Los efectos del confinamiento se están haciendo evidentes. No sólo porque ya hay menos contagios diarios y menos muertes (todos ellos infraestimados, no lo olvidemos), sino porque ya se empieza a observar por todas partes el ansia de desconfinar. Personas, familias, empresas, que llevan semanas  encerrados, tienen lógicas ganas, y necesidades, de salir del confinamiento. Y los medios de comunicación se hacen eco de ello.

Lo primero que hay que decir es algo evidente: confinar es más sencillo que desconfinar. Confinar, como se vio a pesar de la irresponsabilidad del Gobierno, era o caja o faja: o se fajaba el país o las cajas se habrían multiplicado todavía más de lo que estamos viendo. Se tardó, pero se hizo: tiempo habrá, después del recuento final, de evaluar cuánta desgracia se habría podido evitar si se hubiera hecho antes. El Gobierno lo centralizó todo, con el estado de alarma, asumiendo todo el mando y toda la responsabilidad. Las comunidades autónomas, que conocen en detalle la realidad social y sanitaria de sus territorios, tuvieron que obedecer.

Ahora estos mismos doctores que llevaron a cabo tarde y mal una operación relativamente sencilla (como enyesar un miembro roto) son los que quieren centralizar una operación muy compleja y delicada que requiere cirugía fina: ¡que Dios nos pille confesados! Porque ya de entrada quieren correr: dentro de una semana harán que vuelvan a las calles, a las carreteras y a los centros de trabajo millones de trabajadores no esenciales, muchos de los cuales, sin saberlo, están infectados. En medio de un país donde el virus, según las estimaciones más optimistas, todavía está presente en decenas o centenares de miles de personas (¡que no lo saben!), se pretende revitalizar una economía que, si vuelve otra ola epidémica como la que estamos pasando, ahora sí que colapsará definitivamente.

A duras penas estamos saliendo de una catástrofe... y nos estamos jugando empezar otra dentro de poco tiempo si no hacemos bien las cosas

Ya dije hace unas semanas que vencer una epidemia es fundamentalmente un problema de estrategia. Y la estrategia requiere datos. Y de eso tenemos pocos y malos. No sabemos cuánta gente se ha infectado; ni cuánta todavía lo está. No tenemos tests para poder conocer con detalle estos datos vitales, ni mascarillas (que sí que habrá que llevar durante un tiempo) para todo el mundo. No tenemos una evaluación detallada de la distribución geográfica de infectados e inmunizados. Es decir, a duras penas estamos saliendo de una catástrofe... y nos estamos jugando empezar otra dentro de poco tiempo si no hacemos bien las cosas.

Como he dicho, el desconfinamiento tiene que ser como una cirugía fina, evaluando exactamente lo que se hace, cuándo se hace y dónde se hace. Si no se hace lo que toca, cuando toca y donde toca, podemos volver a tener otro estropicio en pocos meses. ¿Dejamos salir a los niños como hemos dejado salir a las mascotas? ¿Tienen que salir primero y libremente los que han pasado la enfermedad y, por tanto, tienen anticuerpos? ¿Pretende el Gobierno de Madrid saber si se tiene que desconfinar antes el Priorat, el Bierzo o el Campo de Gibraltar? Lo primero que tendría que hacer el Gobierno, manteniendo el estado de alarma para hacer frente a los brutales efectos económicos de la pandemia, es devolver todas las competencias en la gestión de la salud pública a Catalunya, cuando menos. Y actuar de coordinador y colaborador de compras eficientes (no de falsos tests chinos), pero que no moleste con funcionarios oxidados y generales casposos.

Vuelve a ser el momento de epidemiólogos jóvenes y decididos (y no de viejos popes) que planifiquen la obtención de datos fiables; y de matemáticos y físicos que simulen y calculen los efectos posibles en diferentes escenarios: en Catalunya tenemos a los mejores y les tenemos que hacer caso. Mucho me temo, sin embargo, que la incompetencia, la soberbia y la vanidad, y por qué no decirlo, la eterna politiquería jacobina (para decirlo con palabras suaves) primará por encima de todo. Y el Gobierno seguirá dirigiendo las operaciones. Y si un médico malo nos puede hacer daño, un cirujano incompetente nos puede matar. ¡Que la Moreneta haga más que nosotros!

 

Manel Sanromà, 6 de abril del año 1 d.C. (después del coronavirus)