, Roma, Varsovia, Helsinki, Washington, el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional. Por no hablar desde el punto de vista, e intereses, de Pekín, Nueva Delhi o Adís Abeba.

Y, es más, ¿una paz en base a qué fronteras y condiciones? Todos sabemos que no serán las fronteras del 23 de febrero de 2022, el día antes de la invasión. ¿Pero serán las impuestas por la tormenta de furia y fuego soltada por la invasión del día siguiente? Es decir, ¿Ucrania, o la comunidad internacional occidental, estará dispuesta a aceptar que Putin se anexione una parte sustancial del territorio ucraniano?

Porque lo que sí que sabemos es que la paz, que todavía tardará en llegar, en ningún caso lo será en base a la derrota total de una de las dos partes y, por definición, será injusta para una o ambas partes.

Y del mismo modo que esta futura paz, y de qué características tendrá, que actualmente se está jugando en el frente de batalla en el Donbás, también se está jugando en los mercados de futuros de cereales, los de los precios de la energía o los de deuda soberana.