Una de las novedades más curiosas que nos ha regalado la procesización de España es la silvestre afición de la derecha por organizar manifestaciones. Aunque la mayoría de estas marchas son mítines encubiertos del PP (con pocos miles de participantes ubicados casi siempre en una placita muy cuqui de Madrit), tiene mucha gracia ver a la beautiful people de la capital enarbolando la justa bandera de la anticorrupción. Si continúa con este frenesí movilizador, no me extrañaría que la carcundia española se doctorase muy pronto en el arte de organizar manadas de autobuses de la provincia a la capital y, a su vez, que algún cerebro privilegiado popular tenga la idea de comercializar camisetas llamativas. Fuera bromas; alguien debería decir a Feijóo que esto de copiar la estética ANC y de presentarse a los electores como una víctima de Pedro Sánchez no bastará para tumbar al Gran Superviviente.
Pero las manis de Feijóo —que, en la capital, siempre cuentan con el aliciente de ver actuar a la presidenta de la República Independiente de Madrid— aún tienen más gracia porque en el fondo todavía copian aquel “Escolta, Espanya” de las grandes ocasiones procesistas. En este caso, el ruego de comprensión para derrocar a Sánchez ya se ha transformado de forma poco disimulada en una tirada de tejos a Junts per Catalunya. Como buen político regionalista, en su speech de ayer Feijóo alentó a convergentes (y ya de paso, también a los de jeltzale) a dejar de sostener una España edificada en la corrupción y las mentiras. “¿Hasta cuándo continuaréis tragando para mantener lo vuestro?”, remachaba el gallego, para evitar decir una frase mucho más honesta: “¿hasta cuándo negaréis que, a cambio de lo vuestro... y unas onzas más de migajas, estaríais dispuestos a tragaros una moción de censura?”
La broma de Feijóo tiene cierta gracia porque demuestra que, a pesar de su lenguaje beligerante, el político de Orense estaría encantado de gobernar en solitario, sin Vox y de la mano de un partido como la antigua Convergencia. Digo que el hecho tiene su ironía porque, así como los catalanes siempre hemos escudado la desidia tribal para liberarnos en la testosterona española, nuestros enemigos íntimos (incluso los más rígidos) no pueden evitar tener una necesidad enfermiza de construir su país a nuestro lado. De hecho, si miramos atrás, sin la polarización de Vox y el clima general de crispación que ha vivido Europa los últimos tiempos, Feijóo habría firmado la amnistía y el regreso de Puigdemont al país encantadísimo de la vida. Pero el impacto del 1-O en la vida política española y la dependencia del Estado con Catalunya provocan que el líder popular —por decirlo en lenguaje pujolista— todavía entone el “pitas, pitas”.
A diferencia de Catalunya, donde todo el mundo era un solo clamor, ahora España vive una guerra civil de instituciones que ha derivado en una posible lucha de masas en la calle
Mientras Feijóo se disfraza de Carme Forcadell, visitando la sede de Foment para recibir elogios de los empresarios pericos, la sectorial de la izquierda española también se ha dedicado a sobresalir en el arte de las manifas. Durante las últimas semanas, hemos visto a muchos ciudadanos del kilómetro cero manifestándose ante el Tribunal Supremo, la corte de togas que decapitó al fiscal general García Ortiz en un juicio tan escrupuloso como el del procés. También ha tenido su gracia ver a Pedro Sánchez afirmando que el tribunal había cometido un abuso de poder y que aún creía en la inocencia de su fiscal de confianza, todo ello con un rostro de convicción mucho más trabajado que el de los líderes de Junts cuando hablan de los delitos imputados a Laura Borràs. A diferencia de Catalunya, donde todo el mundo era un solo clamor, ahora España vive una guerra civil de instituciones que ha derivado en una posible lucha de masas en la calle.
Como ya he escrito y vuelvo a insistir, los catalanes haremos bien de pasar olímpicamente de todo esto y contemplar cómo la bestia va perdiendo fuerza a causa de sus luchas internas. A nivel político, Junts tendrá muy difícil volver a la ética convergente para regalar el gobierno a Feijóo, más aún después de la aparición de Aliança Catalana y la durísima vigilancia que Sílvia Orriols imprimirá al mundo que todavía respira pujolismo. Toca pues esperar, una vez más, porque mientras se peleen y se vayan de manis no se ocuparán de nosotros. Y así podremos intentar volver a crecer mientras se bloquea todo, aunque sea muy lentamente.
