Newt Gingrich es uno de los arquitectos del conservadurismo estadounidense. Ha sido uno de los cerebros del Partido Republicano desde la época de Reagan hasta Trump. Fue presidente de la Cámara de Representantes, un estratega reconocido y un escritor incansable. Su último libro, dedicado a la victoria de Trump, no es solo un relato del triunfo, sino que recoge toda una agenda política. Gingrich dibuja lo que está por venir, cómo debe gobernarse y cómo mantener el discurso conservador como fuerza dominante. Más allá de las notas de estrategia electoral y de la agenda política, el libro es una guía para entender qué mueve a la nueva derecha americana: populismo, identidad, nacionalismo y una visión de la política como una guerra cultural sin tregua. Es evidente que el modelo estadounidense no puede aplicarse directamente a nuestro contexto, pero su lectura ofrece valiosas pistas sobre cómo se construyen hoy los relatos de poder y cómo la polarización se ha convertido en una estrategia muy utilizada en la política moderna.
Por ejemplo, cuando habla de seguridad, Gingrich advierte que el partidismo ha destruido el debate nacional. Critica que los grandes temas de Estado se hayan convertido en armas de partido, y que eso haya hecho imposible mantener una gran estrategia compartida. En Catalunya también pasa. Defiende la necesidad de una “gran estrategia nacional”. Ningún plan, dice, puede funcionar si los ciudadanos no lo entienden, no lo apoyan ni se comprometen con él. Sin adhesión social, no hay fuerza real para sostenerlo. Lo resume con una máxima sencilla: primero hay que hacer lo que hay que hacer. Luego, hay que explicar a la gente por qué hay que hacerlo. Solo cuando la gente entiende y comparte la causa se puede gobernar de verdad. Sin complicidad ciudadana, nada funciona.
Si la lucha se convierte en rutina, el relato de resistencia sustituye al de transformación
También resulta interesante cuando habla de defensa. Repasa las derrotas recientes de Estados Unidos. Dice que el problema ha sido centrarse en “luchar” y no en “ganar”. Que con demasiada frecuencia se confunde actividad con resultados y resistencia con victoria. Identifica la burocracia —incluyendo medios, lobbies, grandes empresas e instituciones— como los principales enemigos del cambio y del progreso. Según él, la ley de hierro de la burocracia es constante: protegerse y servirse a sí misma. Este mecanismo se alimenta de la hiperregulación. El sistema, dice Gingrich, vive entretenido regulándolo y controlándolo todo para evitar cualquier cambio real. Así, empresas, poderes y burocracia mantienen viva una parálisis que los beneficia. Ante eso, no propone reformar, sino transformar. Reformar es adaptarse a la estructura existente; transformar es crear una nueva. Y eso solo es posible si se asume el riesgo de perder el control. Esto también recuerda a Catalunya. Lo concluye con una idea poderosa: ningún sistema cambia si la gente no quiere adaptarse al nuevo modelo. Si suficiente gente apuesta por el cambio, el sistema viejo cae. Si quienes deben implementarlo no lo hacen, todo vuelve al modelo anterior. ¿Les suena?
La ruptura de Junts con el PSOE tiene muchos elementos de este análisis. Puede tener sentido romper con quien no cumple los compromisos, pero para que tenga fuerza política es necesario que la sociedad comparta esa misma cultura de coherencia. También hace falta una propuesta que indique qué batallas se pueden ganar —y librar—, y cuáles no —y evitarlas—. Hace falta un horizonte de victoria, no de lucha. Si la lucha se convierte en rutina, el relato de resistencia sustituye al de transformación. Ese es, quizás, el reto de nuestra política: pasar de luchar a ganar. Hacer entender por qué, con quién y para qué. Gingrich lo dice pensando en América, pero la verdad es que algunas de sus lecciones nos interpelan a todos.
