Hoy se cumplen seis años de una gesta extraordinaria que remachó el cambio de paradigma que se había ido forjando los años anteriores y que, en esencia, significaba el tránsito de la mayoría nacionalista hacia una clara mayoría independentista, superada la larga etapa del peix al cove. Se acababa la era en que habíamos luchado por un Estatut soberanista y entrábamos de lleno en el sueño de una República Catalana. Del autonomismo al independentismo, con el movimiento tectónico previsible en el mapa político, y la catarsis consecuente. El 1 de Octubre fue el chasquido final de una explosión interior larvada en años de frustraciones, mentiras y todo tipo de injerencias por parte de un estado que siempre fue desleal y agresivo con Catalunya. Y fue posible porque este sentimiento colectivo se concilió con unos partidos comprometidos, una estrategia definida, un objetivo marcado y una ciudadanía movilizada. Sin esta suma de factores no habría conseguido el éxito que alcanzó.

Pero de aquello hace seis años y la celebración del día de hoy no parece que signifique la continuación del proceso emprendido aquel día, o su culminación, sino solo una manifestación de recuerdo. Saldremos a la calle, desplegaremos las esteladas, nos lameremos las heridas y nos lamentaremos de la épica fallida. Este es el riesgo si no le ponemos remedio: que convirtamos el 1 de Octubre en un 6 de Octubre o un 11 de Septiembre, fechas de lucha y resistencia que honran nuestra historia, pero que pertenecen a la memoria. Si no reaccionamos pronto, si no afinamos las estrategias y no rehacemos las unidades, será un simple clon de la Diada, tan emotivo, como oxidado. Al fin y al cabo, han pasado seis años y el riesgo de envejecer mal es alto, pues el paso del tiempo dificulta considerablemente la persistencia de su mandato. Corremos el riesgo de quedarnos anclados —y reflejados— en aquel día glorioso. Es decir, corremos el riesgo de agarrarnos a una fecha de enorme simbolismo, pero de inevitable caducidad, cosa la cual podría dejarnos atrapados en un espejismo.

Catalunya vuelve a ser la cuestión central que marca todas las instituciones españolas, y eso es posible por dos factores: porque hace seis años protagonizamos una auténtica revuelta ciudadana y porque durante estos seis años ha habido una parte fundamental del independentismo que no se ha rendido

Si este es el riesgo, el reto es conseguir que el 1 de Octubre sea justamente lo contrario a la memoria, sea el punto de inflexión que inició el camino hacia la independencia. Es decir, que no sea un ejercicio de nostalgia, sino de acción, y también de revisión de los errores cometidos y las carencias adquiridas. Si queremos que el mandato del 1 de Octubre esté vivo, no basta con guardarle fidelidad, porque la letanía del "hacer efectivo el mandato del 1 de Octubre" es un simple acto de fe si detrás no hay un proyecto definido, un movimiento cohesionado y un plan de acción preparado. Es decir, mantenerse fiel al 1 de Octubre implica la infidelidad de reinventarlo. O unidad, acción y estrategia, o palabras, nostalgia y memoria.

Se trata, pues, de asumir el compromiso de su mandato, pero revisando el momento en que vivimos y cómo podemos aprovechar las oportunidades que nos brinda. Con un paréntesis que resulta obligado: revisar, repensar, redefinir el 1 de Octubre no tiene nada que ver con abandonarlo, como así ha pasado en estos últimos años por parte de una de las opciones políticas que lo habían liderado. El gran error de ERC no fue replantear el mandato del 1 de Octubre, sino abandonarlo completamente, se rindió, convencida de que había pasado el momento y había que ir por otras vías alternativas. Aquello eufemístico —e hiriente— del "ensanchamiento de base", justamente como base para escaparse del mandato que habían asumido. Hay que repetirlo con insistencia: revisar el 1 de Octubre no implica abandonarlo, sino adecuarlo al momento actual. Y por eso hace falta rebajar la retórica y reforzar la acción política.

Y ahora parece que es el momento para hacerlo. Primero, porque el baño de realidad que ha sufrido ERC, castigada severamente en Catalunya, y desaparecida de la relevancia política en España, está obligando al partido republicano a replantear la estrategia. La resolución aprobada en el Parlament en el último debate de política general ya parece un retorno a las posiciones del 1 de Octubre. Segundo, porque la insólita situación creada después del 23-J ha situado nuevamente Catalunya en el epicentro de la política española, de donde hacía tiempo que había desaparecido. Tercero, porque la firmeza de la estrategia del exilio y el liderazgo de Puigdemont han marcado las reglas de juego y han obligado al PSOE a cambiar de rasante. Y cuarto, porque por primera vez es posible que el debate sobre el derecho a la autodeterminación se abra de pleno en España, sea cual sea el resultado inmediato.

Catalunya, pues, vuelve a ser la cuestión central que marca todas las instituciones españolas, desde los partidos, hasta el rey, y esto es posible por dos factores fundamentales: primero, porque hace seis años protagonizamos una auténtica revuelta ciudadana; y segundo, porque durante estos seis años ha habido una parte fundamental del independentismo que no se ha rendido. Nada de lo que pasa habría sido posible, tampoco, sin la resiliencia del exilio. Ahora es la hora, ciertamente, de recordar aquella gesta épica, pero, sobre todo, es hora de ver cómo hacemos efectivo el mandato que el 1 de Octubre nos legó. Hoy salimos a conmemorarlo, pero solo tendrá sentido si mañana empezamos a trabajar para unificar criterios y religar estrategias. Es decir, si dejamos de honrarlo como una gesta del pasado y lo convertimos en una exigencia del presente.